Desierto cerca de Zagora, Marruecos. Fotografía de winkyintheuk. |
Todas las personas, alguna vez, se han visto obligadas a atravesar un desierto. Muchas incluso encuentran más de uno en diversas etapas de su vida. Unos son más largos que otros, pero todos te ponen a prueba. Nunca sabes detrás de qué duna dejarás de ver la arena.
Yo he pasado por cuatro pequeños desiertos hasta ahora, el último me lo encontré en febrero.
Las razones que te pueden llevar a cruzarlo pueden no ser muy significativas, pero suelen esconder otras más importantes y no tan obvias.
Yo llegué a este último desierto con la decepción. Un sentimiento muy peligroso, porque implica que todo aquello en lo que creías, de lo que estabas segura, que te motivaba y en lo que confiabas desaparece de repente y deja de sostenerte, te quedas sola.
Cometí un gran error de planteamiento. Sabía que para llegar a mi objetivo, crear mi propia empresa, tendría que superar muchas dificultades, pero pensé que iba a estar acompañada y eso a mí me da una fuerza imparable, descomunal. Es curioso, para convertirme en el increíble Hulk no necesito necesariamente que me ayuden con su trabajo a alcanzar mi meta, me basta con una llamada, sólo una llamada de vez en cuando.
Eso se produjo en un principio, pero fuera de las poquitas personas que forman mi círculo de confianza, no se mantuvo, a pesar de que parecía que no iba a ocurrir.
La culpa fue mía, porque debía de ser lo suficientemente fuerte como para caminar sin ese respaldo. Tenía que haberlo previsto y en lugar de eso, caí en tierras de la apatía.
Para mí, es una de las peores cosas que me pueden pasar, porque una vez que estás allí, no eres capaz de ver nada. Aunque estés rodeado de oasis, estos se harán invisibles a tu paso.
Andas, porque sabes que si te paras, te quedarás allí para siempre, pero, aunque no te lo creas, conozco a gente que se ha parado, porque ya no podía más.
Afortunadamente, como dije antes, no es el único desierto que he cruzado y por eso sé que todos tienen un final. No sabes cuándo llegará, pero si caminas manteniendo siempre la misma dirección, tienes más posibilidades de salir de él y es verdad, puedo asegurarlo.
En marzo me llegó la respuesta del Ministerio de Empleo y Seguridad Social sobre la consulta que les había hecho por escrito, preguntándoles si un autónomo, cuya facturación anual no supera el salario mínimo interprofesional, 8.979,60 euros al año, está obligado a pagar la cuota de la Seguridad Social, 254€ mensuales, que es la opción más barata con la cotización mínima. Esto es lo que me dijeron:
¿Qué quiere decir? Pues que sí, que lo que preguntaba es posible, pero también es posible lo contrario, todo depende de cómo evalúe la Administración de la Tesorería General de la Seguridad Social los documentos sobre la actividad que desarrolle. Si creen que esta se corresponde a un trabajo aislado, ocasional y con una escasa remuneración, no tendría que pagar la cuota, pero si os fijáis, en este documento no hay límites definidos en cifras concretas sobre ello. Al final todo queda bajo el criterio del funcionario que gestione el caso y no estás libre de multa y juicio por intentarlo.
Además y por otro lado, tal y como se aclara en el último párrafo, esta carta no tiene valor de certificado ni de justificante para apoyar mi tesis. No es vinculante (se cubren muy bien las espaldas)
Esta fue una patada en el trasero importante, desde luego, de entre otras que recibí, pero tenía que seguir caminando, aunque fuera sin apoyos, así que decidí aprender a controlar los gestores de contenidos (Joomla, Drupal, Wordpress...) para diseñar webs, el único aspecto de mi formación en comunicación corporativa que estaba pendiente. Ya encontraría otra forma de emprender.
Mientras tanto, trabajé contratada de forma temporal por mi colega, Mario, dando clases de redes sociales para pymes; mantuve las mías activas; creé junto a una compañera el blog de ocio y moda en A Coruña, Amarene, y seguí acudiendo a eventos de empresas, por si alguna me inspiraba.
En uno de ellos conocí a Laura, una chica inquieta, activa y muy simpática que era especialista en CMS, SEO y community manager. Ese día presentaba su proyecto, Pixelia, en la clausura de un curso de Fundación Mujeres. Lo hizo francamente bien y tras su intervención, me acerqué a ella para contarle qué quería hacer y proponerle una colaboración. Tomamos un café unos días después y... ¡voilá!, ahora ya somos un equipo.
Laura vino como una fresca brisa de verano, con sus ganas y su electricidad, pero yo aún no sabía programar en HTML y CSS y no estaba segura de que pudiera pagar todo el curso que estaba haciendo en una academia privada. De repente, llegó agosto y me llamó mi orientador laboral del Servizo Público de Emprego: "Oye, que sale un curso de diseño web para desempleados. ¡Apúntate ya!". Lo hice y pasé el examen de acceso.
Gracias a esto, además de adquirir nuevos conocimientos que me hacían falta, conocí a otros profesionales que ahora son amigos y recuperé las ganas de pelear, a la vez que una idea surgía en mi cabeza: "¿Y si hay más gente a la que le haya pasado esto?, que quieran emprender, pero no encuentren apoyos. Quizá con darles una idea y una palabra sea suficiente".
Fotografía de Saxon |
Se me ocurrió organizar reuniones informales, de lluvia de ideas, con personas abiertas y emprendedoras, relacionadas profesionalmente de forma indirecta, para compartir proyectos y objetivos. Salió fenomenal, tanto que ahora es posible que lo lleve a cabo para un Ayuntamiento.
Al mismo tiempo, en noviembre, me enteré por la Confederación de Empresarios de A Coruña de que se iba a llevar a cabo un curso de estudios de mercado gratuito para desempleados y también me apunté, lo que me llevó a conocer a otros emprendedores con mucho talento que me han incluido en sus proyectos.
Las dunas del desierto parecían disolverse como por arte de magia y con esa motivación, volví a la Tesorería General de la Seguridad Social. Esta vez, para preguntar si tendría que pagar la cuota mínima para facturar 80 euros de un trabajo que me habían encargado en concreto.
La funcionaria que me atendió no solo me dijo que no, tratándose de ese caso, sino que me contó que la cuota mínima, al ser mujer menor de 35 años, tenía una reducción del 30% porque estaba bonificada, lo que reducía el total a 177,35 €/mes . En este documento podéis ver otras bonificaciones existentes para otros colectivos.
En Hacienda también me dieron otra información que desconocía y es que las retenciones en las facturas realizadas a partir de la alta inicial, pueden ser del 9%, en vez de el 21%, los tres primeros años. Se explica muy bien aquí.
Eso unido a que un autónomo puede darse de alta sólo un mes -ese es el mínimo- para facturar y luego darse de baja, pone las cosas más fáciles. Eso sí, no te libra de hacer la declaración anual y las trimestrales, pero merece la pena (No es lo mismo pagar 177 euros sólo un mes, que pagarlos cada mes durante todo el año aunque no tengamos ingresos)
Y esta ha sido mi travesía por el desierto. Atrás he dejado lo que no me interesa. Sólo tengo ojos para mirar hacia delante y ver un horizonte nuevo. Es verdad que aún llevo algo de arena en los zapatos, pero eso me ayuda a tener los pies en el suelo.