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sábado, 14 de agosto de 2010

Sorry. I'm late

 

Si me pusiera este logo en la camiseta, cuánto mejor me iría. "Lo siento. llego tarde".
Por lo menos me ahorraría el tener que pedir disculpas por sistema.
Soy un desastre. Es verdad, lo reconozco.
Me gusta ser puntual, pero también hacer cien mil cosas a la vez y claro, todo no se puede.

Esta semana se ha parecido a una película de Jim Carrey, ésa en la que el protagonista está condenado a decir que sí a todo, le guste o no.
A mí no me hacen falta condenas, ya soy así yo de espontánea.

Empecé el lunes llegando tarde al curso de diseño gráfico. Entro a las nueve de la mañana y da igual que ponga el despertador a las ocho. Abro un ojo, le digo "Ya voyy, ya voyyyy" mientras lo apago para que deje de protestar y me vuelvo a dormir.
Así hasta las 8.45, cuando miro el reloj y salgo en estampida buscando los pantalones para ponerlos al revés, maldecir los calcetines porque sólo tengo uno de cada par y resbalar con la alfombra por llevar los pies descalzos (¡¡¡"## &%$%=¬&!!!).

Me quedan cinco minutos para echarme agua fría en la cara, ponerme bien los pantalones, llamar al ascensor, aguantar la puerta de la calle abierta con un pie para oírlo venir y tragar un café cargado de golpe estirándome para llegar a la cafetera.

Un día de éstos tengo que enviar mi currículum al circo.

Cuando aterrizo en clase son las 9.15.
Porque soy una Räikkönen, que si no...


Normalmente, hay que hacer alguna práctica de dibujo o fotografía y el profesor deja un margen de dos días, día y medio... A mí me lleva una hora o dos.
Así aprovecho y busco trabajo, miro los mails, consulto LinkedIn y hago algún comentario en el Facebook. Si aún tengo un hueco, me pongo a escribir en el blog.
Todo para tener la tarde libre.

Pero para qué, para nada, porque nunca está libre.

Llevo toda la semana diciéndome "Tengo que pintar el cuadro. Tengo que pintar el cuadro", cuando desconecto, viene mi padre y me dice: "Tienes que pintar el cuadro".
Lo sé y quiero hacerlo, pero para sacar las pinturas, ponerme el mandil y hacer algo que merezca la pena necesito dos horas, dos malditas horas, Y NO LAS ENCUENTRO.

Esa misma tarde había quedado con Inma para llevarle a Geli los regalos para el bebé que va a tener. Venía a las seis a buscarme y quería dormir antes la siesta. Eran las cuatro y empezaba a coger el sueño.
Suena el teléfono, es para mí. Vuelvo a intentarlo, vuelve a sonar el teléfono, también es para mí. Cuando suena por tercera vez y es para mí de nuevo, es Bieito, que si me voy a tomar un café con él, antes de que se ponga a estudiar.

- No puedo, churri -le respondo resignada- Son las cinco y tengo que comprar unas cajas bonitas para meter los regalos de Geli en ellas antes de que venga Inma. ¿Me acompañas?

Ahí vamos, a una tienda de cajas. Torres enteras de estampados y formas diferentes. Evidentemente, las que nos gustan, de perros y gatos, están en el estante de arriba de todo.

- Creo que voy a llamar a la dependienta -sugiero arqueando la cabeza hasta el infinito y más allá.

Cuando llego a casa con las bolsas, justo después de despedirme de Bieito, me suena el móvil. Inma ya está en mi portal. Cargamos todo y nos vamos a Castro de Elviña.

Es la primera vez que una amiga mía tiene un bebé y somos cinco a regalar, así que le compramos: una cuna de viaje, un colchón, baberos, chupetes, mordedores, pañales, toallitas húmedas, crema, gel de baño, champú, un absorbe mocos -sí un absorbe mocos, al parecer los chiquitines no saben sonarse y no les valen los kleenex-, colonia, bodies y un bono de masaje relajante para la mamá.
...

Ya. Nos pasamos.
Nos pasamos tres pueblos, pero es que no entendemos mucho de bebés y mejor que tenga de más que de menos, ¿no?

