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lunes, 29 de marzo de 2010

Cuadros

Antes de que las letras me arrastraran hacia ellas y me dijesen "Tú me perteneces", competían seriamente con lápices de colores, carboncillo y óleos. No paraba de dibujar.
Al principio, intentaba reproducir la realidad y escogía una escena que me parecía fácil. Podía ser un jarrón con flores, una fotografía de algún paisaje... algo que conociera muy bien. Y entonces, cuando estaba haciendo el trazado, me daba cuenta de que realmente... Sí, lo había mirado, varias veces, pero en ninguna de ellas le había prestado toda mi atención. Siempre había cosas que se escapaban a la vista.
El jarrón no sólo tenía rosas, también llevaba diminutas flores silvestres, campanillas violetas de pétalos puntiagudos y en aquel acantilado donde batían las olas, había una cueva, que posiblemente se pudiera visitar al bajar la marea.
Cada vez que pintaba, me sumergía en aquellos mundos. Por simples que parecieran, siempre tenían algo que ofrecer y conseguía abstraerme hasta olvidar que estaba en un taller o en mi habitación. Me transportaba al lienzo, allá donde fuera.
Después, cuando acababa, nunca era una copia perfecta. No podía hacerlo, aunque me lo propusiese, midiera a escala las proporciones y usara cuadrícula. Siempre había algo de mí que se ponía por encima de la lógica.
Lo entendí cuando me pasé al retrato. Objetivamente, podría decir "Es verdad, no se parece", pero es que yo lo veo así. No son sólo líneas, hay más. La realidad se queda corta.
Ahora hace mucho que no dibujo. Para hacerlo, necesito sentirme libre y tengo muchos asuntos que arreglar, sin embargo, mis neuronas son galerías de cuadros.
El último lo memoricé anteayer.

Hay una chica rubia embarazada, apoyada sobre sus rodillas encima de un sofá, usando el respaldo como el alfeizar de una ventana. Sonriente, mira a otras tres que están sentadas alrededor de una mesa de cocina, a un metro de ella. La que está hablando lima concentrada sus uñas con las piernas cruzadas y una profunda melena negra que enmarca su cara. A su lado, con aire infantil, otra la mira atentamente, con el codo sobre el mantel y reclinada en su asiento, en una curiosa postura. La cuarta analiza el momento, fumando enfrente su cigarrillo, entre botellas, copas y un bol de fresas con nata.
Todas saben que falta una más, que no pudo venir, pero que le gustaría estar con ellas.
Por las paredes, se cuela la luz del atardecer.

Cuando lo haga, no tendrá nada que ver las fotos que sacamos, pero sí sentiré más de una sensación a la vez.

domingo, 21 de marzo de 2010

Chez Lola

Hay cosas a las que nunca puedes negarte. Una de ellas es una invitación a comer a Chez Lola, un pequeño restaurante de alta cuisine con vistas al mar, de ambiente familiar y con capacidad para seis personas.
La única manera de llegar a él es que seas seleccionado entre miles de aspirantes a través de una llamada telefónica.
Eso ya es un premio en sí.
Una vez aparcado el coche, encontrarás la puerta guiado por el olor y será la propia cocinera la que te dé la bienvenida con dos besos y una sonrisa, de esas que dicen: "Hasta el fondo, la casa es tuya". Después te indicará dónde puedes dejar el abrigo y llamará al garçon para que te haga compañía en la sala, mientras ella da el toque final a su obra maestra.

- ¡Niña! ¿Cómo estás? -preguntará Jose alegrándose de verte.
- Bien, peleando como puedo, pero sin tregua.

Sentados en los mullidos sofás y entre muebles hechos de álbumes de fotos, hablamos a ráfagas, levantándonos con cada din-dón de la puerta. Así hasta tres veces, pero no es ninguna molestia. Cada vez que entra un nuevo comensal lo saludamos con el mismo cariño con el que lo harían compañeros de guerra. Todos estamos en la misma ciudad, pero no nos vemos más que una vez al mes.
Cada uno tiene vidas distintas. Sin embargo, Chez Lola es diferente, consigue reunirnos el día que sea, a la hora que sea. Es el cuartel general.


Cuando el alboroto alcanza su punto más elevado, un tenedor estirado nos obliga a pasar al comedor.
"¡A sus órdenes!" No hacen falta más indicaciones.
La mesa está preciosa. No falta ni un detalle: el mantel impecable, servilleteros hechos a mano, copas, vino y algo más.

