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martes, 29 de julio de 2014

Días de sol


Playa de Gandarío. De www.playas.es


Ya estoy morena. Siete días seguidos de playa. Después de once meses de invierno, por fin es verano más allá del muro.

Cientos de personas salen de sus casas por primera vez de manga corta y se lanzan a los arenales dispuestos a jugarse el todo por el todo. Nevera en ristre, sombrilla al hombro y parrilla para el churrasco. El set completo. La meta, conquistar a las nueve de la mañana una mesa en el merendero. Se colocan bolsas como si fueran banderas pirata y se establecen los paravientos para marcar el terreno.

La gente discute, los ánimos se calientan. Es la tensión que provoca la luz tras días de oscuridad:
-       
- ¡¿PERO QUÉ ESTÁS HACIENDO?! ¡NOS VAMOS SIN TI!
-        - Comprobar si están todas las ventanas cerradas.

Unos dedos impacientes golpean la puerta.
Al cabo de un rato, cuando ya suenan los cerrojos…

-       - ¡Ah!, me faltan las llaves del coche. Tengo que volver a entrar.

Ojos en blanco. 1, 2, 3…

-        - ¿HAS VISTO LAS LLAVES?
-        - Me c$%@ en el hombre de %&!=*

Una vez en marcha, se establece un plan estratégico para decidir a qué playa ir, donde se examina la forma de la costa y el viento que sople ese día. Además, para no perder horas de sol, contamos con media hora de atasco y otra media para encontrar aparcamiento.

Al llegar, blancos como la nieve, nos untamos de crema factor 50 como si nos fueran a asar y nos acercamos a mojar los pies. Más allá es imposible ir a no ser que te amputen las piernas por congelación. 

Frescos así para todo el día, vamos a comer lo normal, unos ocho kilos de carne de ternera, pollo y cerdo para cuatro. Todo bien hasta que surge uno de los grandes conflictos de la humanidad:

-        - Queda un chorizo criollo.

Las miradas se cruzan rápidas en la mesa. Los tenedores preparados. Alguien se levanta y otro secunda el movimiento. He visto a personas morir por menos. Sólo gana el más rápido, que en un original trinchado se lleva a su presa, ante el resentimiento del público.

La paz llega a la hora de la siesta, cuando hay que recoger y limpiarlo todo:

-        - ¡Que traigas agua para apagar el carbón!
-        - ¿¡Pero no me puedo ni tomar el café!?
-        - ¿Dónde guardo los cubiertos?
-        - Mete la fruta en la nevera
-        - Ahora vamos a inclinar la parrilla y echamos el carbón en una bolsa.
-        - ¡Así, no, hombre, que me cae encima!
-        - Me faltan dos tenedores
-        - Anda, trae el Fairy para aclarar todo en el lavadero. Y frótalo bien, que no quiero ni una gota de grasa en el coche.

Con todo en su sitio, nos tumbamos en la arena como los girasoles, moviendo la toalla en dirección al sol, rezando para que no venga de golpe la bruma. La última vez, hasta compramos unas palas de la emoción por el calor que hacía.

Es más, recuerdo que el martes de la semana pasada llegué a estar hasta las nueve de la tarde sin sacar la chaquetilla. Ahora el récord será usar toda la ropa de verano antes de octubre. ¿Lo conseguiré?

domingo, 20 de julio de 2014

Vértigo



- ¿Y este libro? –me preguntó mi prima de 19 años mientras ojeaba “Yo fui a EGB”.
     - Es un regalo de mi hermano, para que recuerde mi infancia.
      - Pero… ¿tú fuiste a EGB?
      - Sí, yo nací en los 80… -dije con sonrisa de circunstancia.
      - ¿¡En los 80!? ¿¡Eres tan mayor!?

En ese instante me sentí como si fuese una antigüedad rescatada del trastero.

No fui la única, mi amigo Antón también experimentó algo similar cuando compartió avión con los jugadores del Celta y vio que eran más jóvenes que él. Ahí se dio cuenta de que su sueño de ser futbolista profesional ya no tenía cabida en este mundo. Se había cerrado una etapa.

Pero el momento más fatídico y que muchos hemos padecido es el que protagonizó mi amiga Carapuchiña:

-        - ¡SEÑORA!, ¿me puede pasar el balón?

