En un segundo, mis sentidos arácnidos me propulsaron a cogerla por el brazo, dispuesta a lanzarme en plancha con ella, al más puro estilo Bruce Willis, si fuera necesario; pero la trayectoria del vehículo varió, manteniéndose alejado de la acera.
Nos quedamos igual agarradas, con el corazón a mil por hora y con la vista fija en el coche que había sufrido todo el golpe. Los airbags habían saltado y el conductor no salía de allí. El morro estaba completamente hundido, pero parecía que el impacto no había llegado a deformar el habitáculo interior.
El hombre que llevaba el otro automóvil involucrado en el accidente y otras personas se dirigieron a comprobar que todo estaba bien. Por fortuna, era así.
Respiramos aliviadas. Unos momentos antes, un BMW casi había arrollado a Carapuchiña dando marcha atrás.
¿Qué más nos pasaría? ¿Habría que esquivar meteoritos del cielo?Por si acaso, seguimos nuestro camino mirando hacia los lados, pero conseguimos llegar sanas y salvas a la cafetería.
- Bueno -dijo ella después de sentarnos- Espero tomarme el café tranquila.
Estaba terminando la frase cuando una orquesta de gaiteiros se puso a tocar en la plaza que estaba al lado del local.
- ¿Y esto? -pregunté yo.
- No te lo pierdas, hay zancudos también -comentó- Me da que hoy va a ser un día singular.
Elevando el tono, intenté explicarle que había estado con Isa el pasado viernes, pero fui interrumpida por llamadas de Bieito.
- Qué tenéis, ¿tarifa plana? -preguntó.
- Lo siento. Dame un minuto -le dije mientras abría el móvil por tercera vez.
- Ao final baixo agora ¿Onde estades?
- En el Hispano del centro -silencio- Junto a la placita de la calle de los vinos -silencio- ¡Sí, hombre, en la que hay muchas cervecerías!
- ¡Ah, si, xa sei!
"Menos mal, a la tercera", pensé
- Bueno, vou con Quico, que voltou de Portugal. Vémonos nunha hora.
- Ok -colgué- ¡Tenemos compañía! -le anuncié a Carapuchiña.
No tardaron ni treinta minutos en llegar.
- ¿Víchedes aos cómicos? -dijo Bieito, a modo de saludo, mientras nos apretujábamos malamente alrededor de la mesa.
- Oímos a los gaiteiros ¿Qué cómicos?
- Hai un festival de actuacións na rúa. Dígovolo porque gustades desas cousas, ¿non?
Con un aire de "Ya empezamos", las dos tratamos de defender lo interesante que podía llegar a ser el teatro.
- Se eu o admito -comentó Bieito- De feito, esta última obra á que fomos estivo ben, pero non todas.
- ¡¿Leváchedes a Bieito ao teatro?! -preguntó Quico.
- Sí, "A piragua" se llamaba, pensábamos que era una comedia y resultó ser un drama, así que pasamos la mayor parte de la obra mirándole la cara y temiendo que nos matara al salir -confesó Carapuchiña.
- Pero tiña puntos de humor negro -apuntó Bieito.
- Gracias a Dios, salió convencido -suspiré.
Las cosas derivaron hacia Portugal y la experiencia de Quico trabajando en Viana do Castelo. También les referimos nuestra pequeña incidencia, antes de llegar al café.
- Menos mal que estaba allí para salvar a Carapuchiña -conté tras resumir la historia.
- ¿Salvarme? Tu gesto al agarrarme tenía más intención de tirarme sobre el coche en pleno derrape. Aún recuerdo lo de los tojos.
- ¿Que toxos? -preguntó Quico, curioso.
- Verás -expliqué- es que hace mucho tiempo, estábamos paseando por los acantilados de la Torre. Era un camino estrecho y vi que se aproximaba un ciclista...
- ¡No era un ciclista, era un tío haciendo footing!
- Bueno, da igual, el caso es que la iba a arrollar y yo la empujé para evitar que ella cayera hacia el mar, con tan mala suerte que... al final, la tiré sobre los tojos.
