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domingo, 26 de septiembre de 2010

Historias del padre de Ana (Corrubedo. Segunda parte)

El sol caía a plomo, pero una sombrilla de dos metros de diámetro nos resguardaba de él.

- ¡Qué preparación! -comenté.
- A que sí. ¡Aquí hay de todo! -dijo el padre de Ana.

Bajo la brisa, cualquier comida sabe mejor, sobre todo si es carne a la brasa. Agustín se aposentó feliz en su silla esperando con una sonrisa.

- Y qué tal, niñas. ¿Qué visteis?

Ana le contó nuestras aventuras mientras nos servíamos los unos a los otros.
Escuchaba muy atento, con las mejillas coloradas e interviniendo siempre que podía. Su piel oscura estaba curtida por el sol y en ella destacaban unos ojitos brillantes como el mar.
Catuxa y yo no perdimos la oportunidad de hacerle preguntas, pero él no se cansaba de contestarnos.

- ¡Bufff, las historias de mi padre! Vosotras tiradle de la lengua... -nos advirtió Ana sonriendo y agitando la mano.

La verdad es que más que experiencias parecían cuentos. Yo estaba disfrutando como una enana haciendo huecos mentales para quedarme con todo. Se podría escribir un libro de su vida y sería un best-seller. Pero de todas, me quedo con dos:

El niño de la India

"Hace tiempo, cuando era más joven -explicaba Agustín- estuve embarcado en la zona de la India. Íbamos poco a tierra, pero cuando lo hacíamos, un regimiento de niños nos perseguía pidiéndonos dinero, caramelos... lo que fuese. ¡Y pobre de ti si se lo dabas!, ya no te dejaban en paz. 
Daban mucha pena, los veías deambular descalzos y semidesnudos por las calles, muriéndose de hambre. La miseria que vi allí, no la encontré en otro sitio, aunque estuve en muchos. 
Y aquellas vacas... en medio de todo, sin podérselas comer".
- Claro, son sagradas -anotó Ana. 
- A mí eso me costaba mucho entenderlo, pero bueno, tampoco tenían nada que sacar de ellas, porque estaban en los huesos. El caso...


"Hubo una vez que estaba cansado de ver llover desde el barco. Llovía, llovía y llovía de una forma descomunal, como si tiraran calderos de agua desde el cielo y eso que en Galicia llueve mucho, ¡pues allí llovía el triple. Semanas sin parar!"

- Sería el Monzón -dijo Catuxa.
- ¡Sí, eso era! ¡Qué manera de llover!

"Y y,o aún así, bajé al puerto porque no aguantaba más.  
En esto que no sé cómo me fijo que allí había un niño, acurrucado como podía entre unas cajas. Delgado y desnutrido. Vino a pedirme una moneda entre la lluvia:

- No papa, no mama. No papa, no mama -decía.

No pude soportarlo, era demasiado para mí. Así que le dije como pude que si quería comer. Él me contestó que sí, evidentemente, y me lo llevé al barco. Allí le di ropa seca y limpia. Una camiseta mía y unos pantalones que le quedaban grandes y le hice entrar en la cocina para darle algo caliente. 
Después de verlo devorar todo lo que le ponía encima de la mesa, le pregunté si le gustaría quedarse y ayudar en las tareas del barco. Él enseguida asintió".

- ¿Y el resto de marineros qué dijeron? -preguntó Ana.
- Al principio no les hacía mucha gracia, pero a todos nos daba pena, así que lo aceptaron como uno más.

"Durante el tiempo que estuvimos allí, el niño estaba feliz, engordó y parecía otro, pero claro, llegó el momento de partir y tenía que decidir qué iba a hacer.
Lo tenía muy claro, quería adoptarlo y llevármelo a España, pero mis compañeros me dijeron que el proceso era muy complicado y que podría llevar mucho tiempo, más en ese país. 
Me planteé incluso 'raptarlo', pero me sacaron la idea de la cabeza:

- Te vas a meter en un lío. Acabarás en la cárcel. Qué crees, ¿que no te van a descubrir? -me advirtieron.


Pero yo no podía dejarlo, algo tenía que hacer. 
Entonces, me hablaron de unas monjas españolas que tenían un hospicio allí y llegué a un acuerdo con ellas para que me mantuvieran al niño a cambio de una cantidad, para asegurar que no le faltara de nada. 
Todo el barco participó. Reunimos dinero suficiente como para alimentarlo durante un año entero y con toda la pena de mi corazón lo dejé, pensando que quedaba en buenas manos.