En fin, que estuvimos carretando paquetes por las escaleras durante dos pisos hasta llenar la mesa del comedor de nuestra amiga.

- Pero mujeres, ¿qué habéis hecho? -nos compadeció mirando la columna de cajas.
- Eeeehhh... ¿regalo de bautizo también? -le pregunto a ver si cuela.

Después de unas horas desempaquetando y sacando fotos nos fuimos a tomar un té a la sala.

 

Geli tiene una tetera marroquí con vasitos de cristal de colores.
Cualquier cosa que salga de ahí sabe a gloria, pero es que además compra tés especiales al peso.
El de ese día creo que era pakistaní y tenía un regustillo picante al final que te espabilaba los sentidos.
Estuvimos hablando sobre el desconcertante mundo de la maternidad, un poco de política, periodismo... De todas esas cosas de las que hablan las mujeres y no salen en las revistas femeninas.

Entre medias, me acordé de que tenía que pegar unas piedrecitas en las sandalias que había comprado porque se me habían caído y Geli tiene una cola especial para eso, así que también hicimos manualidades.
El problema surgió cuando me di cuenta de que el pegamento tardaba doce horas en secar y tenía que volver a mi casa, a ser posible, calzada.

- Aquí pone que en tres horas ya empieza a fijarse con intensidad -aclara Geli.
- Bueno, pues esperaremos un rato -interviene Inma.

Nos quedamos parloteando hasta las diez de la noche, pero ya había que cenar.

- ¿Qué vas a hacer? ¿Habrán secado ya? -me preguntan.
- Malo será. Vamos a probar.

Las piedras estaban más o menos fijas, pero van sobre una tira que recorre longitudinalmente el largo del pie por el medio, así que cuando lo doblo para andar...

- ¡¡Aaaaaahhhh, Laura, qué haces, se te van a caer!! -me gritó Geli. Habíamos tardado media hora en arreglarlas.
- ¡Mierda, pues tengo que volver a casa!
- Te dejo unas chanclas, espera.
- No, que tengo que conducir y voy a ir incómoda. Calzas más número que yo. No te preocupes, intentaré no doblar el pie.
- ¡¡Pero cómo no lo vas a doblar!! -dice Inma- Es imposible.
- ¡Pues cómo va a ser, tendré que andar como los patos!
- ¿¡Qué!?
- Así, ¿no ves? -dije moviendo el culo a los lados, sin usar las rodillas.

Ambas estaban tiradas por los suelos.

- ¡Espera, que te grabo en vídeo! -se le ocurrió a Geli.
- ¡Ni hablar! -solté mientras corría por el pasillo de la casa lo más rápido que podía, empeorando la situación.

No podían con la risa.

- Tienes que bajar las escaleras.
- ¡Pues las bajo a saltitos!

Después de otro cuarto de hora siendo el pitorreo absoluto, llegué al coche.
¡JA, pero mis sandalias estaban perfectas!

Cuando entré en casa, la cena casi estaba lista. Aproveché para ir cerrando las persianas, preparar la ropa para el día siguiente y deshacer la cama.
"Hoy me acostaré a las once", me dije.
A esa hora me llamó Bieito, me preguntó por Geli, me contó sus aventuras en el club...
¡Hala, ya son las doce!
Me puse el pijama y me acosté. Iba a dormir, pero se me abrió el ojillo izquierdo:

- Y si leo un ratito... Un ratiiito -me disculpé a la vez que buscaba en la mesilla "El nombre del viento".

Dos capítulos más tarde...

- ¡¡Bffffffffffff!! ¡¡Las dos!! ¡¡$%&##, mañana no me saca de la cama ni Dios!! ¡¡Siempre igual, siempre igual!! ¡¡Y no he pintado el cuadro, ni he escrito en el blog, ni he ido a la tintorería y tengo que acompañar a mi madre a mirar un traje para la boda y recoger las gafas en la óptica y pasar por el Mercadona y...!! ¡¿6%&$")#, PERO QUE $%&## HAGO CON EL TIEMPO?!

Ahora sumad cinco días más a ese ritmo y entenderéis por qué estoy agotada.

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