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viernes, 7 de mayo de 2010

En un lugar de Galicia...

Cuando alguien se va al extranjero, nunca pierdo la oportunidad de pedirle que me traiga una postal. Tal es mi afán por ver mundo que ya tengo unas cuantas. Sorprenden las de Japón y Suráfrica, por ser tierras lejanas, pero si no se tienen medios, pasar un fin de semana fuera, a pocos kilómetros que estés de casa, puede convertirse en una odisea.

A mí se me ocurrió ir a Trives, en Ourense y, bueno, no es la selva colombiana, pero sí se le parece. De hecho, conviene desarrollar antes una investigación profunda, hacerse con mapas y planificar la ruta con la suficiente antelación, porque cuando entres allí, de nada servirán los GPS, ni tampoco podrás confiar en los letreros. Estarás solo ante imponentes barrancos, tortuosos caminos y pistas de tierra.


Es increíble que siendo un sitio estratégico, cerca de los cañones del Sil, a media hora de la sierra de O Courel y a veinte minutos de Cabeza de Manzaneda, esté tan poco explotado en lo que se refiere al turismo. Sobre todo si has pasado antes por Ribadavia, en la zona occidental de la provincia y con un panorama totalmente opuesto.

Sin embargo, no sé qué me gusta más, que me lo den todo hecho o perderme y descubrirlo a pie por mí misma. Gasté litros de combustible, me peleé con las encargadas de turismo y jugué a encontrar la salida en verdaderas ratoneras, pero… forma parte del encanto, ¿no?

Galicia es salvaje, oscura y abrupta. Ideal para escuchar a Bruce y embarrar el coche con orgullo, mientras recorres murallas chinas en las laderas de las montañas. No encontrarás a nadie por el camino y si lo haces, mala suerte, quizá no puedas dar marcha atrás.

Peleándome con las cumbres localizamos una cascada de veinte metros de altura que no aparecía indicada en ningún sitio. Tampoco decían nada en las guías de las terrazas con cultivos de vid, taladradas en ondas sobre la tierra.


Sin saber lo que hacíamos, tropezamos con restos romanos en plena carretera, bien en forma de miliarios o de puentes que sorteaban ríos aterradores. Hay que llevar los ojos bien abiertos porque cualquier piedra puede llevar implícita siglos de historia.
Uno de los mayores cabreos que me agarré fue el día que nos acercamos a un pueblo para ver lo que quedaba en pie de un antiguo campamento de legionarios. Dimos vueltas y vueltas y no encontrábamos nada, pese a que estaba señalado en la ruta. Al final, se me ocurrió preguntar a una señora:

- Ya llegasteis -me contestó.
- ¿A dónde?
- Al campamento. Todo el pueblo es el campamento. En esa casa de ahí abajo puedes ver una de las columnas de algún edificio.
- ¿Cómo? -empezaba a sentir la gota de sudor en la frente que les sale a los dibujitos manga.
- Sí, neniña -intervino su acompañante- No hay campamento, cada vecino cogió las piedras para sus propios terrenos...

No podía ser verdad. Bieito y yo bajamos temblando a la casa indicada y sí, era cierto. Increíble, pero cierto.


Allí estaba la columna, incrustada en cemento.

- ¡Dios, que puta vergüenza! -exclamé.
- E que lle vas facer? Seguramente a xente de entón non sabía que eran cousas que tiñan que respetar.
- ¿Tú crees que no lo sabían o se hicieron los suecos?
- Non sei, a verdade. O que me parece raro é que a Diputación promocione isto. Qué pon no mapa?
- Pues dice que era un antiguo poblado celta que fue ocupado por los romanos...

A los dos se nos encendió la bombilla a la vez.


- Disque era un poboado celta...
- Sí
- Entón os muros de todas estas casas en pedra...
- ¡¡¡¡¡No son fruto de la casualidad!!!!
- Veña!
- ¡¡ Que sí, Bieito, que esta gente aprovechó los castros para hacer murallas y separar los terrenos de sus chozas!!
- Oh, Dios mío.

Efectivamente. Todas las fincas del pueblo tenían muros de piedra antigua, gris, en estructuras circulares, que creaban calles perfectamente delimitadas y no puestas al azar.
Galicia nunca dejará de sorprenderme.

