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jueves, 15 de marzo de 2012

Footloose

Hoy vi a un señor mayor bailando a escondidas en el autobús

Es difícil de creer, pero es cierto.

Fue el último en subir y se dirigió a ese espacio en el medio, donde no hay asientos, junto a la puerta de salida. Su primer movimiento, cuando alcanzó la barra vertical de sujeción, fue un pequeño brinco armónico hacia la izquierda que lo situó al lado de la ventana.

Yo estaba sentada detrás de él, pensando seriamente en ir al médico y comentarle que tenía algo más que mucha imaginación, pero entonces aquel hombre empezó a mover las caderas.

Estaba claro, el bus iba casi vacío, no había gente a su alrededor, el escenario era suyo.

Eran movimientos leves, mitigados para no llamar la atención, pero lo hacía con la soltura y la precisión de Michael Jackson. En espasmos, como si fuese su propio cuerpo el que se lo ordenaba.
Ladeaba la cabeza, subía el hombro, chasqueaba los dedos.

No llevaba cascos, estaba claro que la música nacía dentro de él. Con pasión. Estaba loco de alegría.

Me recordaba a un chaval de 10 años cuando recibe el beso de la niña que tanto le gustaba, solo que este tenía unos 73.

Quizá hubiese ganado al tute o a lo mejor Adela le dijo que bailaría con él el viernes. También puede ser que por primera vez y delante de los amigos hubiese dejado sin palabras a Evaristo, ese viejo tozudo que creía saberlo todo. No lo sé, pero su felicidad era altamente contaminante.

Cuando llegamos a la parada de la Gaiteira saltó volando en el mejor de los musicales, el de su vida.


lunes, 5 de marzo de 2012

Guerra a la tristeza

"Negra sombra, que sempre me asombras (...) En todo estás e ti es todo (...)", decía Rosalía de Castro. No conozco otro poema que describa mejor la tristeza, una amargura profunda que se instala sin permiso en el corazón. A veces tiene un sentido, una razón y otras no. Así de simple.

Últimamente, en estos tiempos difíciles, salen mil y un conferenciantes hablando de que hay que cambiar el pensamiento, ser optimistas y lo explican con una soltura loca, "el día que hice clic", te espetan, pero nadie te cuenta cómo se hace eso y no, no se resuelve en un día, ni en dos semanas, ni en un mes.
Para complicar aún más las cosas, resulta que el libro "El secreto", un éxito de ventas, afirma que si tú deseas algo con todas tus fuerzas se hará realidad por la ley de la atracción.

Y entonces, digo yo, ¿por qué no me toca la Lotería? Lo deseo fervientemente y pagué por el décimo.

Patrañas, olvídate. Para vencer la tristeza sólo conozco una forma de conseguirlo.

Hace falta mucha ayuda, toda la que puedas reunir. De médicos, de la familia, de los amigos, de tu pareja, de tus vecinos, de quien tengas a mano. No te quedes solo.

Después, hay un requisito indispensable que sólo depende de ti: que quieras salir de ese agujero, porque vas a tener que trabajar y hacer muchas cosas para las que no vas a tener ganas. Cosas, quizá, que antes te gustaban, pero que ahora no te apetece hacer y buscar otras nuevas que puedan provocar en ti alguna motivación.

Otro consejo: deja de quejarte. En un principio la queja puede servir como desahogo, pero cuando esta dura horas y días y permites que se convierta en un bucle, lo único que está haciendo es destruirte e impedir que aprecies las cosas buenas que puede haber en tu vida, aparte de ahuyentar a cualquiera que se acerque a ti. En lugar de eso, busca soluciones a los problemas y actúa o si estos no se pueden resolver, hay que aprender a aceptarlo -sé que cuesta un mundo- y emprender, poco a poco, nuevos caminos.

Por último, dedica parte de tu tiempo, cada día, a pensar en aquello que ahora tienes y te hace feliz, porque siempre hay algo, pero se vuelve invisible. Recuérdalo.

Haciendo todo esto, no te sentirás bien ya el primer día, será una lucha continua donde tendrás que ponerte pequeños objetivos: comer, aunque no tengas apetito; dejar de llorar, aunque sólo sea durante una tarde; salir a pasear, aunque te dé igual a dónde ir, pero habrás hecho posible que las cosas empiecen a cambiar.

¡¡Ánimo y adelante!! Siempre adelante.