Mientras trabajaba, nunca me olvidé de él y le mandaba cartas siempre que podía, sin embargo, él nunca me contestaba, algo que me extrañaba mucho, pero supuse que a lo mejor había problemas con el correo o... sabe Dios. 
Hasta que un día, sí me llegó una carta. Era de las monjitas, pidiéndome más dinero para el chaval.
Yo estaba con la mosca detrás de la oreja y les dije que antes quería saber noticias de él. Como no recibí respuesta, investigué a ver qué pasaba, ya cabreado.
Cual fue mi sorpresa cuando averigüé que el niño no estaba en el hospicio y hacía meses que había desaparecido".


- Buffffffffffff... -suspiró Catuxa.
- ¡Se quedaron con el dinero y al niño lo echaron a la calle! -intervino Ana.
- Probablemente -comentó Agustín- Con la cantidad de chavales que están en esa situación allí, para ellas, uno más, uno menos, les daba igual. Miraron por sus intereses y punto. ¡Yo qué sé!
¡Pero de pedir el dinero bien que se acordaban!
En fin... -añadió frunciendo el ceño.

- Así que ya veis, podría tener ahora un hermano indio -dijo Ana.
- Increíble -apunté yo.
- Bueno, quién sabe si mamá querría casarse contigo si vinieras con un hijo de allá -añadió mirando a su madre.
- ¡Ay, sí! -exclamó Fina sonriendo- No te sé, ¡eeh!
- Igual las cosas eran diferentes y yo y mi hermana no llegaríamos a existir -imaginó Ana.
- ¿Quién sabe...? -razonó Agustín levantando la ceja.
¡Bueno!, y cambiando de tema, ¿fuisteis al faro?
- No, pensaba llevarlas mañana -contestó Ana.
- ¿Sabéis que este faro, junto con el de Tarifa, son los únicos que tienen luz roja?
- ¡Nooo, no tenía ni idea! -dije- Y eso, ¿por qué?
- Por su peligrosidad. Aquí hubo muchísimos naufragios.
- ¡¿Aquí?! -comenté sorprendida viendo lo calmado que estaba el mar en la bahía.
- Sí, porque hay muchos escollos cuando baja la marea y no se ven. Hay bastantes historias de barcos que han perdido aquí su carga. El último no fue hace mucho. Llevaba ordenadores.
- Sí, una pena que con el agua se estropearan -dijo Ana con una mueca pícara.
- ¡No digas! -soltó Catuxa.
- ¡Es verdad! -aclaró Agustín riéndose- Hay una historia muy buena de hace muchísimo tiempo...

Las postalitas

"...Esto me lo contaron cuando era pequeño. De aquellas no existía el papel moneda en España, todo se pagaba con monedas de cobre, níquel...Por lo menos aquí en Corrubedo, tampoco había mucho dinero en el pueblo como para manejar cantidades altas.
Bueno, pues un día encalló un barco y las cajas con la mercancía llegaron a la playa. La gente se acercó a ver si podía salvarse algo, pero las cajas sólo tenían papelinas con unos dibujitos, como postalitas.
Entonces, como no había calefacción y había que prender el fuego en el hogar con madera y papel, pues apañaron las cajas para tener qué quemar en el invierno.
Todo el pueblo las echó a la fogata y el que más papel había cogido había sido el trapero, porque llevaba una carretilla.
El caso es que a su mujer, como le gustaron las postalitas, se le ocurrió quedarse con una y la metió en el bolsillo del mandil, mientras su marido quemó el resto.
Pasó el tiempo y la mujer se olvidó de la postalita, pero un día que fue a comprar a Ribeira, estaba con el tendero para pagarle y al echar la mano al bolsillo la sacó con las monedas.
Iba a retirarla cuando vio que el tendero la cogió y le dio cambio. Entonces ella le dijo:

- Pero... si eso es una postalita. ¿Por qué me da dinero?
- ¿Una postalita? Mujer, ¿de dónde sacas eso? Esto es el nuevo dinero que ha establecido el Gobierno, ahora resulta que es de papel. ¿Te lo puedes creer? Lo están llevando a los bancos de toda España y se empieza a ver por aquí.
- Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh -Catuxa se echó las manos a la cabeza.
Yo tenía los ojos como platos.
- Y lo quemaron...
- ¡¡¡Lo quemaron todo!!! ¡¡¡Podían haber sido ricos!!! -dijo Agustín riéndose- Dicen que el trapero se desmayó cuando lo supo. ¡Al pobre no había quien lo levantara del suelo!
- Qué horror
- Postalitas... -rememoró Agustín.

