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viernes, 7 de noviembre de 2014

Sonido, motor, ¡acción!



- Ring-ring
- ¿Diga?
- ¿Laura?
-  Sí, soy yo
-  Mira, te llamo de la productora “Awachinau”, habías hecho un casting para figurantes el verano pasado, para una película de acción. Para esa no te llamamos, pero ahora estamos con otra del siglo XIX y necesitamos a chicas con el pelo largo y sin mechas. Tendrías que estar mañana en la plaza de Pontevedra, a las 7:45, ¿te interesaría?

Eran las ocho de la tarde.

-  Sí, vale.
-  Pues mira, te explico, el horario de rodaje suele extenderse hasta las 18:00, te vestirían y te maquillarían. Te damos un bocata a media mañana y la comida del mediodía. Cotizarías un día a la Seguridad Social en el régimen de artistas y te pagamos unos 25€. Sé que es muy poco, pero la gente suele venir por la experiencia.
-       No hay problema.
-        Bueno, pues nos vemos en el antiguo edificio del Eusebio da Guarda, pregunta por Jose. Trae tu número de cuenta, ven sin maquillar y con las uñas sin pintar.

Y así es como te pueden cambiar los planes en unos minutos. Nunca se sabe lo que puede ocurrir a la vuelta de la esquina.
De momento, yo ya estaba dando saltos por la casa adelante porque iba a salir en una película. Imaginaba aquellos preciosos vestidos de época con encaje, corpiño, sombrerito, ¿quizás una sombrilla? Lo que es seguro es que me iba a divertir.

Al día siguiente, cuando llegué puntual al edificio aún estaban colocándolo todo y era la primera figurante que apareció. Nadie sabía a dónde mandarme y se palpaba cierta tensión en el ambiente, así que me fui a tomar un cortado.
Cuando volví, ya habían llegado el resto de extras, éramos unos ocho en total y solo dos chicas contando conmigo. Todos estaban sentados esperando, mientras los miembros de la productora se volvían locos.

-        ¡Ay, menos mal que estás aquí! Me dijeron que habías llegado muy pronto. Yo soy Jose. Debí de entrar después de que te fueras, perdona.
¡¡Ya tenemos transeúntes!! ¡¿Las podéis vestir?! –les dijo a las de vestuario.

Y venga a correr. Nos metieron detrás de un biombo en un escenario con las cortinas corridas y nos trajeron ropa de abuela.

-        Oye -le dije a mi compañera, que se llamaba María- ¿No era una película del XIX? Esto parece de posguerra.
-        Yo creo que es de 1950.
-        ¡Pues sí que acertó el chico con la época! 100 años de diferencia. ¡Adiós a los vestiditos de pitiminí! –suspiré decepcionada.

A mi compañera le dieron un traje chaqueta en beis y una blusa con chorreras y a mí, un vestido de gasa negro con un estampado indescriptible en burdeos y manga farol.
Una vez listas, fuimos a maquillaje, pero algo pasaba con mi falda.


-  Tú no puedes salir así, se te ve toda la pantorrilla -dijo la de vestuario- Hay que buscarte una falda más larga. Vuelve al biombo y ahora te llevo algo.

Era una mujer indecente. Enseñaba más de lo que debía.

El caso es que empezaron a traerme más vestidos y faldas horribles y todos me quedaban por la rodilla. Tardaron casi una hora en encontrar algo que me tapara media pantorrilla.
Los chicos no lo tenían mejor, a muchos se les caían los pantalones y se los tuvieron que ajustar con alfileres.
Al final salí con un vestido de paño granate y un abrigo de un color a juego, pero cuando estaba llegando a maquillaje, un chico me abordó diciendo que le acompañara, que ya no había tiempo. La peluquera se encaró con él:

-  ¡¿Pero cómo te la vas a llevar así?!
-  ¡¡Me da igual!! ¡¡Vamos fatal!! Aunque sea la pongo de espaldas.

