Era imposible no dejarse embaucar por el magnetismo de José Luis Sampedro, un hombre que detenía el tiempo con sus palabras, derrochando ternura y pasión. En unos minutos, a su lado, adoptabas voluntariamente el rol de estudiante y le adjudicabas a él el de maestro, con toda la sabiduría que eso conlleva, ya que, aunque siempre hacía gala de una gran humildad, en él parecían estar escondidas todas las grandes respuestas del género humano.
Un día, me encontré con él sentado en una silla en la playa hablando de "La vieja sirena" para el fantástico programa de libros "Página Dos" de RTVE y allí me quedé, embobada.
Contó que la historia transcurría en Alejandría, en la época de la caída del Imperio Romano, aunque el Mediterráneo podía considerarse otro protagonista en sí. En él, la esclava Irenia, sufriría diversas vicisitudes hasta comprender quién era realmente y descubrir su sentido en el mundo. Para ello se encontrará en la novela con diversos personajes con los que crecerá emocionalmente, para bien o para mal, donde destacan Ahram, el Navegante, y Krito, el filósofo, los únicos que conocerán su verdad.
Así que con esta introducción, quién podría resistirse a leerlo.
Lo compré en una edición de bolsillo y me lancé a sus 711 páginas.
Desde luego, no fue una lectura fácil. Desde el primer momento se nota la gran investigación histórica que ha realizado Sampedro enriqueciendo el libro con múltiples detalles y contextualizándolo con hechos reales, que a veces se agradecen y otras, por su extensión, te dispersan. Por otro lado, es difícil seguir una narración que carece de diálogos y procede, en su mayoría, directamente de los pensamientos de los protagonistas, como si fueran monólogos. Aparte de sus numerosos flashback.
Pero el libro tiene un gran sentido poético, por sus hermosas metáforas, y filosófico, por sus grandes reflexiones, que se debe leer con un lápiz en la mano. Ante todo, es un alegato a favor del amor en toda su extensión y la vida, pese al sufrimiento que puedan conllevar, en
contraposición al poder y la inmortalidad. Pues la muerte, como marcador del tiempo, es
la que establece un círculo perfecto. De nada sirven las riquezas y las grandes conquistas, ya que igual que vienen, se van, y sí tienen sentido las pequeñas cosas que ligadas a los sentimientos, se engrandecen. Así, no es más feliz el que más posee, sino el que más da y el que sabe recibir.
Al menos esa es mi opinión, ¿y la tuya?, ¿lo has leído?
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
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