Cabreada con el mundo, nos dirijimos al propio Trives, a buscar una de las legendarias bicas, para compensar el mal trago.
La bica es un bizcocho hecho de manteca de vaca, azúcar, masa de pan, huevos, harina y canela. Dura hasta diez o doce días en buen estado manteniéndola en un lugar fresco y las hay de diversos tamaños. Su precio oscila entre los seis y los ocho euros. Absolutamente imprescindible.

Más tranquilos, se nos ocurrió entrar en el museo de la escuela por recomendación de Carapuchiña vermella, que había estado en la zona hace un año.

- Bueno, supongo que esta vez saldremos satisfechos -dije.
Como niños pequeños.

Había estado en muchas ferias de libreros de viejo, pero en ninguna tenían colecciones como aquella. Podían contarse hasta unas quince vitrinas lleeeeeeenas de juguetes antiguos, recortables, cromos, libros de texto, cuadernos, folletines de la república, de la dictadura y multitud de curiosidades relacionadas. Todo expuesto de forma escrupulosa.

Al parecer, un maestro donó el material al pueblo, tras recopilarlo durante toda su vida, con el fin de que los ancianos pudiesen recuperar su infancia y los jóvenes, conocerla.

Tenían pizarrines, la reconstrucción de una cafetería de la época y hasta el contrato de una profesora de aquel entonces. En él se comprometía a no casarse nunca, llevar un vestido negro hasta los pies, no acudir a las heladerías del centro del pueblo y no ir a las verbenas, entre otras muchas condiciones represoras de la libertad de la mujer. Tuve que leerlo tres veces y pellizcarme, pero aquello, por desgracia, era real.

Después, decidimos cambiar de aires y subir a la montaña para ver la nieve. A 1778 metros de altura siempre hace frío, pero a una temperatura de 24º, se agradece. En la estación aún había personas esquiando o deslizándose en trineo pese al comienzo de la primavera. Sin embargo, nosotros nos conformamos con dejar las huellas sobre el suelo inmaculado y movernos con dificultad, ya que no llevabamos raquetas en los pies.


El paisaje era muy bonito, lleno de colinas y embalses que se perdían a lo lejos. Una pena que no hubiese ninguna ruta de senderismo en la zona, tuvimos que ser los encargados de inaugurarla.

Por la tarde, cuando recorrimos un bosque de castaños centenarios, la situación ya fue diferente. ¡Por fin un cartel! Lástima que los árboles fuesen podados a causa de las últimas tormentas del invierno.
Eran mostrencos imposibles de abrazar, mutilados de forma siniestra, que se cernían sobre nosotros.
El bosque maldito...


No me hubiese extrañado ver a una bruja pasar con su escoba en cualquier momento.
"Muajajajaja". Me reí asustando a Bieito.
Sí, a veces desvarío demasiado.

Bajo amenaza de meigallo, llegamos rendidos a la sala de la casa rural.

- Hay que encender la chimenea -recordé perezosa.
- E facer a cea.
- ¿Tallarines con nata y bacon?
- Vou prendendo o fogo.

Menos mal que el hambre nos puede.

3 comentarios:

  1. Qué recuerdos... de cuando estuve viviendo en Montederramo y en Xunqueira de Espadañedo varios meses por trabajo... La zona es preciosa, y como dices, muy salvaje, jajaja.
    Lo de las ruinas romanas... De pequeña pasaba unas semanas de verano cerca de Bande y Porto Quintela, donde vivían unos tíos, y donde hay otro campamento romano, con su caldarium y todo. Allí jugábamos, corríamos, nos bañábamos... y cada verano que volvíamos... había menos piedras!!! Hasta que hicieron el centro arqueológico y de interpretación, para conservar lo poco que quedaba...

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  2. Sí, el de Bande es impresionante, se llama Aquis querquennis y es de visita obligada. El centro de interpretación es muy interesante. Nada que ver con las piedras "recicladas" de Trives vello.

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  3. Pues ya ves, yo jugando a las casitas en el aquis querquennis, y los vecinos congiendo sus piedras. Así que o excavaron y encontraron muchas más, o toda la reconstrucción que se ha hecho en el campamento es con piedra de fuera. De cualquier manera lo han dejado bastante bien ;)

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