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martes, 17 de junio de 2014

En clase de yoga



“Tendrías que hacer yoga”, me dijeron, “va muy bien para la espalda. Te relaja. Aprendes a controlar la respiración y estiras todos los músculos”. Sí, tenían razón. El día que salí de aquella clase, parecía un calcetín dado de sí después de que dos perros se pelearan por él. Hasta creo que mido unos centímetros más.

Según leí, el yoga es una doctrina filosófica hindú con más de 5000 años de antigüedad que trabaja la contemplación, la concentración y la inmovilidad para alcanzar la perfección espiritual, donde el equilibrio es la base de todo. La palabra en sánscrito significa unión de mente, cuerpo y espíritu.

Para conseguirlo, la monitora empezó pidiéndonos que nos echáramos en la esterilla, cerráramos los ojos y sintiéramos nuestra respiración, a medida que destensábamos por orden todas las partes de nuestro cuerpo; pero justo en el pabellón de al lado, en el gimnasio, estaban haciendo una gyncana deportiva y lo único que oía es como vibraba con el chunda-chunda musical. 

Patti Smith, escandalizada
“¡BECAUSE THE NIGHT BELONGS TO LOVERS, BECAUSE THE NIGHT…!”

La profesora parecía ignorar la banda sonora que teníamos y seguía insistiendo en que nuestros cuerpos pesaban cada vez más…

-        - ¡Mire una cosa. Es que con tanto ruido, yo no puedo concentrarme! –dijo una señora.
-        - ¿Quieres ponerte del lado de la ventana? Así no estás tan cerca de la otra clase.
-        - ¡Si va a ser lo mismo! ¡Con este volumen!

“¡BECAUSE THE NIIIIIIIIGHT…!”

Así que tuvimos que fluir con la versión bakaladera de Patti Smith y otros tantos ases del top manta. Todo un reto para la fase de pranayama (respiración consciente y meditativa, para controlar la mente, oxigenar las células y potenciar el flujo del prana o energía vital)

Tras eso empezamos a hacer figuritas. Más o menos se trata de mantener diversas posturas (asanas) durante un período de tiempo, cual figuras de cera, en las que los músculos se tonifican y eres consciente del trabajo que están haciendo. La profesora insistía en dónde deberíamos tener nuestro punto de apoyo y notar el estiramiento para hacerlo bien.

Empezamos con la posición de torsión. Ahí dices, “Qué fácil, eso lo sé hacer”, pero cuando te explican que no puedes apoyar tu peso sobre la mano, sino que tienes que mantener recta la espalda, te das cuenta de  que quizá no la tienes tan bien como deberías. “Bueno, un inconveniente”.

Posición de torsión. Imagen de Aomm.tv
Después seguimos con el plano inclinado y te preguntas si tus abdominales han estado alguna vez ahí. “No puede ser. ¿¡Ya estoy sudando!?”.

Plano inclinado. Imagen de momentoyoga.wordpress.com
Te estiras con la cobra.

La cobra. Imagen de yogalifejourney.com

Vuelves a sufrir, esta vez con el perro. “¡Me están temblando las piernas!”.

El perro. Imagen de yogaparaprincipiantesonline.com

Descansas con el niño.

El niño. Imagen de saludpasion.com
 
Compruebas que tu árbol no se sostiene en pie. “¡Pero si sólo estoy levantando el tobillo!” y te consuelas pensando que tu flor de loto es… decente. Y eso teniendo en cuenta que cuando la profesora decía inspira-espira, tú nunca ibas a ritmo. “Yo primero coloco los músculos y después ya veré si puedo respirar”.
El árbol. Imagen de yogaencasa.info
 
Para terminar, cantamos todos el mantra Om. Ahí me sentí rara, muy rara, pero tengo que reconocer que la vibración que provoca en el cuerpo al hacerlo en coro con toda la clase era muy curiosa.

La flor de loto. Imagen de www.femenino.info

Según el yoga, este sonido adquiere una frecuencia de 432 Hz, la misma que tiene todo lo encontrado en la naturaleza, por lo que lo consideran el sonido básico del universo. Así explican que al cantarlo sintonizamos con él y reconocemos que estamos conectados con todos los seres vivos. Además, dicen que ralentiza el sistema nervioso y calma la mente, disminuyendo la presión arterial.

Finalizamos juntando las palmas, alzándolas hacia la nariz e inclinando la cabeza para decir Námaste, “Te reverencio a ti”. Eso me salió bordado.

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