Ahora, era yo la que lo miraba fulminantemente.

-   ¡Déjame hacerle una coleta aunque sea y ponerle algo de laca!
-    A ver… ¡Venga, rápido!

Tres toques y listo. Con esas pintas había envejecido diez años.

Edificio principal del Eusebio da Guarda. Imagen de ampamarorzan.wordpress.com

La escena se grababa en la escalinata del antiguo edificio. Según nos explicó Marta, la regidora, mi compañera y yo debíamos ir paseando de lado a lado hablando de los niños que habíamos dejado en el colegio y de nuestras cosas. A mí me dieron, además, una cesta con apios.
Mientras tanto, los chicos, que hacían de alumnos de una escuela de hostelería, entraban en clase junto a su profesor.

Fueron escenas de transición que rodamos siete veces. 

Después nos dieron otros abrigos diferentes (esta vez llevaba uno con cuello y mangas de piel. Ya había ascendido de clase social) y nos volvieron a mandar repetir la escena, pero esta vez iba sola caminando, pensando en mis cosas, y dos chicas, las protagonistas, subían corriendo las escaleras, cotilleando. Esa la rodamos cinco veces.

Nuestro público, un grupo de fumetas que ansiaba estar al lado de la única cámara que había y unos obreros de la construcción que estaban trabajando cerca y no paraban de gritar “¡Cámara, luces y acción!”.

Surrealista del todo.

-   Bueno, vosotras ya habéis acabado –dijo Jose.
-   ¡¿Ah, sí?! ¡¿Tan pronto?!

Solo habían pasado dos horas.

-    Sí, ya no hay más escenas de exteriores, pero se os va a pagar lo mismo. Yo siempre digo cuál es el horario completo de rodaje para que la gente no se lleve sustos después, pero sí que es verdad que en algunos casos no es necesario estar todo el día.

Ahora sí el equipo estaba más relajado.

-    ¿Qué tal, chicas? ¿Cómo lo habéis pasado?
-     ¡Muy bien!
-      Pues los datos no los tiramos, los guardamos siempre para otros rodajes, así que es probable que os volvamos a llamar.

Quién lo iba a decir, artista por un día o más, quién sabe.

martes, 28 de octubre de 2014

Habla, te escucho

Yo, yo y yo, y luego yo también. Parece que ya no existen los diálogos y que en su lugar solo hay monólogos o exhibiciones. Cada vez nos regodeamos más en nosotros mismos y pocas veces pensamos en los demás. Qué hay del arte de escuchar, de la empatía. Dejar espacio al otro para que también hable, cuente sus experiencias, opine. Demostrarle que nos importa.

Ni siquiera en las redes sociales llegamos a ser realmente sociales. En la mayoría de los casos son un muestrario público de lo que hacemos o lo que pensamos, como este artículo. No entablamos conversaciones más allá de una escueta frase. Si lo hacemos, porque lo más común es poner un "Me gusta" o un "Favorito" o nada. No hay tiempo. Vivimos demasiado deprisa.

De hecho, en el paso a la vida real, las cifras aún son más sangrantes. De 300 amigos que puedes tener en el Facebook, es posible que estos se reduzcan a los dedos de una mano o peor, que no tengas ninguno.

Hay personas que se aprecian mutuamente y nunca se llaman para tomar un café. Tropiezan por casualidad en la calle y dejan en el aire la promesa de verse, pero ese encuentro nunca se produce. El móvil pesa mucho a la hora de llamar y nuestra rutina también.

"Me siento solo/a", llegué a oír, no solo una vez, sino varias. Una palabra terrible que me gustaría evitar y que suena aún peor en una ciudad llena de personas.

Sin embargo, todavía hay un pequeño porcentaje de gente que, sin conocerte mucho, se implica y te ayuda cuando tú menos lo esperabas. Aparecen por sorpresa porque suelen pasar desapercibidos, pero están en tu día a día. Personas que te saludan cuando llegas y preguntan "Qué tal estás" de una forma sincera, y a partir de ahí todo cambia.