- Y cuando llega el tío se detiene y dice: Mujer, iba a parar, si tampoco era para tanto ¡Aún tengo las marcas en la mano! -mostró Carapuchiña.
- ¡Home! ¿Que tal? ¿Rematou o torneo de xadrez? -soltó Bieito abriéndole un hueco.
Ya éramos cinco y la circunferencia de la mesa no tenía más capacidad. "¿Va a venir alguien más?", me dijo Carapuchiña con la mirada.
- Bueno... Saíu ben -contestó Josemaría- Fixemos tablas. Por certo, vaime chamar un amigo meu do equipo que vén tomar algo.
"Está bien -me transmitió ella mentalmente- Creo que lo del café tranquilo ha pasado a la historia".
Enseguida nos pusimos al día de la liga de ajedrez cuando apareció su amigo y nos radió las últimas partidas de la jornada con la misma emoción que el derbi Barsa-Madrid. Todo eso, a medio metro de distancia de la mesa, porque allí ya no cabía nadie más. Tras el inciso deportivo, profundizamos en la técnica del estarcido, ya que Josemaría había ido el viernes a un taller sobre el tema. Carapuchiña y yo no asistimos porque el profesor nos había parecido muy lento y pesado en la primera clase.
- ¿Estarcido? É a primeira vez que escoito esa palabra -intervino su amigo.
- Consiste en pintar graffitis con plantillas -explicó Carapuchiña.
- Pareceume interesante para ensinarllo aos rapaces.
Josemaría está preparando las oposiciones para profesor.
- ¡¿Vas a ensinarlle gamberrismo aos nenos de primaria?! -soltó su amigo.
- Noooonnn...
- Se pueden pintar sillas, armarios... Es un arte -confirmé- ¿Qué imagen llevaste para hacer la pantilla?
- En Internet atopei varias. Levei un galo, un floreiro...- El tío que daba clase debió de quedarse impresionado con tu interés. Sobre todo después de que te preguntara el primer día si sabías lo que ibas a hacer allí -le dije.
- En serio, ¿díxolle iso? -preguntó el amigo.
- Sí, pero después Josemaría nos dejó asombrados a todos cuando el tipo empezó a exponer trabajos de graffiteros famosos y él era el único que conocía algunos de ellos.
Seguimos riéndonos contando experiencias con las muelas del juicio y los efectos colaterales del hambre en una relación de pareja, hasta que nos pusimos serios con la política y sacando a colación, las tan importantes para Bieito, regatas de traineras, pero llegó la hora de cenar.
El amigo de Josemaría se marchó y nosotros nos trasladamos al mesón Moncho. La comida nos sumió en el silencio, hasta que llegó Ana, una amiga de Carapuchiña, que empezó a narrar las aventuras de una de sus últimas excursiones. Ambas habían practicado equitación y escalada en plenos Ancares a unos grados bajo cero, además de hacer un curso de reconocimiento de huellas de animales, en pleno diluvio universal.
- Lo mejor, es que parte de la ruta consistía en observar detenidamente las cagadas, para determinar si andaba cerca un jabalí o un corzo -aclaró Ana.
- Por eso, cuando hablamos de aquella experiencia, la recordamos como la cagarruta -puntualizó Carapuchiña, mientras toda la mesa se reía.
Después, le contamos a Ana los resultados de nuestras actividades culturales (muchas repartidas por este blog) para olvidar las tensiones de la semana y recordar la ristra de anécdotas que nos habían dejado, entre levitaciones insólitas y conferencias sorprendentes.
Al final, nos despedimos a la una de la mañana porque Bieito nos advirtió de que tenía que entrenar a las nueve.
La verdad es que yo, como él, tampoco sabía que ir a tomar un café pudiese llevarnos siete horas.
Se te olvidó poner que al lunes siguiente Carapuchiña volvió a correr un riesgo fatal circulatorio cuando un conductor bostezante y de gran diametro mandibular nos rebasó rascando límite!
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