Estamos en febrero ya y todavía no he podido darme cuenta. Desde que empecé en la asociación no he tenido ni un segundo libre, más allá de lo que necesito para respirar.
Pensé que esta situación era sólo el principio, pero, por lo que veo, es la tónica común.
Me gusta lo que hago, sin lugar a dudas. Sin embargo, creo que el trabajo, sin tiempo para estar con los tuyos o algo más básico todavía, tiempo para ti mismo, para relajarte, poder leer, escribir, escuchar música... es malgastar la vida.
Hace poco, mi amiga Carapuchiña me recordó un chiste que ya había escuchado en otra ocasión.
Un hombre mexicano estaba en la playa, contemplando el mar. Tranquilo y apacible.
La estampa llamó la atención de un turista americano que pasaba por allí con ganas de hablar.
- Perdone -dijo interrumpiendo los pensamientos del hombre ensimismado-, es que tengo mucha curiosidad, ¿usted a qué se dedica?
- Soy pescador -contestó el mexicano con una sonrisa amable.
- ¡Qué trabajo más duro...! ¿Cuántas horas le dedica al día?
- Dos o tres...
El turista sorprendido y airado no pudo contenerse:
- ¡Pero... entonces...! ¿Qué hace el resto del día?
- Pues mire, yo me levanto tarde, pesco un par de horas, juego un rato con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer y al atardecer, voy con mis amigos a tomar unas cervezas.
- ¿¡Pero cómo hace eso?! ¿Por qué no trabaja más?
- ¿Para qué? -replicó el mexicano.
- Si trabajase más, en un par de años podría comprarse un barco más grande, pasado un tiempo podría montar una factoría, más adelante abriría una oficina en el distrito federal... Después podría montar delegaciones en los Estados Unidos y en Europa. Las acciones de su empresa cotizarían en bolsa.... ¡Sería usted inmensamente rico....!
- Y... ¿para qué? -volvió a preguntar.
- Bueno, al cumplir 70 años podría jubilarse, venir aquí, levantarse tarde, pescar un par de horas, jugar un rato con sus hijos, dormir la siesta con su mujer y salir al atardecer a tomar unas cervezas con sus amigos.....
Todo es una cuestión de equilibrio. Lo difícil es escontrarlo.
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
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