Al acabar de comer nos fuimos a recorrer la playa desde la casa de Ana, lo que supone unos kilómetros hasta un peñón enorme que divide el arenal, y del que ahora no recuerdo el nombre, sobre el que existen varias leyendas. Entre ellas, según nos contó Ana, está la de un pájaro que guardaba sus tesoros entre los huecos, así como los huesos o los restos de lo que comía.
Malamente subimos y Catuxa nos sacó varias fotos.
Las vistas eran preciosas. Se veía el río y las lagunas que se forman al bajar la marea, además de las propias dunas.
Al bajar, Ana nos señaló los montes del fondo y nos explicó que antes había allí una piedra con una anilla de bronce, como para amarrar barcos.


 - Mi padre me contó que él la había visto y que la gente comentaba que la pusieron los moros, pero nadie sabe cuál era su finalidad. Un día desapareció. Aún se pueden ver las marcas en el lugar donde estaba.

Pensando en ello nos fuimos a tomar el sol hasta que éste se puso en el horizonte. Se estaba tan bien, que no hacía falta hablar.
Soñé despierta con barcos que navegaban por la montaña, animales mitológicos y tesoros hundidos. Nunca me había sentido tan lejos de la realidad y la sensación era fantástica.

Continuará...


martes, 21 de septiembre de 2010

Corrubedo (primera parte)

Ya hacía tiempo que quería escribir este post y no había manera. El mes pasado estuve en Corrubedo y hay tanto que decir que no encontraba el momento oportuno.
Fue cosa de mi amiga Ana que nos invitó a Catuxa y a mí a su casa con la intención de ir desde allí a las Cíes.
Al final, por no reservar el barco con tiempo, nos quedamos sin sitio, pero a cambio descubrí un paraíso en la sierra del Barbanza.
Nunca había visto azules tan intensos, ni playas tan largas.


Entré, como por arte de magia, en los cuadros de Sorolla de casitas blancas y marineros.
Los niños pedaleaban libres en bicicleta por la carretera y se hacían colas en la panadería del pueblo, justo antes de la hora de comer.
En casa de Ana olía a café y el devenir de las olas se escuchaba desde la ventana. Tenían una terraza a pie de playa, sólo hacía falta abrir la puerta para llenarse los zapatos de arena.
"Esta casa tiene más de un siglo de antigüedad. Tuvimos que reformarla", nos explicaría más adelante el padre de Ana.
La madera chirriante se confundía con las baldosas de cerámica.

- ¿Vistéis los muebles? Algunos los pinté yo. Eran bastante viejos y probé a arreglarlos -comentó orgullosa.
- Pues te quedaron muy bien -le contestamos.

Tenían ese toque acogedor del vintage y las fotos en blanco y negro (Ana es diseñadora de interiores).

Después de dejar las cosas en el cuarto de invitados y tomar un mini desayuno, nos fuimos a explorar.
Rumbo al dolmen de Axeitos. Una agrupación de menhires descomunales con sentido funerario.
Estábamos curioseando alrededor, junto a otros turistas, cuando vimos llegar a un señor, de unos 70 años, con una zapatilla de un color y otra de otro, a paso decidido.

- ¡¡¡¡¡Buenos días!!!!! -dijo bien alto- ¿Entendedes o galego? -preguntó dirigiéndose a una familia que andaba por allí.
- Así, así. No somos de aquí.
- Bueno, no hay problema, pues hablo en castellano. A ver, ¿sabéis por qué el dolmen está colocado aquí?

Nosotras nos fuimos acercando por curiosidad y con precaución sin saber si aquel hombre estaba loco o era el guía del monumento.

- ¿Por la orientación del sol? -responde la familia.
- Que me lo diga el niño -sentenció cogiendo a un chaval de 14 años por los hombros.
- Pues... ¿por el sol? -se aventuró a decir, ante la presión popular.
- Efectivamente, los primitivos adoraban al sol y creían que era importante que la luz llegara a los muertos, enterrados bajo el dolmen.
¿Y por qué las ventanas, esos huecos entre las piedras, tienen diferentes tamaños?


- Mmmm... No sé, ni idea.
- Bueno, como eres mi amigo -explicó aferrándolo con firmeza- yo te cuento, para que cuando seas mayor y vuelvas a Galicia con tus amigos, puedas tú explicárselo a ellos.
Verás, el sol recorre el horizonte de izquierda a derecha -explicó surcando el cielo con la mano-, pero no siempre sigue ese camino a la misma altura. En invierno o en verano sus posiciones cambian y entonces la luz no tocaría la tierra del interior del monumento, así que las ventanas son más grandes a un lado o a otro teniendo en cuenta esas variables.
¿Y viste el pez?
- ¡¿Un pez?! -dijimos todos con cara de extrañeza- ¡¿Qué pez?!
- Hay un pez grabado en la roca. No se ve muy bien -comentó trazando una forma en un menhir con el dedo.

