Imagen de escenamirinaque.es
Ahora ya casi no se escriben cartas. Como mucho, te llegan
las facturas y las notificaciones del banco. La mayoría de las comunicaciones
son a través de WhatsApp, Skype o e-mail, pero antes, aquellas palabras
escritas de puño y letra lo eran todo para muchos. Aún más si estaban al otro
lado del océano.
Hace unas semanas fui a ver “Cartas de las golondrinas” al
teatro del Ágora, en A Coruña, una obra dramática bellísima que combina la
danza con textos epistolares de la emigración española a principios del siglo
XX y que ganó el Premio
Max de Teatro al mejor espectáculo revelación en 2013.
Así, en principio, suena algo complejo, hasta lacrimógeno,
pero nada más lejos de la realidad. Todos esos textos interpretados únicamente
por dos actrices, Esther Aja y Patricia Cercas, de la compañía Escena Miriñaque, dirigidas
por Blanca del Barrio, se convierten en un mosaico de escenas de nuestro
pasado, a veces divertidas, otras melancólicas, románticas, reveladoras…
Desarrolladas en una escenografía sensacional y mínima: sólo cuatro mesas y
unas cuerdas sirven para recrear de forma efectiva un barco, un camarote, un
comedor, la aduana… en un gran ejemplo de creatividad.
De esta forma, nos enseñaron el infierno que se vivía en las
bodegas de los navíos que cruzaban el Atlántico, partiendo desde Santander,
Coruña y Vigo; la mezcla de idiomas que se resolvía con el lenguaje
internacional de los gestos; las noticias de los familiares de España que
recibían en ciudades como Montevideo o Buenos Aires y que para muchos, leerlas,
eran como una mirada a su pasado, puesto que algunos no volvían a su país de
origen, o el caos de documentos y formularios que había que presentar al llegar
a puerto.
De entre todas las anécdotas recreadas, sobre todo me llamó
la atención la existencia de los “conventillos”
en Argentina, que yo desconocía. Viviendas de una o dos plantas, con patio
interior, cuyos propietarios dejaban a manos de un encargado para que se las
alquilase a inmigrantes. Su precio igualaba el de una vivienda en Londres o en
París y las habitaban familias de hasta diez personas. No tenían baño o
contaban sólo con uno para todo el edificio.
En consecuencia, en 1907, se desató la “huelga de las
escobas”, en contra de los alquileres abusivos, para “barrer la
injusticia”, puesto que los salarios que se cobraban por entonces eran muy
bajos. El éxito fue relativo. Algunos consiguieron mejoras, pero otros muchos
no.
Una historia en general que ahora se repite, irónicamente,
pero con otros flujos migratorios. Los de los jóvenes licenciados españoles
repartidos por Europa y con África intentando entrar en España. Porque, tal y
como dicen en la obra, “todos hemos sido y seguiremos siendo, pasajeros de un
infinito viaje circular”.
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