"Negra sombra, que sempre me asombras (...) En todo estás e ti es todo (...)", decía Rosalía de Castro. No conozco otro poema que describa mejor la tristeza, una amargura profunda que se instala sin permiso en el corazón. A veces tiene un sentido, una razón y otras no. Así de simple.
Últimamente, en estos tiempos difíciles, salen mil y un conferenciantes hablando de que hay que cambiar el pensamiento, ser optimistas y lo explican con una soltura loca, "el día que hice clic", te espetan, pero nadie te cuenta cómo se hace eso y no, no se resuelve en un día, ni en dos semanas, ni en un mes.
Para complicar aún más las cosas, resulta que el libro "El secreto", un éxito de ventas, afirma que si tú deseas algo con todas tus fuerzas se hará realidad por la ley de la atracción.
Y entonces, digo yo, ¿por qué no me toca la Lotería? Lo deseo fervientemente y pagué por el décimo.
Patrañas, olvídate. Para vencer la tristeza sólo conozco una forma de conseguirlo.
Hace falta mucha ayuda, toda la que puedas reunir. De médicos, de la familia, de los amigos, de tu pareja, de tus vecinos, de quien tengas a mano. No te quedes solo.
Después, hay un requisito indispensable que sólo depende de ti: que quieras salir de ese agujero, porque vas a tener que trabajar y hacer muchas cosas para las que no vas a tener ganas. Cosas, quizá, que antes te gustaban, pero que ahora no te apetece hacer y buscar otras nuevas que puedan provocar en ti alguna motivación.
Otro consejo: deja de quejarte. En un principio la queja puede servir como desahogo, pero cuando esta dura horas y días y permites que se convierta en un bucle, lo único que está haciendo es destruirte e impedir que aprecies las cosas buenas que puede haber en tu vida, aparte de ahuyentar a cualquiera que se acerque a ti. En lugar de eso, busca soluciones a los problemas y actúa o si estos no se pueden resolver, hay que aprender a aceptarlo -sé que cuesta un mundo- y emprender, poco a poco, nuevos caminos.
Por último, dedica parte de tu tiempo, cada día, a pensar en aquello que ahora tienes y te hace feliz, porque siempre hay algo, pero se vuelve invisible. Recuérdalo.
Haciendo todo esto, no te sentirás bien ya el primer día, será una lucha continua donde tendrás que ponerte pequeños objetivos: comer, aunque no tengas apetito; dejar de llorar, aunque sólo sea durante una tarde; salir a pasear, aunque te dé igual a dónde ir, pero habrás hecho posible que las cosas empiecen a cambiar.
¡¡Ánimo y adelante!! Siempre adelante.
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
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