Nos apelotonamos para mirar.

- ¡Ah, sí, aquí. Ésta es la cola!
- Casi no se ve -explicó el señor- Es el símbolo de los cristianos, anterior a la cruz. Los prehistóricos adoraban a la naturaleza y cuando comenzó el cristianismo, las generaciones posteriores consideraban estos monumentos paganos, por eso tallaron el pez, para cristianizarlo.

Creo que si nos cerraran la boca en ese momento, aún nos harían un favor. Quién iba a pensar que un hombre así podría saber tanto de historia.
Aún se quedaba allí con su discurso cuando cogimos el coche para dirigirnos al castro de Baroña.
Después de unas cuantas curvas seguimos un sendero hacia la costa:

- ¿Veis el castro? -preguntó Ana.
- No
- Esperad a que bajemos por allí.
- ¡¡Oooooohhhhhh!!
- Jejeje. Sabía que os iba a impresionar. Yo también, cuando me trajeron, esperaba verlo en una zona elevada, pero no ahí, justo al lado del mar.



Sobre un peñón de roca elevada, entre playas, había varias estructuras circulares que indicaban que allí hubo un poblado en otro tiempo. Las olas no llegaban a alcanzarlo, pero quizá en un día de tormenta, no podría asegurarlo.
En seguida vino a mí el pasado. Hombres cargados con palos llenos de pescado, niños jugando entre las cabañas, mujeres tejiendo redes...

- ¡Eeehhh!, ¿y esas montañitas de piedra? -me trajo Ana de vuelta.

Los arenales y los terrenos próximos estaban repletos de conjuntos de piedras pulidas por el mar, apiladas una sobre otra.

- Será un movimiento artístico -comenté.
- Qué bonito -exclamó Catuxa.
- Es impresionante. Hay montañitas por todas partes. ¿Lo harían de un día para otro?
- No creo, supongo que alguien lo empezaría y la propia gente que pasaba por aquí fue dejando su aportación -me aventuré a decir.
- Pues es precioso
- Tenemos que hacer una nosotras -propuse.

Así que en una esquinita montamos unas piedrecillas para dejar nuestro granito de arena.

- Es un poco cutre -dijo Catuxa.
- Bueno, al menos lo intentamos -respondí arqueando la ceja.

Entre los peñascos se veía toda la costa a ambos lados, era como un pequeño Alcatraz con una piscina natural de agua salada que se formaba al bajar la marea.
Alucinante.

Dimos unas cuantas vueltas más por ahí, hasta que Ana nos sugirió ir a la playa de las dunas antes de comer.

- Hay una zona donde se puede aparcar, pero después hay que andar porque es un área protegida. Tienen rampas de madera para evitar pisar las dunas. Enfrente, tenéis un centro de interpretación de la naturaleza que está muy bien, pero no sé si nos dará tiempo...
- No te preocupes, sólo vamos a mojar los pies.
- El agua suele estar helada.
- Para variar.


Las playas de Corrubedo son paradisiacas. No tienen nada que envidiar a las de las islas Cíes.
La arena, natural y muy fina, acariciaba los pies y el agua, aunque fría, era cristalina. Las dunas y la extensión le daban una imagen caribeña. Johny Depp bien podría haber aparecido por allí con la Perla Negra.

- ¡Eeehhh!, ¿os habéis fijado? -dijo Ana- Os dije que venía mucho por aquí.
- ¡Anda, qué casualidad!

Era inconfundible, Fran, el futbolista del Deportivo, estaba allí con su familia. A unos metros de nosotras.

Después de un par de cotilleos, los estómagos rugieron.

- Ya es hora de volver. Laura, ¿te gusta el churrasco? -me preguntó Ana.
- Síiiiiiiiiiiiiiiiiii

Cuando llegamos, la mesa ya estaba puesta en la terraza. Había churrasco con patatas fritas, empanada, pimientos, ensalada y tarta de queso. Qué más se podía pedir.
También había llegado el padre de Ana, que había vuelto de pescar.
Marinero de profesión, se había recorrido el mundo de puerto en puerto. En su maleta llevaba historias de todo tipo que nos amenizaron la comida y que merece la pena que sean contadas, pero eso, en el próximo capítulo. Hasta entonces, sed buenos y portaos bien.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La difícil profesión del profesor

Hace unos días le comentaba a un amigo que yo, por lo general, siempre había tenido suerte con mis profesores. Claro que hay almas cándidas en todas partes que te pueden hacer una clase insufrible, pero cuando te encuentras a uno bueno, vale por tres.

