De repente el hilo de los
pensamientos se acabó, ya no supo de dónde tirar, la mente se calló
en un profundo blanco. ¿Dónde estaba aquel barullo de palabras que
siempre sobresalía, tejiendo madejas interminables de ideas?
Se había quedado como un
imbécil cuando su amigo Marco se metió con él. Estaba demasiado
cansado, hasta para hablar; pero últimamente le pasaba con todo el
mundo. No había nada inteligente que decir.
Su madre empezó a
preocuparse cuando percibieron que ese no era el único problema.
Pedro iba haciéndose más y más transparente con el paso del
tiempo. Ya casi ni recordaban de qué color era la chaqueta que
llevaba. ¿Verde, beis?
Un día, un perro lo
atravesó mientras andaba por la calle y ella dijo que era el momento
de ir a ver al médico.
- ¿Qué tiene doctor?
- Falta de imaginación. Es
grave. Tiene el cerebro bastante vacío.
- ¿Y qué se puede hacer?
- Me temo que nada. Todo
depende de él. Tendrá que ir a buscarla.
A Pedro le aterrorizaba la
idea de salir de su entorno, pero cogió su mochila y dejando atrás
las
lágrimas de su madre se fue con su apariencia espectral desvaneciéndose en el horizonte. Tenía curiosidad por conocer la capital y decidió coger un tren hacia allí.
lágrimas de su madre se fue con su apariencia espectral desvaneciéndose en el horizonte. Tenía curiosidad por conocer la capital y decidió coger un tren hacia allí.
Cuando bajó de él se quedó
absolutamente impresionado, todos aquellos que le rodeaban, corriendo
de allá para acá, sin parar ni un segundo ni hablar con nadie, eran
casi más transparentes que él. Era una epidemia. Algunos
desaparecían de repente dejando su móvil en el suelo.
Desolado, se dejó caer en
un banco de un parque contemplando aquella escena y entonces se le
ocurrió una idea: ¿Y si se pintaba de arriba a abajo?
Buscó una tienda de
pinturas de pared, escogió el naranja y se embadurnó por completo
ante la mirada atónita del dueño del establecimiento.
Pedro no lo sabía, pero en
ese momento, había ganado un 25% de opacidad.
Orgulloso de haberlo hecho,
volvió a la calle a buscar trabajo. Probó en una agencia de
publicidad en la que necesitaban a un creativo.
- Este es mi CV, el naranja
-dijo señalando su cuerpo de arriba a abajo.
- ¿Por qué? -le preguntó
el de recursos humanos.
- Porque soy energía,
calidez, vitalidad y frescura.
No sentía tener ninguna de
esas cualidades, pero como había afirmado contar con ellas, no le
quedó más remedio que aparentarlas y creérselas. Ahí ganó otro
25% más de opacidad.
Entró a trabajar al día
siguiente, hecho un manojo de nervios.
Estaba colocando sus cosas
cuando una chica se le ofreció a enseñarle la oficina.
Al girarse para saludarla,
se quedó mudo.
- Eres azul.
- Y tú naranja. Ya nos
conocemos -le dijo con una sonrisa.
La chica estaba pintada de
la misma forma que él.
Con el paso del tiempo y
ante los diferentes trabajos, Pedro notaba cómo su imaginación
crecía. "Quizá sólo era cuestión de práctica", pensó,
"o de falta de motivación", añadió cuando Isabel pasó
cerca de él.
Llevaba muchos días
observándola, caminando entre las mesas, con la cabeza gacha y una
mirada perdida muy lejos de allí. En su tristeza, él se reconocía
en ella, pero aquella mujer no estaba hecha para eso. No podía
soportar verla así.
Un día, en un descanso, se
atrevió a hablarle:
- Te pasa algo, Isabel.
- No, qué me va a pasar.
- Pues que en vez de andar,
vuelas bajo, como los pájaros en un día de lluvia.
Ella, sorprendida, le
devolvió la mirada, como si la hubiesen visto desnuda.
- El azul es el color de la
tristeza, del océano frío del Atlántico. Así me quedé cuando
perdí mis sueños y no me apetece llevar otro color.
- Pero también es el azul
del cielo en verano, de las promesas y de la alegría de vivir.
- Porque tú lo crees así.
- Porque yo lo veo en ti -le
respondió, cogiéndole las manos.
Isabel le contestó
sobrecogida.
- Te agradezco que me digas
eso, pero supongo que es algo que tengo que arreglar por mí misma.
Y se alejó por el pasillo.
A partir de entonces Pedro
no se dio por vencido. Todos los días inventaba historias para hacer
reír a Isabel y devolverle su capacidad de soñar. Le hablaba de
lugares desconocidos, de personas singulares y sucesos extravagantes.
Cuanto más se esforzaba, más vivo se sentía. Su creatividad fluía
ágilmente a la misma velocidad que lo hacían los verdaderos colores
de Isabel bajo su capa azul, mientras esta escuchaba encantada sus
relatos.
Una tarde, ella quiso
corresponder su esfuerzo:
- Yo antes tenía una vida
normal. Era muy feliz con mis padres. Cada día imaginábamos un
sueño nuevo que cumplir. Hasta que nos atacaron los problemas.
Primero invadieron la salita, después los dormitorios y así
sucesivamente hasta que nos echaron de casa. Tuvimos que volver a
empezar en un sitio nuevo, pero cuando miramos dentro de nosotros,
nos dimos cuenta de que también se habían comido nuestra capacidad
de ilusionarnos. Una de las peores cosas que te pueden ocurrir.
- Lo siento -dijo Pedro.
- No lo hagas. Pensé que
nunca la recuperaría... Súbeme la manga del jersey.
Pedro hizo lo que le decía.
- Es amarilla. Tú piel es
amarilla.
- Sí, radiante como el sol,
gracias a ti vuelvo a ser yo.
- ¿Y yo, habré dejado de
ser transparente?
Se quitó la chaqueta raída.
- No, tengo la pintura
naranja tan incrustada que no hay manera de saberlo.
- Pedro, siempre fuiste
naranja, sólo que estabas apagado.
- ¿Qué me dices? ¿Y ahora
qué hacemos?
- Fundirnos en el mejor
amanecer de la historia.