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jueves, 25 de septiembre de 2014

Una semana en Ibiza



Ibiza es un paraíso masificado por las discotecas, los hoteles piramidales y las hordas de alemanes e ingleses que invaden sus playas. Sus pequeñas ciudades han perdido el encanto que seguro tiempo atrás tenían, debido a los fast food y a los numerosos puestos de supuestos “hippies” que venden cosas made in China y las cobran como si estuvieran hechas a mano.

Para colmo, por culpa de esta industria que sostiene a la isla, por razones de comodidad, no se invierte lo suficiente en la conservación y divulgación del patrimonio natural e histórico, como por ejemplo, en el caso de Las Salinas o las casas de los pescadores en Ibiza ciudad. Sin embargo, aún es posible encontrar lugares únicos, sobre todo, en sus calas azul turquesa, decoradas de tierra roja y pino verde.

Cala de Portinatx. LGP
Para llegar a ellas, hicimos base en Portinatx, al noreste de la isla, en un hotel con una playita de arena fina y aguas transparentes donde daba gusto nadar (la temperatura era similar a la de las piscinas). Como era septiembre, ya no había muchos turistas y se veían pocos niños. Eso sí, nadie excepto nosotros y el servicio era español. Es algo inevitable.

Calle de Sant Joan. LGP
De allí fuimos a Sant Joan de Labritja en bus, uno de los pueblos más grandes de la zona y del que tardamos en salir cinco minutos porque sólo tenía tres calles. Así que para no perder la tarde, tuvimos que coger un taxi a Santa Eulària, una ciudad costera con un paseo marítimo agradable, aunque lo que más llama la atención de ella es su iglesia fortificada con cañones en lo alto del Puig de Missa, para defenderse de las agresiones marítimas.

Dalt Vila. LGP
Para el día siguiente, dejamos Ibiza, porque ya teníamos coche de alquiler, allí recorrimos las empinadas calles de su casco antiguo medieval  fortificado, Dalt Vila, que fue construido por Felipe II para proteger la ciudad de ataques piratas y otomanos. Muchos de sus edificios tienen sobre sus puertas blasones de las familias nobles que residían en ellos. 

Desde arriba, junto a su sencilla catedral, se pueden observar los barrios de La Marina y Sa Penya, donde vivían pescadores y artesanos en pequeñas casitas encaladas, aunque, como comenté antes, están muy dejadas.

Edificios modernistas de Vara de Rey. LGP
Ya abajo, visitamos los edificios modernistas del Passeig de Vara de Rey, junto al mítico hotel Montesol y el teatro Pereyra, de 1898, donde se puede escuchar cada noche música en vivo. Más allá, en el puerto, es curioso ver el monumento dedicado a los corsarios, barcos particulares que con el beneplácito de la Corona se dedicaban a la captura de naves extranjeras enemigas del país expendedor de la carta de Patente de Corso. Este es el único en el mundo y se levantó porque parte de la economía de Ibiza prosperó en el siglo XV gracias a ellos.

Hipogeo de Puig des Molins. JLGG
Una hora conviene reservarla para la necrópolis de Puig des Molins, donde en su museo hay una gran variedad de piezas fenicias, púnicas y romanas de algunos de los 3000 hipogeos que alberga la zona y que corresponden a los distintos pueblos que vivieron en la isla en diferentes épocas. Algunas de esas cámaras se pueden visitar y hay vídeos explicativos de los diferentes ritos fúnebres que se llevaban a cabo.

Cuevas de Can Marçà
Otro día, por la mañana, nos dirigimos a las cuevas de Can Marçà, cerca del port de Sant Miquel, desde cuyo mirador hay unas preciosas vistas y se vislumbra la isla Murada. A una altura de 12/14 metros sobre el nivel del mar, las cuevas no son tan impresionantes como las del Drach en Mallorca, ya que son pequeñas y casi no tienen estalactitas y estalagmitas por la sequedad del ambiente, pero es curioso saber que fueron usadas por contrabandistas para cargar fardos desde el agua y esconderlos entre sus cavidades. De hecho, aún se pueden ver restos de pintura negra o roja para marcar salidas de emergencia, aunque el paso parezca imposible.