“¡¡¡Te juro que estuve a esto de tirárselo a la cara!!!”, me decía indignada.

Vértigo, así llamo a esa sensación en la que súbitamente eres consciente de la cantidad de recuerdos que forman parte de tu pasado y acuden a ti en tropel para advertirte de que la vida pasa. Tienes tantas historias en tu haber que te darían para rodar varias películas.

Espinte y Don Pimpón. Barrio Sésamo España

A veces es la infancia la que me asalta por la calle al ver a los niños jugando en el parque y echas de menos ese paso lento del tiempo, cuando sólo deseabas crecer y tu única preocupación era no aburrirte. Te buscan los olores de los libros de texto y los lapiceros nuevos, suenan gritos de la pilla y el brilé, vuelves a ponerte las calcomanías de los chicles y canturreas la sintonía de Barrio Sésamo mientras te tomas la merienda. Allí estaban tus abuelos, echándote partidas interminables de cartas o de parchís y tus padres, más jóvenes que tú ahora, corriendo detrás de ti.

Un grupo de chiquillas de 15 años te llena de música, aquella que recopilabas en casettes soñando despierto, en un momento donde la amistad era lo más importante e imaginabas que cierta persona sería para ti. Libretas con corazones, carpetas con posters. Las primeras discotecas, las primeras excursiones. El cuerpo va a mil revoluciones. Mucha inocencia, más chascos. Necesito independencia, mi propio espacio, pero nadie me entiende. Qué va a ser de mí.

Por ahí va el bus de la universidad. Está lleno. Con él vuelves a sentir la ilusión de empezar algo nuevo, algo que has decidido por ti mismo. Ahora sabes lo que quieres y vas a por ello. Te separas de tus padres y empiezas a caminar solo. Nuevos amigos, amores distintos. Noches que se convierten en días. Otros países, otras ciudades. Miles y miles de apuntes. Suspensos inquebrantables.


Hasta que llega la hora de buscar trabajo. Se disparan los nervios y la ansiedad. Hay que dar la talla, demostrar lo que vales para recibir un sueldo. Tu primer sueldo. Ahora sí que esa independencia que anhelabas es tuya, pero todo tiene un coste. No siempre encuentras amigos en este camino, hay muchos escollos que evitar y cuando lo haces, te sientes fuerte de verdad, como nunca…

Echar la vista atrás, duele un poco, porque hay cosas que no volverán, pero también hay que alegrarse por poder haberlas vivido. La melancolía que salga sólo a veces, porque si no, dejamos de lado nuestro presente y no creamos ilusiones de futuro cuando queda tanto por andar. Hay que abrir nuevas etapas, celebrar los cumpleaños, seguir creciendo, aprendiendo, sintiendo… En el fondo nunca dejamos de ser niños, a pesar de que veamos otra cara en el espejo.

Como decía la canción de Sabina, podemos intentar al canzar los mil años. Otra cosa es que queramos hacerlo.

viernes, 11 de julio de 2014

De todo se sale



Estábamos en una cafetería, yo con mi té verde y ella con un cortado. Me decía que se sentía una cobarde por no saber sacar a su familia adelante, que se avergonzaba de ella misma por esa tristeza que la invadía y la consumía. “Soy sólo lamentos, nunca hago nada”, explicaba.

Había pedido ayuda, pero la persona a la que recurrió la convenció aún más de que el problema era ella.

Yo le dije que no iba a consentir ni un minuto más que se fustigara de aquella manera, que eso no era cierto y que ella lo sabía. 

-     
-Te conozco desde hace tiempo y no hay persona más trabajadora que tú, me lo has demostrado miles de veces. Es normal que estés triste porque la situación no está para echar cohetes. La tuya y la de un montón de gente. ¿O es agradable estar tres años en el paro? Miras las ofertas de empleo y no sabes si reír o llorar de la cantidad de cosas que piden. Ya no sabes qué cursos hacer de tantos que tienes… Estás bloqueada y no ves más posibilidades, pero siempre hay una salida.
Esto es como esos juegos de ingenio que manejas con las manos. Les das vueltas y vueltas en busca de la solución y como no la encuentras, te empiezas a poner nerviosa, te cabreas o te sientes una inútil y abandonas. Pero otro día, más tranquila, vuelves a ver el juego sobre tu mesa, sabes que se puede resolver, empiezas a analizarlo y pruebas cosas que antes no habías hecho y voilá, de la forma más sencilla, lo desarmas.
Quizá esa pieza sean varias personas con las que has dejado de hablar por estar triste, con las que puedas colaborar de alguna manera o te puedan aportar información interesante para ti sobre tu sector; puede que tengas cierta habilidad que no hayas explotado aún y que puedas dirigir hacia un negocio o que puedas demostrar de forma pública para que te contraten; alguna idea que no hayas considerado…

