Puedo decir que he prestado mis oídos a mucha gente, durante horas, sin vacilar, siempre buscando inspiración.
Me he cruzado con multitud de edades, profesiones, experiencias y condiciones variopintas, en ocasiones, sin que ellos mismos lo supieran.
De cada encuentro, me he llevado algo conmigo, así que guardo con esmero un archivo interminable de frases entrecomilladas e imágenes mudas que de repente saco de la chistera. Siempre me sirven de algo, aunque en un principio te duelan los tímpanos.
Al menos así sé por dónde me muevo y lo que me espera, pero, sobre todo, con ello he aprendido que la inteligencia es relativa. Hay personas que podrían deslumbrarte y sin embargo, son aquellas que más complejos tienen por lo que llaman "falta de cultura".
Como por ejemplo, Elisa.
Con mirada resignada te podrá explicar que en aquella época, cuando tenía dieciséis años, no todos podían ir a la escuela, aunque a ella le hubiese gustado. "Tenía que trabajar, éramos muchos hermanos y el sueldo de mi padre no nos daba para mantenernos, además me casé siendo demasiado joven y todo se complicó", dice encogiéndose de hombros.
Pese a todo, nada la detuvo, se defendió con uñas y dientes y ahora dirige las exportaciones de una importante empresa internacional. "Empecé desde abajo, haciendo tareas sin importancia y una cosa fue llevando a la otra. Tuve suerte", señala con total sinceridad, pero cualquiera podría darse cuenta de que hay otras muchas razones y no precisamente "enchufes".
La responsabilidad y la resolución van con ella a todas partes. Se adapta como los camaleones, cambiando de color según sea necesario y sabe liderar cualquier equipo de trabajo, imponiéndose por la razón y por encima de su metro sesenta.
Ha superado verdaderas tragedias personales que no voy a referir, cogiendo al toro por los cuernos y sin quejarse.
Cuando habla acerca de algún tema, aclara constantemente que tan solo es su opinión y que no es una experta, pero sus conclusiones harían bajar la cabeza a muchos altos cargos.
No necesita palabras enrevesadas, es clara y educada (usa los tacos sólo para enfatizar) y hace las pausas que sean necesarias para prestarte atención, ya que valora lo que puedan aportar los demás y lo respeta.
Te encantaría estar con ella, porque su curiosidad le mueve y le interesa todo. Absorbe las explicaciones con pajita, como si estuvieran al final de un vaso de batido y por si fuera poco, a sus cincuenta y tantos le apasionan Internet y las nuevas tecnologías.
Nunca da clases de nada, aunque podría hacerlo, pero sólo recurre a sus recuerdos tratando de ayudar.
Paciente, sigue tu problema, mientras lo analiza con sus finos y pequeños ojos:
- ¿Sabes qué? Yo creo que hay mucho más detrás de todo esto -apunta con la agudeza de Sherlock Holmes antes de elaborar una fina teoría. El sexto sentido que le gustaría tener a cualquier periodista.
Siempre acierta.
Estoy segura de que nunca leyó "El Quijote", pese a que recite los mejores refranes; tampoco sabe despejar una ecuación, aunque lo haga mentalmente, sin escribir la equis en un papel. Además, comete faltas de ortografía cuando escribe una receta, pero cocina las mejores tartas de queso del mundo.
Son tantas cosas, que si me pusiera aquí a contarlas me llevaría una vida.
Qué puedo decir. Que la admiro.
Si todos tuviéramos su humildad y su capacidad para escuchar a los demás, cuánto mejor nos iría.
Yo aprendo de ella, todos los días.
A su lado, Einstein era un parvulito.
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
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