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domingo, 4 de julio de 2010

¿Y si cambia la dirección del viento?

Mi mayor defecto es que sólo funciono con planes preconcebidos, futuros predecibles en los que me sienta segura y pueda moverme bajo control. En un principio no parece un problema, pero sí que lo es.


Imaginemos que tengo un velero -no lo tengo, he dicho "imaginemos"- y que pretendo ir a Nueva York cruzando el Atlántico sola desde Coruña. Una semana antes ya estoy nerviosa, empiezo a hacer acopio de víveres y a revisar que todo esté en orden en el barco, me trago todos los partes meteorológicos y las corrientes marinas, calculo el tiempo que me llevará y establezco una fecha de llegada con dos días de margen de error.
Hasta ahí, todo normal. Es una empresa difícil, tengamos en cuenta que me juego la vida.

Llega el momento de partir. Mis amigos y mi familia acuden a despedirme. Bieito, Carapuchiña e Isa se quedan rabiando porque no pueden venir conmigo, pero les prometo que si sobrevivo me los llevaré de crucero por el Mediterráneo. Se calman. Saben que siempre cumplo.
Acciono el motor, suenan aplausos mientras me despido con los brazos y el velero se aleja.
Cuando dejo el dique de abrigo, despliego las velas. Poco a poco me interno en el mar.
El sol se pone en el horizonte. Me siento bien, ya llevo horas de navegación. Todo marcha según lo previsto.
La radio, mi fiel compañera en estos días de soledad, no me anuncia nada que no sepa. "Lo conseguiré", me digo. Y el tiempo avanza, avanza y avanza.

De repente, una tarde que estoy en mi camarote comiéndome unas sardinas en lata siento un estruendo. Salgo apresuradamente de mi "cueva" y casi me caigo por las escaleras ante la altura de las olas. ¡Una tormenta del quince! "¿¡Pero cómo!?", me pregunto, "¡Si lo tenía todo calculado!".
Reviso mis papeles mientras me pongo el chaleco salvavidas. Efectivamente, la tormenta no estaba prevista.
El viento comienza a cambiar y a soplar más fuerte. Tengo que replegar las velas o me las tirará abajo. Sin pensar, cojo el timón. Una punzada de miedo se agita en mi interior. Me sé la teoría, pero no la práctica. Es la primera vez que veo semejante tempestad.

Comienzo a sudar de pánico, no hago más que tragar agua salada y tampoco veo el horizonte. Babor, estribor, babor. Intento cabalgar las olas, pero no tengo suficiente fuerza en los brazos como para mantener el ritmo, en cualquier momento, si cometo un error, el barco volcará.
Me vengo abajo. Empiezo a pensar que me había equivocado, que no estaba lo suficientemente preparada. Todo parecía más fácil en los manuales.
La adrenalina se dispara. "¡No puedo pensar, no puedo pensar! ¡¡¡Estoy en blanco!!!" Me pego tres o cuatro bofetadas mentales, "¡¡¡Laura, joder, REACCIONA!!! ¡¡¡Sabes de sobra cómo hacerlo!!!", me digo, "¡¡¡Eres PATRONA!!!"

No funciona, no se me ocurre nada. Pienso que los demás son mejores que yo, que tienen más capacidad de decisión y que no sirvo para esto. Tengo miedo. Estoy aterrorizada.
Me gustaría llamar a alguien y pedir ayuda, pero la radio no va y tampoco puedo dejar el timón.
Lloraría si pudiera, pero no me salen las lágrimas. La tensión es demasiado alta.
Todo está perdido, seguramente no volveré a casa...
O no.
Levanto la cabeza furiosa. "Estoy hasta el culo de estas putas olas. ¡A la mierda!"

- ¡SI TENGO QUE MORIR, QUE SEA LUCHANDO! -le grito al cielo.

Estoy agotada, pero agarro de nuevo el timón con más fuerza que nunca. "Ya está. Ahora me han cabreado". La rabia me guía. He desafiado al océano y no me gusta perder.

- ¡NADIE -sobrepaso una ola- NADIE -esquivo otra- ABSOLUTAMENTE NADIE -le doy caña al motor- ES MEJOR QUE YOOOOOO!

FRASSSSSSSSS, responde el agua encerrándome en el barco.
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Después de horas de tormenta, ya no sé si estoy viva. Me palpo. "Sí, estoy aquí".
Miro a mi alrededor. El mar se ha calmado, hay unos cuantos destrozos en el velero. La verdad es que da peniña, pero nada que no pueda arreglar.
Me siento en cubierta, absolutamente reventada. Acaricio la madera como si fuera un animal resoplante.

- Lo conseguimos, pequeño -susurro sonriente- Somos más grandes de lo que parece.


Es verdad, siempre consigo lo que me propongo, pero me iría mejor si no las pasara tan canutas antes. Debería estar hecha a las tormentas y saber que voy a encontrar muchas por el camino sin sufrir por ello. Confiar más en mí y sacar la mala hostia a la primera...
En fin...

Todo es ponerse, ¿no?

2 comentarios:

  1. Ahora ya sabes por qué el capitan Acab tenía tan mala hostia, que no?

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  2. Puedo entenderlo, pero siempre estuve del lado de Moby Dick. Ahab perdió la cabeza.
    Al final ya no sabía quién era el animal :/

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