Cala de Benirrás. LGP
Justo al lado, está la cala de Benirrás, llena de piedrecitas, una de las pocas que no está asediada por bares y hoteles y donde mucha gente se reúne para ver atardecer. Sobre todo el domingo, cuando lo despiden con el sonido de los tambores.

Mercadillo hippy de Es Canar. LGP
Al ser miércoles, decidimos dedicar la tarde al mercadillo hippy de Es Canar, el más grande y auténtico de la isla. En sus numerosos puestos puedes encontrar artesanía típica y piezas de la India o Marruecos, pero conviene ver etiquetas para confirmar su procedencia y regatear, ya que no es oro todo lo que reluce.

Cala de Aguas Blancas. Foto publicada en www.ibizamaps.net
A la vuelta, finalizamos nuestro recorrido en la cala de Aguas Blancas, estrecha, a los pies de un impresionante acantilado. Enfrente, se podía ver la isla de Tagomago que alquilan para eventos.

Torre de vigilancia de Portinatx. DGP
El jueves nos levantamos para ver una de las abandonadas torres vigía que están repartidas por todos los puntos estratégicos de la isla para alertar de los ataques piratas y la tarde la dedicamos a Sant Antoni, con su preciosa bahía. Lo más típico es ir a ver atardecer desde "Café del mar", si puedes permitírtelo, porque un agua cuesta seis euros.

"Café del Mar". LGP

 Nosotros preferimos fugarnos a cala Salada, típica ibicenca, con sus casetos de pescadores.

Cala salada. LGP
El viernes fue para el santuario púnico Des Culleram, dedicado a la diosa protectora Tanit, cerca de la cala San Vicent, aunque me arrepentí de ir. 

Después de subir una intrincada carretera monte arriba, hay que bajar andando varios metros, sorteando piedras con ayuda de una cuerda, para al final ver una cuevita con una reproducción falsa del torso de la diosa del tamaño de una mano. A la derecha hay una cavidad mayor, de la altura de una habitación, con una piedra en el centro sobre la que la gente deja ofrendas, pero todos los restos hallados en el lugar están en el Museo Arqueológico de Ibiza.

Diosa Tanit en Des Culleram. Foto de www.soloibiza.com
Mucho más reconfortante fue ver atardecer en la cala D'Hort, al suroeste de la isla, con los aguijones del islote de Es Vedra. A la vuelta, sí conviene hacer una parada técnica en "Km5", un restaurante lounge con sofás, sombrillas y jaimas donde relajarse tomando una copa en medio del campo.

Atardecer desde el mirador de Es Vedra. LGP
El último día nos dirigimos a la playa de Ses Salines, para ver sus aguas transparentes y visitar las Salinas, zona natural protegida por la gran cantidad de especies de pájaros que paran en ellas, como los flamencos. Sin embargo, nos llevamos una decepción ya que no había centro de interpretación de la naturaleza y tampoco existía una ruta explicativa de cómo se producía la sal, uno de los bienes más representativos de Ibiza, con el que comerciaron durante siglos. El acceso a las lagunas estaba cerrado por una empresa privada y sólo era posible sacar fotos desde la carretera.

Las Salinas. LGP
Y casi sin comerlo ni beberlo se pasó la semana. Atrás tuvimos que dejar Formentera y los 30º que nos acompañaron durante todo el viaje. Volvimos más morenos, contentos de haber chapoteado como delfines en el Mediterráneo y con la alegría de haber prolongado el verano, ese que en Galicia sólo dura dos semanas. Ayyyy... playitas de Ibiza, hasta la próxima.

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