- Mete la mano en la bolsa y sin mirar, escoge uno -dice Lola.
- ¡Jajaja! Ya estamos ¡A ver qué sale!

Al rato surgirá un marcapáginas, una figurita, una muñeca... Todo con algún mensajito, como si fuesen las galletas de la fortuna. Lo gracioso, es que siempre aciertan.


- ¿Qué te ha tocado? -me preguntan.
- Pone... "La más romántica: sueña mucho... con los pies en el suelo" Y tengo un osito ¡Gracias!
- Jajajaja, pues esto es el azar ¿Y a ti?
- Yo soy "La atrevida"
- ¡Y yo, "La sexy"!
- ¡Anda que... ya tenemos chiste para rato! -le digo entre risas.
- Bueno, venga, sentaros, que ahora os traigo el primero.

Tengo que admitir que siempre fui una niña mal comedora, nunca me han gustado los sabores raros y los menús en mi casa estaban bastante restringidos. Con el tiempo se me pasó la tontería y empecé a probar cosas nuevas, pero soy de las que no arriesga en un restaurante. Y desde que caí aquí, ya ni me conozco. Todo está tan bueno, ¡pero tan bueno!, que soy capaz de comer sin saber lo que lleva.
La última vez hubo naranjada con alcohol; ensalada de mango, trocitos de queso y otras frutas dulces que no puedo recordar; chipironcitos rellenos; cordero con endivias y brownie de chocolate de postre con nata, fresas y kiwi. Aún se me cae la baba. Sinceramente, creo que el Bulli cerró cuando conocieron a Lola y supieron que nunca podrían competir con ella.

Pero espérate, que después vienen las infusiones. Yo tomé un té de jazmín, pero había muchas más para elegir, de aromas diferentes (Nos llamaron mucho la atención las rosas de pitiminí, que trajeron de Turquía y el estuche repleto de cajitas de Francia).
Todavía insegura por la decisión, como el niño que lo quiere todo, respiro el humo de mi taza. Mmmmmm... Me tranquilizo, y escucho la charla que nunca muere, sino que deriva durante horas a un ritmo de cuentos y anécdotas que parece no tener fin. Salen historias de hermanos y suegras, desigualdades sociales, recuerdos, novios...
Te olvidas literalmente del reloj. Tanto es así, que esta vez tuve que poner la alarma para que me avisara a las cinco y media, porque si no, no llegaba a clase (Un día me dieron las siete de la tarde sin darme cuenta ¡Desde las dos! Y no fui la única)
Estoy por decirle a Iker Jiménez que investigue el asunto. Me encanta esa casa, es algo fuera de lo normal.

viernes, 19 de marzo de 2010

Viajes

Estos días sé que no presto al blog la atención que merece, pero los cursos de diseño gráfico que estoy haciendo me acaparan completamente. Acabo tan saturada del ordenador que no quiero saber nada de teclados ni pantallas y los únicos instantes que me quedan libres son a primera hora de la tarde, cuando me concedo un descanso.

En ese momento entro en una cafetería de los Castros, si puedo, mejor acompañada, y echo un vistazo nostálgico a la legión de periódicos. Antes me encantaba leerlos, pero desde hace unos años sólo tropiezo con noticias trágicas: paro, crisis, catástrofes, sucesos escabrosos, alguna tontería que alguien dijo en un momento inoportuno y que se complicó demasiado o los minúsculos breves de cosas curiosas y cotilleo.
Empiezo a pasar hojas rápidamente y me paro en la agenda cultural.
Por fin, un respiro.
Anoto algo si me interesa y en seguida los dejo para llevarme la revista de viajes.
Bieito no entiende muy bien por qué lo hago, al fin y al cabo, no tengo dinero para irme a muchos de esos sitios, pero afortunadamente me sobra imaginación, así que cuando veo esas fotos a toda página, con paisajes de Canadá, Japón, Ámsterdam..., en cierta manera, ya estoy despegando.
Como él no está muy convencido, leo en voz alta algún que otro párrafo. A veces le hablo de atardeceres espectaculares en el cañón del Colorado, describo la idiosincrasia de Nueva York o me paro en los maravillosos pueblecitos suizos. Entonces, sin darse cuenta, comienza a hacerme preguntas o añade comentarios de algún documental que ha visto.
Es muy fácil cautivarle y eso me encanta.
Pensamos en Escocia y en si los hombres no llevan de verdad nada debajo de la falda. Derivamos de allí a los acantilados, partiendo de las Highlands.


