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domingo, 26 de septiembre de 2010

Historias del padre de Ana (Corrubedo. Segunda parte)

El sol caía a plomo, pero una sombrilla de dos metros de diámetro nos resguardaba de él.

- ¡Qué preparación! -comenté.
- A que sí. ¡Aquí hay de todo! -dijo el padre de Ana.

Bajo la brisa, cualquier comida sabe mejor, sobre todo si es carne a la brasa. Agustín se aposentó feliz en su silla esperando con una sonrisa.

- Y qué tal, niñas. ¿Qué visteis?

Ana le contó nuestras aventuras mientras nos servíamos los unos a los otros.
Escuchaba muy atento, con las mejillas coloradas e interviniendo siempre que podía. Su piel oscura estaba curtida por el sol y en ella destacaban unos ojitos brillantes como el mar.
Catuxa y yo no perdimos la oportunidad de hacerle preguntas, pero él no se cansaba de contestarnos.

- ¡Bufff, las historias de mi padre! Vosotras tiradle de la lengua... -nos advirtió Ana sonriendo y agitando la mano.

La verdad es que más que experiencias parecían cuentos. Yo estaba disfrutando como una enana haciendo huecos mentales para quedarme con todo. Se podría escribir un libro de su vida y sería un best-seller. Pero de todas, me quedo con dos:

El niño de la India

"Hace tiempo, cuando era más joven -explicaba Agustín- estuve embarcado en la zona de la India. Íbamos poco a tierra, pero cuando lo hacíamos, un regimiento de niños nos perseguía pidiéndonos dinero, caramelos... lo que fuese. ¡Y pobre de ti si se lo dabas!, ya no te dejaban en paz. 
Daban mucha pena, los veías deambular descalzos y semidesnudos por las calles, muriéndose de hambre. La miseria que vi allí, no la encontré en otro sitio, aunque estuve en muchos. 
Y aquellas vacas... en medio de todo, sin podérselas comer".
- Claro, son sagradas -anotó Ana. 
- A mí eso me costaba mucho entenderlo, pero bueno, tampoco tenían nada que sacar de ellas, porque estaban en los huesos. El caso...


"Hubo una vez que estaba cansado de ver llover desde el barco. Llovía, llovía y llovía de una forma descomunal, como si tiraran calderos de agua desde el cielo y eso que en Galicia llueve mucho, ¡pues allí llovía el triple. Semanas sin parar!"

- Sería el Monzón -dijo Catuxa.
- ¡Sí, eso era! ¡Qué manera de llover!

"Y y,o aún así, bajé al puerto porque no aguantaba más.  
En esto que no sé cómo me fijo que allí había un niño, acurrucado como podía entre unas cajas. Delgado y desnutrido. Vino a pedirme una moneda entre la lluvia:

- No papa, no mama. No papa, no mama -decía.

No pude soportarlo, era demasiado para mí. Así que le dije como pude que si quería comer. Él me contestó que sí, evidentemente, y me lo llevé al barco. Allí le di ropa seca y limpia. Una camiseta mía y unos pantalones que le quedaban grandes y le hice entrar en la cocina para darle algo caliente. 
Después de verlo devorar todo lo que le ponía encima de la mesa, le pregunté si le gustaría quedarse y ayudar en las tareas del barco. Él enseguida asintió".

- ¿Y el resto de marineros qué dijeron? -preguntó Ana.
- Al principio no les hacía mucha gracia, pero a todos nos daba pena, así que lo aceptaron como uno más.

"Durante el tiempo que estuvimos allí, el niño estaba feliz, engordó y parecía otro, pero claro, llegó el momento de partir y tenía que decidir qué iba a hacer.
Lo tenía muy claro, quería adoptarlo y llevármelo a España, pero mis compañeros me dijeron que el proceso era muy complicado y que podría llevar mucho tiempo, más en ese país. 
Me planteé incluso 'raptarlo', pero me sacaron la idea de la cabeza:

- Te vas a meter en un lío. Acabarás en la cárcel. Qué crees, ¿que no te van a descubrir? -me advirtieron.


Pero yo no podía dejarlo, algo tenía que hacer. 
Entonces, me hablaron de unas monjas españolas que tenían un hospicio allí y llegué a un acuerdo con ellas para que me mantuvieran al niño a cambio de una cantidad, para asegurar que no le faltara de nada. 
Todo el barco participó. Reunimos dinero suficiente como para alimentarlo durante un año entero y con toda la pena de mi corazón lo dejé, pensando que quedaba en buenas manos.

Mientras trabajaba, nunca me olvidé de él y le mandaba cartas siempre que podía, sin embargo, él nunca me contestaba, algo que me extrañaba mucho, pero supuse que a lo mejor había problemas con el correo o... sabe Dios. 
Hasta que un día, sí me llegó una carta. Era de las monjitas, pidiéndome más dinero para el chaval.
Yo estaba con la mosca detrás de la oreja y les dije que antes quería saber noticias de él. Como no recibí respuesta, investigué a ver qué pasaba, ya cabreado.
Cual fue mi sorpresa cuando averigüé que el niño no estaba en el hospicio y hacía meses que había desaparecido".


