No sé a partir de qué edad se vuelve difícil hacer amigos. Ojalá siguiera funcionando aquello de... "¿Cómo te llamas? ¿Quieres jugar conmigo?"
De los 11 para arriba esa última pregunta entra en otro contexto.
El caso es que a la vez que te vas haciendo mayor, parece que te cierras más. Por comodidad -ya tienes tu grupo hecho-, porque tienes menos horas libres debido a tu trabajo, porque casi no estás con tu pareja/familia, etc. Entonces, en esas circunstancias, cuando alguien nuevo se acerca a ti, al hablar de él ante los demás, dirás que es un compañero. Una persona a la que ves a menudo, que te puede caer tanto bien como mal, pero con la que no quedas para contarle tu vida más que dentro del ámbito que compartes con ella. Sin embargo, en ese sentido, puedo decir que siempre he tenido suerte, porque donde yo pensaba encontrar compañeros, he acabado encontrando amigos.
Todo empezó un año después de un viaje a París. Siempre me había gustado el francés, pero como nunca se me dieron bien las lenguas extranjeras, no quise arriesgarme a escogerlo de optativa en el instituto.
¡Y cómo me arrepentí!
Estaba allí, en una ciudad a la que no iba a volver y no entendía ni una palabra.
Así que al llegar a casa, pensé que sería una buena idea matricularme en la escuela de idiomas y aprovechar las mañanas, ya que sólo trabajaba de media jornada por la tarde.
Al principio resultaba algo tedioso, me costaba madrugar y mi profesora, una tal Manoli, parecía sacada de un libro de posguerra. El francés era para ella mademoiselle, madam, monsieur y Edith Piaf. Me sabía de memoria el "noooonnn, rien de rien" cuando, de repente, cogió una baja de las largas y apareció Sole.
No volvimos a dar clase y, sin embargo, aprendimos a hablar más en unos meses que en cinco años.
Es cierto que yo confundía en los dictados los veleros (voiliers) con las afueras (banlieue), pero sabía pedir toda clase de postres en un restaurante y entender qué decía el mismísimo presidente de Francia cuando salió en el telediario.
Para mí, ella era como Mary Poppins, nunca sabías qué era lo que iba a sacar de su bolso para conseguir que te explicaras en otro idioma.
Al mismo tiempo y de forma paralela, también conocí la alegría de Vanessa, mi compañera de pupitre, fan de Oasis y jugadora de rugby; el carácter de Paula, tan fuerte como el cariño que puede llegar a darte (prepara los mejores cafés de la ciudad); las largas conversaciones de Elena, en las que nunca se hace el silencio y sólo te dejas llevar; la chispa y el análisis crítico de Déborah, siempre con el comentario oportuno; la sabiduría de Jose -aunque no quiera admitirlo- y su destreza, unida a la de Lola, para reunirnos a todos; la creatividad de Lucía, que siempre aporta una luz especial; la dulzura de Fátima, mi otra compi, de la que te costaría separarte; los diálogos surrealistas con Siddharta y la lista sigue y sigue, con unos años más y el recuerdo intacto.
Lo que empezaron siendo dudas de gramática, se transformaron en debates políticos o charlas sobre cine, literatura, viajes, trabajos, experiencias y cosas personales. Hasta el punto de que, aunque dejé de ir a clase, seguía recorriendo media ciudad sólo para encontrarme con ellos en la cafetería de la escuela. Y aún es ahora que me valgo del Facebook para organizar una cena. Una excusa para verlos.
Fue el pasado sábado y es verdad que no salió como esperaba. Había hecho una reserva para diez personas y acabamos siendo seis, entre ciclogénesis explosiva y todo tipo de imprevistos.
Pero para mí lo importante es que muchos, a pocos días del encuentro, habían confirmado su asistencia y tenían intención de venir. Sólo eso me bastó para saber que sí, que pese a las circunstancias, aquello que empezó con el curso 2005/2006, resultó ser algo más que clases de una hora.
En el restaurante se sirvieron con los entrantes, exámenes de febrero. Después la camarera trajo unas lasañas y unas pizzas y con la sangría llegaron desventuras, libros y una crítica encarnizada contra todos los columnistas del suplemento El Semanal. Más tarde, en la segunda jarra de alcohol, aparecieron flotando una sesión de sucesos y un manual de técnicas para salir de la cama, mientras llegamos a los postres y decidimos que había que seguir. Así que nos trasladamos a La Terminal (ahora El Bitácora), para compartir cócteles y síntesis biográficas, hasta que Paquita se encargó de enseñarnos su reloj y advertirnos de que su marido estaría desquiciado.
Desde luego, teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que hacía que no nos veíamos, tampoco hablamos tanto. Pero yo creo que el hecho de quedar es como celebrar una tradición. Al hacerlo, interiormente recordamos todo lo que compartimos y por eso merece la pena. Al fin y al cabo, como pone Jose, en sus marcapáginas, fuimos y "Somos los mejores" alumnos de la EOI.
PD. El grupo se llama Deportivo. No le busquéis sentido a la canción, no lo tiene, pero es mejor que cualquier balada melancólica francesa y me gusta el estribillo:
Ayayayayayayaya
Ce soir mon amour valse et danse
Ayayayayayayayaya
Demain on verra, on verra
Demain on verra, on verra
Ayayayayayayayaya
Ce soir mon amour valse et lance
Des étoiles sous mes pas
Ce soir mon amour valse et lance
Des étoiles sous mes pas
precioso. que lindo. me encanta. gracias.
ResponderEliminarque bonito, creo que deberías escribir un libro, sería todo un exito.
ResponderEliminarfue una pena lo del ciclón, al final no fue para tanto y me perdí una gran reunión, espero que se repita el reencuentro.
bikiños guapa