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domingo, 19 de junio de 2011

Un día especial

Ayer fue un día especial y no porque me quedara en casa, arrastrada, con un catarrazo del demonio o porque descubriese la intriga de la serie "Juego de Tronos", sino porque justo ese día hacía 12 años que conocí a Bieito.
Tengo que admitir que entre kleenex y kleenex, pesadez de cabeza y estornudos varios, no caí en ello, pero él me lo recordó por la mañana al día siguiente, cuando me llamó por teléfono.

Ultimamente no estamos mucho juntos.
Justo ayer era la presentación de la liga de traineras en Rianxo, donde pasó todo el día, mientras yo estaba en jaque tirada en el sofá. Hoy se tuvo que ir a Valladolid para poder resolver mañana unos asuntos de la carrera y el resto de la semana está haciendo un curso en Santiago, del que vuelve muy tarde.

Quizá, después de tantos años, el que no pueda verle no debería importarme. Entiendo que cada uno tiene que hacer su vida, cuidar a sus amigos y mantener sus aficiones. Respeto tanto su espacio como el mío. Creo que es algo fundamental en cualquier pareja...

...pero algo se encoge en mí cuando no está a mi lado.

Pareceré alegre y tranquila, como siempre. Bajaré a tomar algo y me reiré más de una vez.
Seguro que lo pasaré bien y sin embargo, una parte de mí estará proyectando su figura como si estuviera presente: qué diría, qué haría, qué  cara pondría en ese momento... E inevitablemente su nombre saldrá de mi boca.

No puedo evitarlo, aún estoy enamorada.
Como una chiquilla de quince años. Feliz de sentir su mano entre las mías. Esperando a proyectarme en sus ojos, colgada de su sonrisa y mirando el móvil para ver si tengo llamadas perdidas.
No me acuesto sin escuchar su voz por la noche y me levanto alegre pensando que vendrá a verme a la oficina.

Sé que no lo suelo decir, pero lo pienso, todos los días.

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