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martes, 20 de julio de 2010

Paraísos

Normalmente sé que me encuentro bien cuando soy capaz de estar sola. Puede parecer una contradicción, pero no lo es. Yo, al revés que mucha gente, busco compañía cuando estoy triste.
Me gusta compartir también mis alegrías, como todo el mundo. A veces se puede quedar, otras no, tampoco pasa nada, pero si el barullo interior es demasiado alto, da igual todo, nunca me encerraré en casa, recorreré de la A a la Z toda mi agenda buscando a alguien para no pensar, hablar de trivialidades y reírme todo lo que pueda y más y si no lo encuentro, saldré a la calle a caminar como una loca, hasta que me duelan los pies, cualquier cosa con tal de no darle vueltas a la cabeza.

No es mi estado natural, aunque me ha sacado de muchas como terapia de choque, es mi dispositivo de emergencia y gracias a Dios, no me falla, pero prefiero no tener que usarlo.
Si lo hago, quiere decir que hay partes de mí, muy importantes, que tengo que enterrar en beneficio de otras.

Por ejemplo, si yo no tuviera lo que malamente llaman "horas muertas", jamás podría leer, tampoco podría escribir, ni dibujar y por lo tanto, mi otro mundo, el imaginario, se moriría de pena.

Yo llevo dentro otros planetas y tengo la responsabilidad moral de cuidarlos.

Para hacerlo necesito tranquilidad para poder conectar; silencio, para concentrarme; soledad para olvidar todo lo que me rodea y fantasía para entrar en ellos. Los problemas pesan en los bolsillos y entorpecen el vuelo, pero si lo consigues, ya no hay vuelta atrás.
Regresarás una y otra vez, todos los días y verás cómo los demás envejecen a tu lado, teniendo tu misma edad.

Probablemente, tu habitación dejará de existir tal y como la conocías.
En la mía han nacido montañas, ríos y cascadas, hay flores de luz y seres extraños que te saludan al pasar.
Lo que estaba arriba puede aparecer abajo y si piensas en algo se hará realidad estrujando un poco el cerebro, pero nunca correrás peligro, porque no existen las malas intenciones y aunque todo te parezca un caos, te sentirás como en casa.

Además, puedes trasladarte y aparecer donde quieras, a capricho.
Yo descubrí salones donde las máscaras bailan sin invitados que las guíen, madrigueras de animales desconocidos, con huellas clavadas en las piedras, leí poemas en las hojas de los árboles y pude tocar el aire y darle forma.
Todo es posible...

Sin embargo, hace unos meses, dejé de ir allí.
Todo se oscureció de repente y cuando quise volver ya no había nada. Una verja de hierro forjado bloqueba el camino.
Me distancié y me quedé aquí, en la Tierra, esperando una señal, sin darme cuenta de que era yo la que me estaba cerrando las puertas.
En el candado ponía "Amargura" y se abría solo si llevabas "Ilusión", pero de eso no tenía. Así que se activó la señal de emergencia.
Pasé muchos días con la alarma de la que hablé, buscando llaves.
Estuve en talleres de ocio, asistí a conferencias, me apunté a cursos, salí con mis amigos, fui al teatro, a conciertos, etc.
En todo ese tiempo encontré varias, todas diferentes: algunas más largas, otras más cortas, gruesas, viejas, nuevas, extravagantes...
Ninguna parecía valerme, pero un día que estaba arreglando los cajones de mi escritorio, se me dio por sacarlas todas fuera.
Las repasé con el tacto, limpiándolas y sonriendo por los recuerdos que me traían, cuando me di cuenta de que tenían un garabato inscrito en sus palos.
Nerviosa, fui mirándolas una a una y acercándolas a los ojos. ¡Eran letras!
¡Tenía una N, dos íes, una L, una S, una O y al final una U!
Empecé a dar saltos por la casa adelante, ¿cómo no había caído antes?
Sonreí por la evidencia.
Cada cosa que había hecho en la vida real, me había acercado a lo perdido, poquito a poco, sin percatarme.
Por letras, recuperé la ilusión y metiendo todas las llaves juntas, se volvieron a abrir las puertas de mi paraíso.

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