Me llegaron a ofrecer su casa; me presentaron a sus amigos; me defendieron, sin yo saberlo; me acompañaron o simplemente se preocuparon por mí.

Gestos, detalles que en su momento fueron decisivos en mi vida.

Se puede hacer tanto con tan poco.

viernes, 10 de octubre de 2014

Lobios

Embalse de Lobios. LGP
Hace unos cuantos años estuve en el parque natural da Peneda-Gerês, en Portugal, haciendo frontera con Galicia, pero es tan vasto que no me dio tiempo a visitar el de o Xurés, situado al otro lado, en Ourense. Los dos comparten el título de Reserva da Biosfera.

Rutas en O Xurés. LGP
Hace tiempo que querían unificarlos institucionalmente con un acuerdo transfronterizo, lo que permitiría no duplicar información, por ejemplo, pero los folletos que existen no están pensados para eso. Portugal tiene los suyos y Galicia igual. Algo que genera muchas dificultades para el viajero, porque no existe un mapa general para saber cómo llegar al punto de inicio de una ruta.

Pese a las dificultades, recomiendo echarse a la aventura porque el sitio es precioso.

Nosotros, esta vez, para adentrarnos en o Xurés, optamos por una casa rural en Lobios, donde está el Centro de Interpretación de la Naturaleza. Allí nos recomendaron hacer la ruta circular del río Mao, de dificultad media, que va siguiendo el cauce y se cruza con numerosos molinos. Es un continuo sube y baja esquivando raíces o ramas y trepando a grandes piedras, pero con un bonito pasisaje.

Ruta del río Mao
A Escusalla. Foto de www.casadafeiravella.com
Como curiosidad, la ruta parte de la abandonada Casa de la Escusalla sobre la que existen varias leyendas, como la de la existencia de un fantasma de un fraile portugués. Sobre esta mansión, que fue visitada por el equipo de "Cuarto Milenio", no están claros sus orígenes. Podría ser un cenobio, una casa rectoral o una sede de la Santa Inquisición, según dicen los lugareños, que aseguran que en ella se han escuchado voces sin dueño y sonidos de animales.

Por la tarde decidimos visitar el singular pueblo de A Cela, cuyas casas están construidas aprovechando las grandes piedras de dos por dos que estaban en el terreno, en lo más alto del monte, dando lugar a construcciones tan extrañas como estas:

Al fondo, muro de una casa de A Cela. LGP

Parte trasera de una casa en A Cela. LGP
Al día siguiente, hicimos la ruta da Corga da Fecha, que parte del balneario de Lobios, de dificultad baja. Por cierto, justo al lado de este, hay una piscina gratuita de aguas termales que manan a 70º, muy recomendables. Más adelante, avanzando recto están los restos desenterrados de la mansión romana de Aquis Originis, de la que se puede ver un espacio termal con sistema de calefacción (los arcos naranjas), además de un comedor, un horno y varias estancias. Los restos que se encontraron en el yacimiento se pueden ver en el Museo Arqueológico de Ourense.

Aquis Originis. LGP


El resto del camino transcurre llano y en un momento se desvía a la izquierda para ver la preciosa cascada Corga da Fecha, de gran altura y caudal, que termina en una poza de aguas transparentes donde es difícil resistirse al baño.

Cascada Corga da Fecha. LGP
Después, regresamos para caminar a lo largo del hermoso valle del río Caldo, eligiendo el sendero de la derecha, hasta llegar a los miliarios de a Ponte Nova. Columnas cilíndricas que se ponían en las calzadas romanas para marcar una milla romana, 1.481 metros. A partir de ahí, podemos desviarnos a la izquierda para volver sobre lo que queda de calzada romana (Vía Nova) y que antiguamente unía Braga con Astorga.

Miliarios. ISP
Esa fue la última ruta. Aún nos quedaron sitios que visitar, pero un fin de semana no llega para todo. Aunque uno es mejor que nada.

