Podría tener el título de maestra escapista, cualquier cosa
me sirve para huir de la realidad. Me tientan las historias que no son mías y
poder fugarme con ellas, aunque sólo sea durante una tarde. Por eso suelo ir a
exposiciones de arte, a contemplar otros mundos diferentes, aprender a mirar
con otros ojos y sentir sensaciones nuevas impregnadas de pintura, esculpidas
en piedra o a través de la luz de las fotografías, entre otras tantas formas de
expresión.
No estudié Historia del Arte, pero hay obras que han llegado
a capturarme, impidiendo que mirara hacia otro lado y que me quedara clavada en
el sitio, escuchando, observando… A veces sabes que toda una vida no sería
suficiente para admirarlas, que nunca te sentirías “llena” y quisieras robarlas
para poder tenerlas en tu casa a placer.
Por supuesto, eso no pasa siempre. También hay artistas muy
reconocidos de los que podríamos dudar de sus capacidades o que simplemente no
nos dicen nada. Creo que más allá de los libros de teoría es el estómago el que
se pronuncia a favor o en contra y eso es lo que hace que el arte sea tan
accesible.
Para ponerlo a prueba, el Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa (MAC) de A Coruña
siempre sorprende. Hace unos días fui con una amiga a ver sus tres exposiciones.
Empezamos con la de Paula Rego, “Fábulas reales”, una famosa artista
internacional de la que trajeron una gran diversidad de trabajos de sus
diferentes etapas. Siempre intentando experimentar con técnicas nuevas tenía dibujos, pinturas, acrílicos, pasteles y hasta figuras de cartón
piedra.
Las imágenes eran duras, difíciles y grotescas. Casi todos
los temas se referían al aborto, los abusos o la política, en los que quería reivindicar los derechos de la mujer. A veces también recurría a experiencias de su propia vida o a recuerdos de su infancia.
De todo me llevo miradas de expresión amarga, envueltas en ambientes
sombríos, como pidiendo una ayuda que nunca llega.
Salí de allí con escalofríos, pero eso también es arte.
“Intromisiones”, la exposición fotográfica de Aitor Ortiz,
fue un bálsamo después de aquello. Con un completo dominio del claroscuro y el
equilibrio, sus retratos de megaestructuras hacían que viaductos, presas o
edificios pareciesen esculturas acordes con el paisaje jugando con las
perspectivas.
En otros casos, directamente él conseguía asombrosos juegos
de luces combinando soportes e imágenes en curiosas composiciones geométricas.
Hacía mucho tiempo que no veía algo tan bonito.
Para terminar, Takeshi Shikama, nos ofreció “Los murmullosdel bosque”, preciosos paisajes o parques urbanos fotografiados en blanco y
negro desde Yosemite, pasando por los jardines de Luxemburgo o la isla de Skye
a las propias Fragas do Eume, impresos en un papel tradicional japonés, el
Gampi, que le confería un tono beis, de pergamino.
La niebla, las cascadas, los árboles caídos y la riqueza de
detalles daban al conjunto un aura de magia y misterio, como si estuviéramos
adentrándonos en territorios vírgenes. Imágenes atrapadas en el tiempo en el
esplendor de su belleza.
Os dedico esta: