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miércoles, 20 de octubre de 2010

Euskadi (Primera parte)

Durante el puente de octubre fui con Bieito al País Vasco. Era la única zona del norte de España que nos quedaba por recorrer y aprovechamos los días libres para fugarnos.
Contábamos con poco tiempo y muchos kilómetros por delante (Bieito quería ver los clubs de remo de los pueblos costeros, además de Bilbao y San Sebastián), así que fue un viaje INTENSO.

Además, la carretera que sigue la costa no es lineal, sino que entra y sale constantemente, siguiendo los recortes de los acantilados.
Por momentos, llegué a sentirme como una japonesa: foto-vuelta al coche-foto-café-vuelta al coche...
Pero ahora tengo una percepción general de Euskadi y sé que me encantaría volver.

Nos alojamos en Aizarnazabal, en el interior de Guipúzcoa, en una casa preciosa con vistas al entramado de montes verdes tan propios del lugar. Yo quería hacer senderismo hacia el interior, pero teníamos que dejar otras cosas sin ver, así que quedó para otra ocasión.
En media hora llegamos a Zumaia, una villa preciosa con muchísimo ambiente. Todo el mundo hablaba euskera y fue toda una experiencia escucharlo. Sonaba a antiguo y resultaba extraño, como si volvieras atrás, a los pueblos anteriores a los celtas y ellos convivieran ahora contigo en la edad moderna.

 Vista de Zumaia. LGP

Seguimos el puerto, donde muchas personas llenaban las terrazas mirando al mar. Las casas eran chalets edificados al estilo tradicional vasco, es decir, con las vigas de madera en la zona del tejado al aire. Un tejado ancho y triangular y con balconadas de madera pintadas de color (verde, azul, rojo...).
También había casonas modernistas, muy bonitas.
Todas se alternaban en un paseo ancho de árboles frondosos. Siguiéndolo, te internabas en el dique, hasta casi encontrarte en medio de las olas, debido a su extensa longitud.

Curioseando nos colamos por una calleja persiguiendo una melodía que nos atrapó. Era un sonido de flauta, alegre y melancólico a la vez. Una sombra lo proyectaba en el acantilado mientras atardecía, acompañado por la luz del faro. Sentí un escalofrío. Hay momentos que sólo vives una vez y ése era uno de ellos.
El chico sintió nuestros pasos y se levantó, dejándonos sitio para ver el mar, a la vez que guardaba el instrumento.


Nos quedamos allí un rato más, medio tontos, mirando el paisaje. Después bajamos al casco viejo, callejeando atentos al torreón iluminado de la iglesia medieval.

- Va a ver que venir mañana a verlo con luz -le dije a Bieito.
- Pois si, es precioso.

De camino al coche vimos luz en el club de remo de Zumaia.

- ¡Eeeeehh, están ahí! Pasa y habla con ellos.
- ¡Puf! E que lles digo? -me preguntó metiendo la cabeza por la puerta para ver las traineras.
- Pues que eres un admirador gallego, jejejeje. Que si te pueden enseñar el club.
- Mmmm... Creo que hai só un par deles. A tempada de regatas xa rematou*.
- Bueno, pero lo intentas.
- Non sei, mellor noutra ocasión, a ver se hai máis xente. Agora ao mellor están co ergómetro e moléstolles.
- Jejeje. Está bieeen, en otra ocasión.


El primer día ya prometía. (Continuará)

*rematou: acabó 

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