¿Conoces a Baixa Limia? ¿Recomendarías alguna otra ruta?

jueves, 25 de septiembre de 2014

Una semana en Ibiza



Ibiza es un paraíso masificado por las discotecas, los hoteles piramidales y las hordas de alemanes e ingleses que invaden sus playas. Sus pequeñas ciudades han perdido el encanto que seguro tiempo atrás tenían, debido a los fast food y a los numerosos puestos de supuestos “hippies” que venden cosas made in China y las cobran como si estuvieran hechas a mano.

Para colmo, por culpa de esta industria que sostiene a la isla, por razones de comodidad, no se invierte lo suficiente en la conservación y divulgación del patrimonio natural e histórico, como por ejemplo, en el caso de Las Salinas o las casas de los pescadores en Ibiza ciudad. Sin embargo, aún es posible encontrar lugares únicos, sobre todo, en sus calas azul turquesa, decoradas de tierra roja y pino verde.

Cala de Portinatx. LGP
Para llegar a ellas, hicimos base en Portinatx, al noreste de la isla, en un hotel con una playita de arena fina y aguas transparentes donde daba gusto nadar (la temperatura era similar a la de las piscinas). Como era septiembre, ya no había muchos turistas y se veían pocos niños. Eso sí, nadie excepto nosotros y el servicio era español. Es algo inevitable.

Calle de Sant Joan. LGP
De allí fuimos a Sant Joan de Labritja en bus, uno de los pueblos más grandes de la zona y del que tardamos en salir cinco minutos porque sólo tenía tres calles. Así que para no perder la tarde, tuvimos que coger un taxi a Santa Eulària, una ciudad costera con un paseo marítimo agradable, aunque lo que más llama la atención de ella es su iglesia fortificada con cañones en lo alto del Puig de Missa, para defenderse de las agresiones marítimas.

Dalt Vila. LGP
Para el día siguiente, dejamos Ibiza, porque ya teníamos coche de alquiler, allí recorrimos las empinadas calles de su casco antiguo medieval  fortificado, Dalt Vila, que fue construido por Felipe II para proteger la ciudad de ataques piratas y otomanos. Muchos de sus edificios tienen sobre sus puertas blasones de las familias nobles que residían en ellos. 

Desde arriba, junto a su sencilla catedral, se pueden observar los barrios de La Marina y Sa Penya, donde vivían pescadores y artesanos en pequeñas casitas encaladas, aunque, como comenté antes, están muy dejadas.

Edificios modernistas de Vara de Rey. LGP
Ya abajo, visitamos los edificios modernistas del Passeig de Vara de Rey, junto al mítico hotel Montesol y el teatro Pereyra, de 1898, donde se puede escuchar cada noche música en vivo. Más allá, en el puerto, es curioso ver el monumento dedicado a los corsarios, barcos particulares que con el beneplácito de la Corona se dedicaban a la captura de naves extranjeras enemigas del país expendedor de la carta de Patente de Corso. Este es el único en el mundo y se levantó porque parte de la economía de Ibiza prosperó en el siglo XV gracias a ellos.

Hipogeo de Puig des Molins. JLGG
Una hora conviene reservarla para la necrópolis de Puig des Molins, donde en su museo hay una gran variedad de piezas fenicias, púnicas y romanas de algunos de los 3000 hipogeos que alberga la zona y que corresponden a los distintos pueblos que vivieron en la isla en diferentes épocas. Algunas de esas cámaras se pueden visitar y hay vídeos explicativos de los diferentes ritos fúnebres que se llevaban a cabo.

Cuevas de Can Marçà
Otro día, por la mañana, nos dirigimos a las cuevas de Can Marçà, cerca del port de Sant Miquel, desde cuyo mirador hay unas preciosas vistas y se vislumbra la isla Murada. A una altura de 12/14 metros sobre el nivel del mar, las cuevas no son tan impresionantes como las del Drach en Mallorca, ya que son pequeñas y casi no tienen estalactitas y estalagmitas por la sequedad del ambiente, pero es curioso saber que fueron usadas por contrabandistas para cargar fardos desde el agua y esconderlos entre sus cavidades. De hecho, aún se pueden ver restos de pintura negra o roja para marcar salidas de emergencia, aunque el paso parezca imposible.

