Por convicciones propias no creo en ningún partido, ni en ninguna ideología, ni en ninguna religión, sólo aplico el sentido común. Aquel que se basa en que nada es blanco ni negro, sino que todo son matices diferentes de grises. Aquel que aconseja respetar todos los puntos de vista, porque, en conjunto, nos acercan a la realidad y nos ayudan a conocerla.
Dicho esto, sí hay algo en lo que creo profundamente, y es en las personas, en su capacidad de hacer que el mundo sea diferente si se lo proponen.
Ayer fui a una manifestación en contra de las medidas tomadas para paliar la crisis en España. Para mí, no fue un acto político, sino humano. Quise hacer uso de mi derecho a la libertad de expresión, por la que tantas generaciones pelearon ante las dictaduras, para avisar a los que están en el poder (grandes empresas, gobernantes y medios de comunicación) de que no soy idiota, que no pienso callarme y bajar la cabeza cuando las cosas están mal, que no me conformo con lo que me hacen comer cada día, a mí y a los millones de parados que sufren por sacar a su familia adelante mientras otros se enriquecen aprovechándose de las circunstancias.
Protesto, porque no están haciendo lo suficiente, porque se dedican a discutir y a pelearse entre ellos, en vez de pensar en los demás. Me cabreo, y quiero que conste en acta, porque si siguen dándole alas a los grandes grupos corporativos, llegará un momento en que nadie podrá pararles los pies y la precariedad laboral irá a peor, mientras el bienestar social cae en picado (derecho a una sanidad y una educación pública, derecho a percibir pensiones tras una jubilación que llegue antes de los 65, a las prestaciones por desempleo, a las subvenciones por discapacidad, a la jornada flexible para compatibilizar trabajo y familia, etc.)
La crisis surgió por algo, no se puede permitir que las cosas sigan como si no hubiese pasado nada. Debe haber límites eficaces y no vacíos legales para saltarse las normas.
Me parace francamente insultante que los sindicatos convoquen una huelga general para septiembre, cuando ya la tenían que haber hecho antes. ¿Qué pasa? ¿Dejamos pasar el veranito, para que todos vuelvan contentos y de buen humor? ¡Por Dios! ¡El país está paralizado, nos arruinamos en cadena! ¡¡NO HAY VACACIONES!!
Bueno, pues en esta manifestación éramos 300 personas. De toda la ciudad de A Coruña, sólo 300 personas.
Comprendo que la organizó el sindicato CIG, que está íntimamente ligado al Bloque, y hay mucha gente que no sigue esa corriente política.
¡¿Y qué?! Yo tampoco, pero son los únicos que decidieron hacer algo YA y no dejarlo para septiembre. Las consignas de las que se hablaron no fueron más que las que yo he expuesto aquí y en mi opinión, son más que evidentes para cualquier persona.
El problema es otro y radica en la comodidad. Ese pensamiento de que "Otros irán por mí a la manifestación, yo tengo otras cosas en las que pensar. Total, no va a cambiar nada". Pues no, las cosas pueden cambiar.
En Francia tienen otro concepto de la opinión pública, porque están más unidos y convencidos de que eso hace la fuerza. Sarkozy lo tiene muy en cuenta. Si da un paso en falso, sabe que la sociedad lo echará del Gobierno.
En España "ese fenómeno" ha ocurrido en otras ocasiones. La gente llenó las calles para acabar con el régimen franquista; para pedir la liberación de Miguel Ángel Blanco, asesinado por ETA; tras el desastre del "Prestige"; después del 11-M...
Lo que importa es decir que estamos aquí, que estamos dispuestos a todo y que marcamos el rumbo porque somos muchos y perseguimos lo mismo.
Por eso hago un llamamiento, para que nadie falte el 29 de septiembre, para colapsar las calles de todo el país, ejercer el derecho a que nos vean y nos escuchen. Que sepan que no somos una cifra, somos personas y los que están arriba trabajan para nosotros.
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
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