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martes, 1 de junio de 2010

Yo decido


He perdido la cuenta de las veces que he abierto la ventana. Este bochorno me mata. Estoy más desinflada que un balón de playa. Me pesa la cabeza y sólo quiero dormir.
Uaaaaaaaahhh...
Qué sueño, Dios. Así no se puede hacer nada. Mmmmm...
Estaba escuchando música, pensando en todo y nada a la vez.
Por ejemplo, en que tengo un lienzo en blanco detrás de mí, esperando a ser pintado. No es una metáfora, es en sentido literal. Mi madre quiere que le haga unos cuadros para el salón. Hace catorce años que no cojo un pincel, pero se ve que confía en mi potencial. Casi me entra la risa.
No, en serio. No se me da mal, pero lo fui relegando y relegando, por esos asuntos que consideras más importantes que otros (Ya lo comenté en otro post) y ahora voy a tener que sacar las telarañas de mi caja de óleos. Qué recuerdos.
Es curioso que a veces la vida tenga que dar un vuelco para que puedas valorar estas cosas.
Cuando trabajaba, no es que fuera infeliz. Hubo momentos mejores que otros, desde luego, como en todas partes, pero logré sentirme a gusto. Sin embargo, sin darte cuenta, vas ocupando tu tiempo libre y abandonando partes de ti. Fijas una meta y no paras hasta conseguirla, como los caballos, con parches en los ojos, ascender y evolucionar es lo único que persigues y no consideras que hay otros caminos.
Este año, en cierta manera, ha sido una liberación. Con 28, vuelvo a tener 18 y puedo volver a decidir qué hacer con mi futuro. Me pongo a estudiar diseño gráfico y ¡vaya!, no sólo me gusta, sino que me encanta. La idea era completar mi currículo y he descubierto una nueva profesión.
Y con ello me di cuenta de lo muerta que estaba.
Siempre había sido una persona muy activa, con un montón de inquietudes y puñados de ilusión y en algún punto, se perdieron. Por los horarios, la tensión, las preocupaciones, los sueldos bajo mínimos y las buenas ideas a las que nunca se prestó atención.
Pero aquí estoy, como una adolescente, disfrutando de las horas muertas.
Me siento como el verano en el que terminé la Selectividad, el sol por delante y meses para disfrutar.
Desde que tuve uso de razón fui la alumna perfecta. Curso por año, curso por año... Un suspenso no era una tragedia, pero sí algo que había que solucionar. Tenía que conseguir una media de notable para estudiar lo que quería -no sirvió de nada, saqué un siete y necesitaba un 8,65- y después, en la universidad, acabar cuanto antes mejor, para dejar de gastar dinero y empezar a producirlo. Mis padres nunca me presionaron para eso, era cosa mía.
Nunca fui un coco tampoco. Esos años los disfruté, pero es verdad que me exigía mucho.
Después, nada más salir, encontré trabajo y desde ahí, sin parar. Y de repente, te obligan a echar el freno y el disco se raya. Volver a empezar, cuando nunca lo has hecho, porque ibas lanzada.
Lo pasé mal, para qué mentir, pero me vino muy bien. Había olvidado aquello que me hacía diferente: las ganas, la chispa, la alegría, mi buen humor.
Ahora me estoy reconstruyendo. Aprovecho cualquier oportunidad para recordar lo que fui y más.
Los años pasan por encima de nosotros y no hay que dejarlos escapar.
Saldré adelante. Lo tengo muy claro.

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