Cala de Benirrás. LGP
Justo al lado, está la cala de Benirrás, llena de piedrecitas, una de las pocas que no está asediada por bares y hoteles y donde mucha gente se reúne para ver atardecer. Sobre todo el domingo, cuando lo despiden con el sonido de los tambores.

Mercadillo hippy de Es Canar. LGP
Al ser miércoles, decidimos dedicar la tarde al mercadillo hippy de Es Canar, el más grande y auténtico de la isla. En sus numerosos puestos puedes encontrar artesanía típica y piezas de la India o Marruecos, pero conviene ver etiquetas para confirmar su procedencia y regatear, ya que no es oro todo lo que reluce.

Cala de Aguas Blancas. Foto publicada en www.ibizamaps.net
A la vuelta, finalizamos nuestro recorrido en la cala de Aguas Blancas, estrecha, a los pies de un impresionante acantilado. Enfrente, se podía ver la isla de Tagomago que alquilan para eventos.

Torre de vigilancia de Portinatx. DGP
El jueves nos levantamos para ver una de las abandonadas torres vigía que están repartidas por todos los puntos estratégicos de la isla para alertar de los ataques piratas y la tarde la dedicamos a Sant Antoni, con su preciosa bahía. Lo más típico es ir a ver atardecer desde "Café del mar", si puedes permitírtelo, porque un agua cuesta seis euros.

"Café del Mar". LGP

 Nosotros preferimos fugarnos a cala Salada, típica ibicenca, con sus casetos de pescadores.

Cala salada. LGP
El viernes fue para el santuario púnico Des Culleram, dedicado a la diosa protectora Tanit, cerca de la cala San Vicent, aunque me arrepentí de ir. 

Después de subir una intrincada carretera monte arriba, hay que bajar andando varios metros, sorteando piedras con ayuda de una cuerda, para al final ver una cuevita con una reproducción falsa del torso de la diosa del tamaño de una mano. A la derecha hay una cavidad mayor, de la altura de una habitación, con una piedra en el centro sobre la que la gente deja ofrendas, pero todos los restos hallados en el lugar están en el Museo Arqueológico de Ibiza.

Diosa Tanit en Des Culleram. Foto de www.soloibiza.com
Mucho más reconfortante fue ver atardecer en la cala D'Hort, al suroeste de la isla, con los aguijones del islote de Es Vedra. A la vuelta, sí conviene hacer una parada técnica en "Km5", un restaurante lounge con sofás, sombrillas y jaimas donde relajarse tomando una copa en medio del campo.

Atardecer desde el mirador de Es Vedra. LGP
El último día nos dirigimos a la playa de Ses Salines, para ver sus aguas transparentes y visitar las Salinas, zona natural protegida por la gran cantidad de especies de pájaros que paran en ellas, como los flamencos. Sin embargo, nos llevamos una decepción ya que no había centro de interpretación de la naturaleza y tampoco existía una ruta explicativa de cómo se producía la sal, uno de los bienes más representativos de Ibiza, con el que comerciaron durante siglos. El acceso a las lagunas estaba cerrado por una empresa privada y sólo era posible sacar fotos desde la carretera.