Recuerdo perfectamente las charlas apasionadas de mi profesor de Literatura. Él no leía, interpretaba los textos. Su voz te envolvía sumiéndote en una especie de trance y dejabas la clase atrás.
Nadie hablaba, porque todos estábamos sobrecogidos, escuchando versos o entendiendo textos que antes nos hubiesen parecido infumables. Me sentía una más en "El club de los poetas muertos" y salía del aula aletargada declamando "Oh, capitán, mi capitán".
Sus exámenes no eran fáciles de aprobar, no quería que volcaras tus conocimientos, quería que le inspiraras y había que engancharlo con la fuerza de tus palabras, aunque se tratase de un simple análisis.
Era exigente, pero nunca llegué tan lejos como cuando él salía a la palestra.

Igual que él, mis profesores de Historia me inyectaron el gusanillo de la investigación, la infinita curiosidad y la reflexión continua. Supe por qué el mundo era como era. La globalización estaba permanentemente en mi vocabulario. Seguí de cerca a Oriente Medio, EEUU, Rusia... Combatí en múltiples guerras y en otros tiempos, vi cómo se resolvían catástrofes económicas, cómo se ganaban derechos y libertades ficticios, a los que muchos aún no pueden acceder, por qué existen las fronteras y todos los intereses ocultos que establecen las reglas del juego.
En Antropología me atraparon las perspectivas que pueden dar otras culturas -pese a que Europa considere que algunos pueblos aún no han evolucionado como los occidentales-, además de la belleza y el significado de los mitos.
La Sociología me abrió las puertas de la mente humana y sus complicados entresijos; el cine y la fotografía me enseñaron a ver por primera vez; la filosofía, a pensar en abstracto; la ciencia, a descubrir las leyes de la naturaleza, etc., etc., etc.

Es cierto que soy una persona a la que le gusta sacar el máximo provecho a todo lo que hago y que hasta donde parece imposible, encuentro algo interesante, pero creo que cuidar nuestros conocimientos es un deber, además de un derecho.

Que la Educación sea pública y se imparta en igualdad para todos es un lujo, si comparamos España con países como Afganistán, la India, Perú, el Congo... donde muchos niños darían lo que fuese por ese privilegio. En su lugar, tienen que trabajar en lo que sea para ayudar a sus familias a salir adelante, si las tienen, si no, luchan por ellos mismos.

Yo soy licenciada y ahora no encuentro trabajo, pero mis años de estudiante fueron el mejor regalo que podían haberme hecho jamás. No me imagino lo que sería estar en la misma situación sin todo aquello que me enseñaron. Las desgracias parecerían peores sin el consuelo que ahora me da el arte y los problemas me comerían viva al no saber buscar soluciones. No hay nada, de ninguna asignatura, que no me haya servido en el día a día.

Por eso, no puedo entender que a mi mail puedan llegar cartas como ésta, de una profesora desesperada ante el retroceso social en materia de cultura en el que estamos inmersos.
Me la pasó Carapuchiña y no pude comprobar las fuentes, puesto que es un mensaje en cadena, pero sea cierta o no, creo que es una reflexión muy buena que debería tenerse en cuenta. Dicho esto, la transcribo a continuación:


El síndrome Belén Esteban*

Como profesora, las preguntas de los alumnos que más me cuesta responder convincentemente son sobre porqué hay que estudiar cosas que a ellos les parecen inútiles o absurdas, como la Historia o la Geografía. Yo tengo claro qué me aportan a mí, pero de todas las razones que hay para estudiar estas cosas, yo les hago hincapié en lo necesarias que son estas disciplinas para comprender el mundo en el que viven: las coordenadas de espacio y tiempo, que al fin y al cabo son las que tratan la Geografía y la Historia , nos ayudan a conocer el sitio que ocupamos en el mundo y a comprender de dónde vienen todas nuestras realidades. Que todo eso les puede parecer ajeno y absurdo, pero que muchas de las cosas que estudian tienen que ver con su vida real y que, quieran o no, les afectan. 




