Después de años escuchando recomendaciones de todo tipo, por fin he decidido matricularme en el gimnasio.
Mis padres ya estaban apuntados, así que me animé y fui con ellos.
Empecé a mediados de enero y para mí fue como entrar en un mundo aparte, lleno de seres extraños.
En primer lugar, el vestuario de chicas ya me sorprendió.
A las seis y media de la tarde, varios niños correteaban de un lado para otro, como si estuvieran en un parque, a grito pelado, mientras las madres le daban la merienda a sus bebés sentadas en los bancos para cambiarse.
Mi madre no se inmutaba y fue directa a buscar una taquilla libre, por lo que deduje que ese ambiente era de lo más normal e hice lo mismo.
Esquivando la marabunta, tropecé con intimidades de señoras de setenta años, completamente al descubierto, que se echaban la Nivea por todo el cuerpo sin contemplaciones y que acaparaban toda la zona.
- ¿Me permite?
- Sí, neniña, cómo no -me dijo apartando sus cosas mientras las lolas le colgaban lustrosas a la altura de la cintura.
No había problema y tampoco por eso iba a perder el parloteo sobre sus dolores con su compañera de natación terapéutica, en la taquilla de enfrente.
- Para la artrosis lo mejor es el spa y la natación -le recomendaba la otra.
Cuando estuve lista, me fui directa por primera vez a las máquinas. Bieito me había aconsejado hacer 20 minutos de elíptica (en la que parece que esquías), otros 20 de bicicleta y 15 a paso rápido en la cinta. Estaba decidida a empezar, hasta que entré en la sala.
Siempre pensé que tendría que hacer cola en el cine, en el súper, en el banco, ¡¿pero en un gimnasio?!
- A veces hay que esperar, las elípticas son las más demandadas -señaló mi madre- Toma, coge un buen trozo de papel de este rollo.
- ¿Tanto? Si yo no sudo mucho.
- Tú puede que no, pero espera a ver cómo dejan las máquinas otros...
Tenía razón, sólo tuve que ver a un señor en bicicleta para entenderlo todo. Las cataratas del Niágara se quedaban cortas.
Al final, después de un rato, logré subirme a una y comprender lo que tenía que hacer, presión con las piernas. Cuando llevaba 12 minutos me sentía como un ratón de laboratorio, acompañado de otros siete ejemplares, puestos en fila y mirando al frente, a un cristal empañado. Menos mal, que a mis espaldas estaban los machacas levantando pesas y hablando de sus múltiples musculaturas, dietas, fútbol y otros comentarios de lo más entretenido.
Buah, neno, por qué tendré el mp3 estropeado.
Hice lo propio con las otras máquinas, a un ritmo cómodo, para no matarme y querer volver otro día.
Sólo tuve problemas con el funcionamiento de la cinta, que intenté activar andando mientras hacía presión con los pies y le daba al botón de inicio. El sistema no era el mismo que el de la elíptica y la bici. Aquello no se movía, hasta que un señor me aclaró, antes de que siguiera haciendo el ridículo:
- Tienes que seleccionar la velocidad.
Entonces me emocioné y puse un siete. Casi me esnafro.
Tuve que agarrarme como pude y bajarla unos cuantos puntos. Sí, esas cosas no sólo pasan en las películas.
Pese a todo, acabé el circuito como una campeona, las endorfinas elevadas y, bueno, dispuesta a ser de nuevo rata de laboratorio.
Tienen razón, sienta muy bien hacer deporte.
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
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vente conmigo a montar en bici!
ResponderEliminarTengo que hacerle unos arreglillos a la bici...
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