Las Salinas. LGP
Y casi sin comerlo ni beberlo se pasó la semana. Atrás tuvimos que dejar Formentera y los 30º que nos acompañaron durante todo el viaje. Volvimos más morenos, contentos de haber chapoteado como delfines en el Mediterráneo y con la alegría de haber prolongado el verano, ese que en Galicia sólo dura dos semanas. Ayyyy... playitas de Ibiza, hasta la próxima.

viernes, 12 de septiembre de 2014

"Amami, Alfredo". Descubriendo "La Traviata"


Creo que ya había contado que fue mi hermano quien me llevó a descubrir la ópera, ya que el canto lírico es una de sus pasiones y trabaja a veces como barítono. No recuerdo si la primera obra que vi fue “Così fan tutte” o “L’elisir d’amore”, lo que sí sé es que estaba emocionada, y es que la ópera o la amas o no la soportas, no hay término medio. Yo soy de las que siente escalofríos con las arias y la orquesta en vivo, disfruto viendo los decorados y el vestuario y tomo partido a favor de un personaje u otro. Aunque la tengas en CD, nada es comparable a escucharla en directo.

 
En Coruña, el Festival de la Ópera -uno de los más antiguos de España- suele ser en septiembre y este año sólo se representó una (las demás son cantadas, sin actuación), “La Traviata”, de Verdi. En el cine, es la obra que emociona a Julia Roberts en "Pretty woman", como dato anecdótico. Es sencilla, pero muy bonita, porque resulta bastante melódica, tiene muchas piezas que recuerdas fácilmente y tatareas sin darte cuenta. Aunque su argumento, como muchos del romanticismo, es trágico.

Cuenta la historia de una rica cortesana, Violetta, que da una fiesta en su salón de París tras superar una enfermedad. Allí conoce a Alfredo, quien es el responsable del discurso del brindis, uno de los temas más conocidos de la obra: Libiamo ne' lieti calici”.



Más tarde, ella se encuentra indispuesta al sufrir un mareo, momento que aprovecha Alfredo para confesar a Violetta que la ama desde hace un año. Ella no le cree, pero alberga dudas y le da una oportunidad. Sin embargo, a continuación canta “Sempre libera”, una defensa de su necesidad de libertad e independencia.


Aún así, tres meses después, Violetta y Alfredo viven felices en una casa de campo en las afueras de París, pero Alfredo descubre que Violetta está vendiendo sus bienes para mantenerlo y se marcha con la intención de impedirlo. En ese momento, llega el padre de Alfredo a la casa, Giorgio Germont, y le exige a Violetta que deje a su hijo, porque él tiene una hija a la que quiere casar y no podrá hacerlo si el nombre de Violetta, como cortesana, aparece vinculado al de su familia. Violetta, trágicamente, lo asume y decide abandonar a Alfredo, le escribe una carta que llegará a él por mano de sus sirvientes y cuando él entra en la casa antes de que ella se vaya, le canta llorosa “Amami, Alfredo”, pidiendo su amor incondicional.


Cuando Violetta se ha ido y Alfredo lee la carta, su padre vuelve a la casa para intentar calmar su desesperación recordándole su hogar, “Di Provenza il mar”:


Pero no sirve de nada, Alfredo cree que Violetta se ha ido a la fiesta de una amiga y va a buscarla. Allí la encuentra con el barón Douphol y la repudia públicamente tirándole el dinero que dice que le debe, mientras ella no para de repetirle cuánto le ama.
Todos los asistentes, incluido su padre, se vuelven en contra de Alfredo. Es entonces cuando él se marcha avergonzado, sabiendo que ella nunca le perdonará. 

Meses más tarde, la enfermedad que asediaba a Violetta hace mella en ella y la lleva al borde de la muerte en su dormitorio, vacío, porque lo ha vendido todo. Allí recibe una carta del padre de Alfredo diciéndole que le ha explicado todo a su hijo y que van de camino a París, pero ella siente que ha llegado su hora. Sin embargo, cuando todo parecía perdido, Alfredo aparece para pedirle perdón y decirle que dejarán París, Parigi, o cara , noi lasceremo”, pero no hay remedio, minutos más tarde ella fallece.


La verdad es que es difícil escoger escenas porque hay muchas bonitas y la combinación de voces entre el tenor, la soprano, el barítono y los coros son perfectas. Estas son las que más me gustan. Espero que las disfrutéis tanto como yo.