Un año y medio ya…
No ha llovido ni nada.
En todo este tiempo he hecho un montón de cosas, desde
diseñar talleres literarios, hasta gestionar un evento para emprendedores y
desempleados en Coruña, entre otras iniciativas. Quería valerme por mí misma,
pero aún no lo he conseguido.
Por haches o por bes y tal y como le comentaba hace unos
días a una amiga, la mala suerte parecía perseguirme cuando estaba a punto de
alcanzar mi meta. Siempre había algún impedimento.
-
Bueno -me dijo ella- Al menos has estado muy
cerca de lograrlo. Habrá que volver a empezar.
“He estado cerca”, pensé. Sí, estaba tan imbuida en el
fracaso que no me había dado cuenta de que no valoraba mis pequeñas hazañas.
Me acuerdo de un documental de viajes que vi una vez. El
reportero hablaba con un monje tibetano que estaba creando un precioso mandala
de arena con mucha mano y paciencia.
Él le explicaba que los mandalas son dibujos geométricos
complejos inspirados en los principios budistas del universo y la energía,
basados en el equilibrio y que promueven la paz.
Cada vez que el monje terminaba de trabajar, colocaba una
urna de cristal sobre el dibujo para que la arena no volara.
Sin embargo, cuando acabó del todo su obra, expuso el
mandala al aire y este se deshizo al instante.
A la cara interrogante del periodista, el monje contestó que
los procesos de construcción y destrucción forman parte del equilibrio de la
vida y que debemos aceptarlos, aunque algunos nos cuesten más que otros.
Siempre se puede volver a empezar.