Por ejemplo, ¿quieres saber por qué tienes a tu lado a un compañero que viene de Ecuador? ¿por qué habla el mismo idioma que tú? ¿quieres entender por qué un señor, por nacer con el apellido Borbón, va a ser "rey" y el Estado Español le va a dar mucha pasta (que vendrá de los impuestos que tú pagues de mayor)? ¿por qué lo que digan unos señores europeos en Bruselas va a repercutir - y mucho - en tu vida? Todo eso es geografía. Todo eso es Historia.

Algunos entienden qué quiero decir, otros no. Yo no llevo mal las preguntas, las protestas... son críos. Es normal. Donde me desarman del todo y me dejan sin respuestas es cuando me dicen que todo eso les da igual. Que para qué quieren saber dónde está Marruecos, si no van a ir nunca. Para qué conocer el tipo de elecciones que hay en España, si ellos no tienen la intención de votar jamás. Que les resbala que haya una guerra en Irak, que media África se esté muriendo de hambre o que la Unión Europea diga "bla". Si ni siquiera les interesa eso, imaginaos lo complicado que me resulta hacer que se interesen por lo que hacían señores de hace cinco siglos, por muy apasionante que yo intente pintarlo.

Y, Lo que llevo peor con diferencia, es esa actitud de orgullo con el que exhiben su ignorancia y su cortedad de miras. Esa actitud de "no sirve para nada, no me interesa. Eso que cuentas y a lo que dedicas tu vida es una mierda. Yo quiero jugar a la Play / irme de compras al Centro Comercial y ya". La tienen conmigo, que enseño Historia, pero también que los profes de lengua, de biología, de matemáticas. El desprecio por los libros, por el Arte, por la Cultura , por las Ciencias... no es algo tan raro, y puede conmigo.

Últimamente esa actitud está más de moda que nunca. Tenemos una perfecta encarnación en la dichosa Belén Esteban, que no sabe nada, no quiere saber nada y se jacta de ello. La mala educación, la zafiedad y la ignorancia puestos en un pedestal día tras día. Todo el mundo la aplaude porque ella es "auténtica" (signifique lo que signifique eso). Conozco a mucha gente a la que le gusta ver a la Esteban y es curioso, porque hay toda clase de personas entre su público. Entre ellos, los que más me llaman la atención son dos tipos: la gente que tiene (o cree que tiene) más educación que ella y la ve como un divertimento, incluso algunos como un consuelo (yo soy mejor que ella), o los que son como ella, que han visto como la ignorancia y la mala educación también te pueden hacer triunfar en la vida y que hay que sentirse orgulloso de ello. Eso me da miedo: que se extienda y que sirva de ejemplo a más bobos, que opinen que el no saber nada es estupendo. Que el presumir de ser zafio e inculto se convierta en políticamente correcto y sea bien visto.








"Eh, que yo no quiero ayuda de nadie, que no necesito ayuda, leche" dice la Esteban en un momento de estos cuatro minutos de despropósitos. "Como yo no he pillado esa revolución -la industrial- tres narices me importa" -un argumento que podría haber empleado uno de mis peores alumnos.
En fin... lo grande es que estoy convencida de que la mayor parte del público (y muchos de los de las mesas) no tenían ni idea de que la chica estaba metiendo la zarpa hasta el fondo y más allá y reían y aplaudían porque lo decía el regidor.

Entendedme: yo no critico a la gente que no sabe. Yo no sé mucho de tantísimas cosas... tampoco creo que tenga que ser motivo de vergüenza el no haber estudiado, el no hablar correctamente o el tener lagunas de conocimiento. Lo que me revienta es la actitud contraria, la exhibición con orgullo de la ignorancia y el menosprecio a cualquier cosa que huela a sapiencia. Me duele el desprecio a la educación, en todos sus sentidos. Me duele... y me da una pena que me muero. 


A mí también.

*Belén Esteban es la ex mujer del torero Jesulín de Ubrique, la chica delgada y teñida de rubio que aparece en el vídeo de Youtube. La razón de su importancia para que salga en la televisión, aparte de casarse con el diestro, se basa en que ella misma, con su pobre vocabulario y su incultura, se erige como representante del ciudadano medio en numerosos debates y tertulias televisivas.
Por desgracia, es más conocida en España que el escritor portugués José Saramago, que murió recientemente, por poner un ejemplo (foto dcha.)

jueves, 9 de septiembre de 2010

La tarde para mí

Esta mañana la pasé escuchando discursos sobre prevención de riesgos laborales.
No, no estoy loca. Todavía no encuentro ninguna satisfacción en saber qué tipos de andamios hay, cómo debe ser el arnés para hacer trabajos en las alturas o conocer los efectos de una lista interminable de sustancias químicas, entre otras muchas maravillas. Sobre todo, cuando el curso que hago es de diseño gráfico.
Aunque bueno, quién sabe, tal y como están las exigencias en Infojobs...

