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martes, 26 de octubre de 2010

Jornadas de doce horas

Hoy me di cuenta de que el sol y yo tenemos el mismo horario laboral. Los dos nos levantamos a las ocho de la mañana y no paramos hasta las ocho de la tarde durante cinco días a la semana.
La diferencia está en que él trabaja también los sábados y festivos por amor al arte.
Yo le digo muchas veces, en la pausa del café, que por qué no se toma un descanso, que tampoco se va a acabar el mundo porque se quede en casa una vez, pero él me insiste en que si el ciclo de la vida, las estaciones... Excusas, la realidad es que se aburre mucho y le encanta la oficina, con sus nubes, sus pajaritos, su nieve y demás familia.
El caso es que después no creas que se rompe la cabeza, se queda ahí colgado, "IRRADIANDO LUZ", como dice él y santas pascuas
De todas formas, si el jefe no le suelta nada, yo no me voy a quejar, le tengo bastante cariño y ya que el pobre hace horas extra por el planeta adelante, pues también hay que tenérselo en cuenta.
Es un compañero un poco tímido, de esos que están ahí como si no estuvieran, pero cuando llega tarde por lo que sea... se le echa en falta.
Me acuerdo de una vez que me sentía fatal, de esto que estás sin ganas de hacer nada, ¿no? y no sabes por qué. Pues de repente, apareció él y surgió la motivación. Así sin más. Pero no sólo pasó conmigo, sino que a todos los que estaban a mi lado, ¡oye, les cambió la cara!
Es un tío agradable, no sé, tiene un don.
A última hora aún nos hicimos compañía... Bueno, en los últimos coletazos del día, ya sabes, cuando estás más cansado y parece que todo lo que dices se vuelve más trascendental.
Los dos miramos al horizonte y esperamos, como dos ancianos en un banco, sin decir nada, viendo la vida pasar.

- ¿Nos vemos mañana? -le pregunté.

No me contestó. En su lugar se fue y desapareció detrás de unos edificios, dejando sombras a su paso. Tan intrigante como siempre.
Da igual, me sé de sobra la respuesta.

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