-        - Tienes razón, es que me siento una inútil.

-        - No lo eres, sólo tienes que darte utilidad, que es algo diferente. Has estado parada mucho tiempo y el cerebro necesita aceite: motivación. Es muy difícil, pero si dedicas un día a pensar en lo que podrías hacer y lo escribes, como un mapa de posibles objetivos, quizá surjan cosas y después te las puedes proponer como retos que hacer, poco a poco.

-      - Tenía que aprender a manejar las redes sociales, pero me cuesta mucho ponerme.

-       - Bueno, pues yo te puedo ayudar. Un día quedamos y te oriento. A que eso te motiva más.

-        - No, pero yo no quería molestarte.

-       - No es molestia, así repaso cosas yo también. Lo que tienes que tener claro es que esta mala racha es temporal y de todo se sale. De todo, aunque te parezca imposible.

viernes, 4 de julio de 2014

Cine con subtítulos




Sala principal del Fórum Metropolitano
Para apreciar el cine, hay que educar la vista y para educar la vista, hay que salirse de lo establecido y poner un ojo en otros países que no sean EEUU. Por eso suelo ir el fin de semana con Carapuchiña a las salas del Fórum Metropolitano, en A Coruña, donde por 1,50€ ponen películas extranjeras subtituladas que rara vez pasarían por las taquillas de la ciudad.

A veces, la sinopsis nos confunde y nos ha llevado a tragar auténticos bodrios cuando esperábamos una buena película. Recuerdo una versión de “Cumbres Borrascosas” en la que los protagonistas eran el silencio, la niebla y los matojos de un lugar inhóspito. Minutos y minutos de primeros planos a hierbas.



Pero también ofrece sus regalos, como la danesa “En kongelig affere” (“Un asunto real”). Un drama histórico cuyo argumento transcurre en el siglo XVIII. La joven ilustrada Carolina Matilde, es obligada a casarse con el trastornado y joven rey de Dinamarca, Christian VII, al que no le interesa lo más mínimo gobernar y toma medidas como nombrar a su perro miembro honorario. Todo cambia cuando llega a la Corte el que será el médico del Rey, que ayudará a la Reina a cambiar el país manipulando estratégicamente al monarca. El vestuario y los exteriores en los que se ha rodado la película son fantásticos, logrando una muy buena ambientación.



Otra más lenta, algo inevitable para los europeos si hablamos de China, es “Beijing Bycicle”. Pese a ello, es una película que te permite palpar cómo es el día a día en una gran ciudad de la mano de un repartidor jovencito que se desplaza en bicicleta. Un día, se la roban y se queda sin modo de vida, pero descubre que se la han vendido a un estudiante. A partir de ahí, recorreremos las callejuelas de Beijing en su busca, tropezando con escenas típicas de pueblo que sorprenden por estar en pleno casco urbano. Además, también se perciben los valores morales chinos y su concepto de la justicia.



Sin embargo, mi preferida de las que he visto hasta el momento es la francesa “Le prénom” (“El nombre”), donde un matrimonio, el hermano de la mujer, la novia de este, embarazada, y un buen amigo de todos se reúnen para cenar. Todo va bien hasta que sale a colación el nombre que la pareja va a poner al bebé que están esperando. A partir de ahí, todos se enzarzan en una discusión que va derivando hasta límites insospechados, donde afloran opiniones y secretos difíciles de asimilar para placer del espectador, que no podrá aguantar la risa. Procedente del teatro, la trama transcurre sólo en una sala de estar, pero los vivos y rápidos diálogos hacen que no extrañes nada más.

Ahí dejo mis propuestas.