- Así que Laura -comentaría el entrevistador- Licenciada, con máster, idiomas, cursos de informática... Conocimientos de diseño web, diseño gráfico, redes sociales, blogs... Mmmm... Todo esto está muy bien, pero... ¿sabe hacer el pino puente?
- ¿Cómo? -diría desconcertada.
- Sí, el pino puente. Verá, es que... No se lo tome a mal, pero son muchos candidatos y muy buenos, así que pensamos quedarnos con aquel que sea capaz de hacerlo. Es... simplemente una forma de descartar.

 Foto de Selena, publicada en http://esp.funiacs.com/fotos-comicas/18844/Gatita+gimnasta

- Ah, pues... no, no sé hacerlo.
- ¡Oh, cuánto lo siento...!
- Pero sé qué tipo de arnés se necesita para pintar una fachada.
- ¿En serio? ¡No me diga!
- Sí, y también sé cómo prevenir incendios.
- ¡Vaya! ¡Estoy impresionado!
- ¿Síii?, ¿me contrata?
- Bueno, pues... dadas las circunstancias, tendré que decirle que... no, no es lo que buscábamos, pero puedo asegurarle que la tendremos muy en cuenta. Es más, casi podría garantizar que la pondremos de finalista. Qué me dice.
- ¿De verdad? ¿De finalista? ¡Qué honor! Es lo máximo a lo que he aspirado hasta ahora.

En fin, esperemos que este diálogo nunca se produzca, por el bien de la humanidad, pero los riesgos laborales tengo que estudiarlos igual, quiera o no.
Es una iniciativa de la Xunta. Como desempleado puedes hacer cursos de formación gratuitos, pero también estás obligado a hacer un módulo de Igualdad, Medio Ambiente o éste de Prevención. Si no, no te dan el título.
Los dos primeros días fueron insufribles, para mí y para toda la clase, porque, aunque el aula tiene ordenadores, se colgó el acceso a Internet (#&%$=# compañías telefónicas), así que nadie sabía qué hacer para sobrellevar aquel soberano aburrimiento de cinco horas de leyes, normativa, etc.
Hoy, afortunadamente, los informáticos lo arreglaron y fue como un regalo caído del cielo. Hice tantas y tantas gestiones online que tenía pendientes, que hasta llegó un punto en que las tuve que inventar. Cualquier cosa por estar ocupada.
No es que no hiciera caso a la profesora, intervenía de vez en cuando, pero con un tema tan apasionante el cerebro parece expandirse y te pide más y más información paralela. Vamos, que puedo hacer varias cosas a la vez. Sin problema.
Pero, a lo que iba, que acabé tan saturada, que hoy me fui a pasear. Ahí se quedó el ordenador en casa, el cuadro al que ayer dediqué cuatro horas y el bloc de notas también, esta vez, con la enciclopedia encima.

- Me voy de tiendas -me dije.

Y fui a comprar tinta para la impresora.

Cobro el paro, tengo que evaluar mis necesidades y decidir qué es lo primordial, aunque -no voy a mentir- me guste la ropa.
Abrir el armario y decidir qué me voy a poner es un placer, como jugar a las mariquitas (muñecas recortables).
Los colores me motivan mucho. No me siento igual el día que me visto de amarillo, que el que llevo rosa. Pero hay que comprar "con xeito", es decir, con cabeza. Si no se puede, no se puede.
Pese a todo, una es coqueta y desfila por las tiendas capturando ideas. De momento, por mirar no cobran y la imaginación también viste.
Así que echando un ojo, aprendí cómo se pueden hacer flores con cremalleras, diademas con plumas, customizar una camiseta vieja con botones, aprovechar un coletero para decorar una chaqueta Y, reciclar temporadas pasadas y colarlas como -parafraseando a la Vogue- prendas IN.


 Mariquita recortable. Imagen publicada en: http://agrifonte.com/reinodelguisante/wp-content/guisantes/2008/02/mariquita.jpeg

Es más divertido eso, que tener cosas nuevas.

Sin embargo, estoy en contra de la catalogación social que supone "disfrazarse" de una manera o de otra.
Lo digo por la cantidad de gente que no es valorada o aceptada por su forma de vestir.
Hoy me crucé con una señora bajita y gruesa, con jersey a rayas violetas y verdes y una falda de tubo que le subía hasta el pecho, intentando que fuese atendida en unos grandes almacenes.
Después de pasar de ella varias veces, le contestaron de forma seca y rotunda y ni siquiera la miraron a la cara cuando le estaban cobrando.
Es una persona, aparte de su cliente, por las dos cosas se merece un respeto. ¿Qué memeces son ésas?
Pero así es, la imagen lo es todo, porque nos hemos vuelto idiotas.