- Buffffffffffff... -suspiró Catuxa.
- ¡Se quedaron con el dinero y al niño lo echaron a la calle! -intervino Ana.
- Probablemente -comentó Agustín- Con la cantidad de chavales que están en esa situación allí, para ellas, uno más, uno menos, les daba igual. Miraron por sus intereses y punto. ¡Yo qué sé!
¡Pero de pedir el dinero bien que se acordaban!
En fin... -añadió frunciendo el ceño.

- Así que ya veis, podría tener ahora un hermano indio -dijo Ana.
- Increíble -apunté yo.
- Bueno, quién sabe si mamá querría casarse contigo si vinieras con un hijo de allá -añadió mirando a su madre.
- ¡Ay, sí! -exclamó Fina sonriendo- No te sé, ¡eeh!
- Igual las cosas eran diferentes y yo y mi hermana no llegaríamos a existir -imaginó Ana.
- ¿Quién sabe...? -razonó Agustín levantando la ceja.
¡Bueno!, y cambiando de tema, ¿fuisteis al faro?
- No, pensaba llevarlas mañana -contestó Ana.
- ¿Sabéis que este faro, junto con el de Tarifa, son los únicos que tienen luz roja?
- ¡Nooo, no tenía ni idea! -dije- Y eso, ¿por qué?
- Por su peligrosidad. Aquí hubo muchísimos naufragios.
- ¡¿Aquí?! -comenté sorprendida viendo lo calmado que estaba el mar en la bahía.
- Sí, porque hay muchos escollos cuando baja la marea y no se ven. Hay bastantes historias de barcos que han perdido aquí su carga. El último no fue hace mucho. Llevaba ordenadores.
- Sí, una pena que con el agua se estropearan -dijo Ana con una mueca pícara.
- ¡No digas! -soltó Catuxa.
- ¡Es verdad! -aclaró Agustín riéndose- Hay una historia muy buena de hace muchísimo tiempo...

Las postalitas

"...Esto me lo contaron cuando era pequeño. De aquellas no existía el papel moneda en España, todo se pagaba con monedas de cobre, níquel...Por lo menos aquí en Corrubedo, tampoco había mucho dinero en el pueblo como para manejar cantidades altas.
Bueno, pues un día encalló un barco y las cajas con la mercancía llegaron a la playa. La gente se acercó a ver si podía salvarse algo, pero las cajas sólo tenían papelinas con unos dibujitos, como postalitas.
Entonces, como no había calefacción y había que prender el fuego en el hogar con madera y papel, pues apañaron las cajas para tener qué quemar en el invierno.
Todo el pueblo las echó a la fogata y el que más papel había cogido había sido el trapero, porque llevaba una carretilla.
El caso es que a su mujer, como le gustaron las postalitas, se le ocurrió quedarse con una y la metió en el bolsillo del mandil, mientras su marido quemó el resto.
Pasó el tiempo y la mujer se olvidó de la postalita, pero un día que fue a comprar a Ribeira, estaba con el tendero para pagarle y al echar la mano al bolsillo la sacó con las monedas.
Iba a retirarla cuando vio que el tendero la cogió y le dio cambio. Entonces ella le dijo:

- Pero... si eso es una postalita. ¿Por qué me da dinero?
- ¿Una postalita? Mujer, ¿de dónde sacas eso? Esto es el nuevo dinero que ha establecido el Gobierno, ahora resulta que es de papel. ¿Te lo puedes creer? Lo están llevando a los bancos de toda España y se empieza a ver por aquí.
- Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh -Catuxa se echó las manos a la cabeza.
Yo tenía los ojos como platos.
- Y lo quemaron...
- ¡¡¡Lo quemaron todo!!! ¡¡¡Podían haber sido ricos!!! -dijo Agustín riéndose- Dicen que el trapero se desmayó cuando lo supo. ¡Al pobre no había quien lo levantara del suelo!
- Qué horror
- Postalitas... -rememoró Agustín.

Al acabar de comer nos fuimos a recorrer la playa desde la casa de Ana, lo que supone unos kilómetros hasta un peñón enorme que divide el arenal, y del que ahora no recuerdo el nombre, sobre el que existen varias leyendas. Entre ellas, según nos contó Ana, está la de un pájaro que guardaba sus tesoros entre los huecos, así como los huesos o los restos de lo que comía.
Malamente subimos y Catuxa nos sacó varias fotos.
Las vistas eran preciosas. Se veía el río y las lagunas que se forman al bajar la marea, además de las propias dunas.
Al bajar, Ana nos señaló los montes del fondo y nos explicó que antes había allí una piedra con una anilla de bronce, como para amarrar barcos.


 - Mi padre me contó que él la había visto y que la gente comentaba que la pusieron los moros, pero nadie sabe cuál era su finalidad. Un día desapareció. Aún se pueden ver las marcas en el lugar donde estaba.

Pensando en ello nos fuimos a tomar el sol hasta que éste se puso en el horizonte. Se estaba tan bien, que no hacía falta hablar.
Soñé despierta con barcos que navegaban por la montaña, animales mitológicos y tesoros hundidos. Nunca me había sentido tan lejos de la realidad y la sensación era fantástica.

Continuará...


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