Comienzo 2012 sin pensar en el futuro lejano. Algo inimaginable en mí cuatro años atrás, cuando siempre hacía predicciones siguiendo el patrón de vida que tuvieron mis padres: estudio, trabajo, me independizo, asciendo, me compro un coche, sigo trabajando, paso del alquiler a una hipoteca, etc.
Parecía que sabía qué iba a estar haciendo según la etapa en la que me encontrase.
En 2009 me despidieron, en plena crisis económica y ese año destapó la verdad que yo sabía y no quería saber. Que aunque siguiera en mi trabajo, mi sueldo nunca llegaría a los 1.000 euros, tampoco tendría oportunidades de evolucionar en la empresa y mucho menos de seguir el modelo de vida de mis padres.
De repente, apareció la ansiedad porque no sabía qué hacer para cambiar las cosas y las metas que me había propuesto antes no tenían sentido. Intenté varios caminos. Lo hice sin la convicción de que me condujeran a alguna parte, pero cualquier ocupación era mejor que quedarse de brazos cruzados abriéndole las puertas a la depresión.
Fue mi insistencia y mis ganas de huir de mi habitación las que hicieron que esos caminos confluyeran misteriosamente al cabo de un año, como si todo estuviese preparado para sacarme de donde estaba.
El futuro dejó de preocuparme porque entendí que por mucho que lo intentemos diseñar, es completamente imprevisible y que lo que cuenta es nuestra capacidad de adaptación a los giros del presente.
Con ello, abandoné la hoja de ruta de mis padres para escribir la mía propia, trazada en función de las circunstancias actuales y con un gran espacio en blanco para improvisar, porque en ella todo es posible.
Desde luego, admitir que nos enfrentamos a lo incontrolable da miedo, pero eso dejó de asustarme, porque ese año y los siguientes pude comprobar que siempre era capaz de salir airosa de cualquier situación por difícil que pareciese.
Además, huyendo de la tristeza, le concedí importancia a otro orden de cosas que nunca parecen importantes hasta que las pierdes, como la compañía de las personas que siempre están conmigo, el olor del bosque después de la lluvia, la capacidad de sentir y amar, los cielos cargados de estrellas, la risa compartida, la oportunidad para intentar cumplir mis sueños, como volar en avioneta, el poder leer y tener acceso a la cultura, el sonido del mar, los buenos recuerdos, el sabor de las comidas hechas con cariño...
Entro en 2012 estando de nuevo en el paro, con algún contrato temporal en perspectiva y el proyecto de crear mi propia empresa en marcha, aunque a paso lento, con unas cuantas trabas que superar. Hace unos años me sentiría derrotada, ahora estoy deseando empezar mil nuevas aventuras.
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
Los textos publicados en este blog figuran en el registro de la propiedad intelectual y están protegidos por derechos de autor.