Además, me preocupa sinceramente la mecanicidad de aquellos que entran en un centro comercial.
Hay padres que se olvidan de sus hijos. Me los he encontrado solos, a varios metros de ellos, mientras sus progenitores escarbaban en las gangas. Me gusta guiñarles el ojo y sonreírles, cómplice de su hastío. Cualquier día me los llevo, como el flautista de Hamelin. Después los devolvería, pero por lo menos que los padres supieran lo que es un susto, a ver si se daban cuenta de que un niño es una responsabilidad.

También vi a un chico en silla de ruedas, esperando solo frente a los probadores de mujer, cargado de ropa femenina, como si fuese un perchero.
Intentó moverse en el reducido pasillo para dejarme pasar.

- Perdona -me dijo.
- Tranquilo, voy por allí -contesté señalando otra parte.

Otras chicas no tuvieron esa consideración y pasaron delante de él, esquivándolo con dificultad y casi dándole con el bolso, porque allí había unas chaquetas "chulísimas".
Juro que ni le veían.

Y por último está toda esa tontería de tirar lo que ya no se lleva. Hay personas que vacían cada temporada el armario de ropa que está casi sin usar, porque ahora hay que ponerse pantalones pitillo, pirata, leggins o la funda de la plancha. ¡Pues yo los tengo normales, de tiro flojo y cintura alta! Son de los años noventa, muchísimo más cómodos ¡¡¡Y NO SE ME VE LA RAJA DEL CULO!!!
Si es que hay cosas incongruentes, por Dios, apliquemos la lógica.

Pero ante todo y en estos casos, como me contaron una vez mis padres, tengamos siempre presente que: "El hombre más feliz del mundo no tenía camisa".

lunes, 6 de septiembre de 2010

Septiembre

Desde que empezó el mes no paro de oír comentarios en contra de él. "Horror, es el fin del verano", "Se acaban las vacaciones", "Ya viene la lluvia", etc.
Yo no puedo opinar lo mismo. Para mí, es uno de los mejores meses del año.

 Playa de Nemiña (Fotografía publicada en: www.laxe.net/Laxe Excursion al Faro de Tourinan.htm)

El buen tiempo continúa, incluso es mejor que en julio. De hecho, cuando tenía que pedir las vacaciones en el trabajo siempre me quedaba con septiembre y en cinco años, no he tenido queja.
Además, es temporada baja, así que pagas bastante menos por el alojamiento y no tropiezas con turistas cada dos por tres.

Es mi mes viajero por excelencia. 

En segundo lugar, tras un agosto de parálisis total, el mundo empieza a moverse y con él, la actividad cultural. Vuelven las excursiones del Ayuntamiento, los talleres, el cine gratuito, las conferencias y mil y una razones más para no quedarse en casa.

También es el mes de las matriculaciones, en el que decides si entrar en la Escuela de Idiomas, hacer un postgrado (este año también hay subvenciones para parados), una nueva carrera por la UNED, cursos del Servicio Público de Empleo y derivados.

La agenda se llena de planes nuevos y mis revoluciones se disparan. Broum, broum!!!

Por otro lado, los niños vuelven al cole, con lo que los pequeños salvajes tienen cosas que hacer y no revolotean haciendo travesuras por la jungla.
Yo no tengo hijos, pero al lado de mi casa hay un colegio y la verdad es que me anima mucho abrir la ventana y oírlos berrear en el patio.
Cuando suena la sirena (siempre con alguna pieza de música clásica -cosas de la directora y que yo agradezco-) sé que son las once y media, hora del café; o la una de la tarde, y que mi madre estará a punto de llegar con la compra.

Tampoco me gusta que se acabe agosto y ¡zasca!, que venga el invierno de golpe. Nooooo... Septiembre está para que te despidas poco a poco, que disfrutes de algunos días más de playa, mientras te vas organizando. Es como un chicle, justo antes de que empiece a perder el sabor. Como no quieres que se acabe, lo masticas más despacio.
Los que empiezan a trabajar, pueden hacer cosas diferentes en sus días libres, para no romper del todo con el verano. Aún hay luz por las tardes hasta noviembre, las temperaturas ya no son agobiantes y los atardeceres son más bonitos.

Como el que estoy viendo ahora.