- ¿Diga?
- ¿Laura?
- Sí, soy yo
- Mira, te llamo de la productora “Awachinau”,
habías hecho un casting para figurantes el verano pasado, para una película de
acción. Para esa no te llamamos, pero ahora estamos con otra del siglo XIX y
necesitamos a chicas con el pelo largo y sin mechas. Tendrías que estar mañana
en la plaza de Pontevedra, a las 7:45, ¿te interesaría?
Eran las ocho de la tarde.
Eran las ocho de la tarde.
- Sí, vale.
- Pues mira, te explico, el horario de rodaje
suele extenderse hasta las 18:00, te vestirían y te maquillarían. Te damos un
bocata a media mañana y la comida del mediodía. Cotizarías un día a la
Seguridad Social en el régimen de artistas y te pagamos unos 25€. Sé que es muy
poco, pero la gente suele venir por la experiencia.
- No hay problema.
- Bueno, pues nos vemos en el antiguo edificio del
Eusebio da Guarda, pregunta por Jose. Trae tu número de cuenta, ven sin
maquillar y con las uñas sin pintar.
Y así es como te pueden cambiar los planes en unos minutos.
Nunca se sabe lo que puede ocurrir a la vuelta de la esquina.
De momento, yo ya estaba dando saltos por la casa adelante
porque iba a salir en una película. Imaginaba aquellos preciosos vestidos de
época con encaje, corpiño, sombrerito, ¿quizás una sombrilla? Lo que es seguro
es que me iba a divertir.
Al día siguiente, cuando llegué puntual al edificio aún
estaban colocándolo todo y era la primera figurante que apareció. Nadie sabía a
dónde mandarme y se palpaba cierta tensión en el ambiente, así que me fui a
tomar un cortado.
Cuando volví, ya habían llegado el resto de extras, éramos
unos ocho en total y solo dos chicas contando conmigo. Todos estaban sentados
esperando, mientras los miembros de la productora se volvían locos.
- ¡Ay, menos mal que estás aquí! Me dijeron que
habías llegado muy pronto. Yo soy Jose. Debí de entrar después de que te
fueras, perdona.
¡¡Ya tenemos transeúntes!! ¡¿Las podéis
vestir?! –les dijo a las de vestuario.
Y venga a correr. Nos metieron detrás de un biombo en un
escenario con las cortinas corridas y nos trajeron ropa de abuela.
- Oye -le dije a mi compañera, que se llamaba María- ¿No era una película del
XIX? Esto parece de posguerra.
- Yo creo que es de 1950.
- ¡Pues sí que acertó el chico con la época! 100
años de diferencia. ¡Adiós a los vestiditos de pitiminí! –suspiré decepcionada.
A mi compañera le dieron un traje chaqueta en beis y una
blusa con chorreras y a mí, un vestido de gasa negro con un estampado
indescriptible en burdeos y manga farol.
Una vez listas, fuimos a maquillaje, pero algo pasaba con mi
falda.
- Tú no puedes salir así, se te ve toda la pantorrilla -dijo la de vestuario- Hay que buscarte una falda más larga. Vuelve al biombo y ahora te llevo algo.
Era una mujer indecente. Enseñaba más de lo que debía.
El caso es que empezaron a traerme más vestidos y faldas
horribles y todos me quedaban por la rodilla. Tardaron casi una hora en
encontrar algo que me tapara media pantorrilla.
Los chicos no lo tenían mejor, a muchos se les caían los
pantalones y se los tuvieron que ajustar con alfileres.
Al final salí con un vestido de paño granate y un abrigo de
un color a juego, pero cuando estaba llegando a maquillaje, un chico me abordó
diciendo que le acompañara, que ya no había tiempo. La peluquera se encaró con
él:
- ¡¿Pero cómo te la vas a llevar así?!
- ¡¡Me da igual!! ¡¡Vamos fatal!! Aunque sea la
pongo de espaldas.
Ahora, era yo la que lo miraba fulminantemente.
- ¡Déjame hacerle una coleta aunque sea y ponerle
algo de laca!
- A ver… ¡Venga, rápido!
Tres toques y listo. Con esas pintas había envejecido diez
años.
Edificio principal del Eusebio da Guarda. Imagen de ampamarorzan.wordpress.com |
La escena se grababa en la escalinata del antiguo edificio.
Según nos explicó Marta, la regidora, mi compañera y yo debíamos ir paseando de
lado a lado hablando de los niños que habíamos dejado en el colegio y de
nuestras cosas. A mí me dieron, además, una cesta con apios.
Mientras tanto, los chicos, que hacían de alumnos de una
escuela de hostelería, entraban en clase junto a su profesor.
Fueron escenas de transición que rodamos siete veces.
Después nos dieron otros abrigos diferentes (esta vez
llevaba uno con cuello y mangas de piel. Ya había ascendido de clase social) y
nos volvieron a mandar repetir la escena, pero esta vez iba sola caminando,
pensando en mis cosas, y dos chicas, las protagonistas, subían corriendo las
escaleras, cotilleando. Esa la rodamos cinco veces.
Nuestro público, un grupo de fumetas que ansiaba estar al
lado de la única cámara que había y unos obreros de la construcción que estaban
trabajando cerca y no paraban de gritar “¡Cámara, luces y acción!”.
Surrealista del todo.
- Bueno, vosotras ya habéis acabado –dijo Jose.
- ¡¿Ah, sí?! ¡¿Tan pronto?!
Solo habían pasado dos horas.
- Sí, ya no hay más escenas de exteriores, pero se
os va a pagar lo mismo. Yo siempre digo cuál es el horario completo de rodaje
para que la gente no se lleve sustos después, pero sí que es verdad que en
algunos casos no es necesario estar todo el día.
Ahora sí el equipo estaba más relajado.
- ¿Qué tal, chicas? ¿Cómo lo habéis pasado?
- ¡Muy bien!
- Pues los datos no los tiramos, los guardamos
siempre para otros rodajes, así que es probable que os volvamos a llamar.
Quién lo iba a decir, artista por un día o más, quién sabe.