- Los fiordos noruegos ¿serán tan altos como dicen? Y qué será mejor, ¿verlos desde arriba o desde abajo? -le pregunto.
- Non sei, quizais desde arriba, para ver o vacío.
- También Nueva Zelanda tiene que ser impresionante.
- Buf! Pero tardas varios días en chegar entre escala e escala. A miña amiga, a australiana, volvíase tola con tanto cambio -recuerda- A min gustaríame ir a Alemania.
- De Alemania me gustan sus pueblos. Siempre he querido hacer la ruta de los cuentos.
- Que ruta?
- La de los hermanos Grimm, desde Hanau cerca de Frankfurt hasta Bremen. Recorres los castillos que los inspiraron para escribir la Bella Durmiente, Rapunzel  o la Cenicienta, la aldea de Caperucita Roja, los caminos del Flautista de Hamelin...

Colecciono itinerarios, es una afición más como otra cualquiera. Tengo una caja enorme en el armario, tipo archivador, con reportajes de viajes de todos los continentes. Algunos me los he aprendido de memoria y me han llegado a preguntar si había estado en Londres, Turquía, Viena... Cuando lo único que conozco son fotos.
Bieito ya lo sabe y me usa de Tom-Tom.

- Si, sería bonito... -dice mientras sus ojos se pierden en algún punto lejano- Poderiamos facelo en bicicleta! -propone ocurrente.
- ¡Hala, venga. La bici a cuestas! ¡Son unos cuantos kilómetros y yo no estoy preparada!
- Sempre igual! Que tes en contra da bici? Cansaríaste moito menos.
- ¡No cuando tuviera que ir montaña arriba! ¡Y después cargas tú con la bici y conmigo! 
- Boh -me mira de soslayo- Isto de que non me sexas deportista...
- Te quejarás ¡A ver quién aguanta seis horas seguidas andando por los senderos del Señor!
- Siiiiiii, en plena xungla estiveches! -espeta con sorna- Facendo músculo coma unha campiona! -exagera riéndose, a la vez que intento estamparle una colleja y me agarra las manos antes de tiempo- Dios! Impresionante! -dice para provocarme.
- ¡Como sigas así, vas mal! -le amenazo y sin embargo, ya me estoy riendo con él.

Al final, ni vamos a Alemania, ni a Noruega y mucho menos a Nueva Zelanda. De hecho, estoy preparando un fin de semana en Portugal con unas amigas, pero, para una cabeza como la mía, cualquier lugar es un buen sitio para buscar aventuras si llevas la compañía adecuada.

sábado, 13 de marzo de 2010

Películas

Hace poco leía una entrevista en la que Harrison Ford decía que ir al cine era para él como un acto religioso. Al fin y al cabo, te reúnes con extraños en una sala a oscuras y en silencio, concentrándote en lo que diga el predicador (la pantalla, en este caso). Bromas aparte, no le falta razón. Yo, sin ir más lejos, reconozco que soy una de esas feligresas. No es sólo un entretenimiento.

No sé si le pasa a más gente, pero cuando me hundo en uno de esos sofás, tipo Star Trek, y comienzan a pasar los títulos de crédito, siento que ya me estoy olvidando de todo para ser otro. Puede que el protagonista, un personaje secundario o un mero observador de una historia con el poder de saber todo lo que ocurre, hasta de conocer intenciones y sentimientos, retrotraerse al pasado o adelantarse al futuro.
Estoy tan entregada que al encenderse las luces necesito permanecer en mi asiento para volver a la Tierra. Entonces, comento lo que acabo de ver con mi acompañante, como marcando la línea entre la ficción y la realidad.
A eso se le llama magia y no lo consigue cualquier película.

Lo descubrí el día que me llevaron a ver alguna de las secuelas de "Supermán" al Teatro Colón.
Había una cola enorme de gente esperando para sacar las entradas y mientras no llegaba mi turno, miraba nerviosa el cartel de la película, que de aquellas lo pintaban a mano, a gran escala.
Allí estaba Chistopher Reeve, con su capa roja al vuelo y su ricillo en la frente, dispuesto a salvar el mundo.
Ya estaba entonando la banda sonora.
Después, subíamos corriendo al "gallinero", en lo más alto, para coger sitio y hasta que no se abría el telón pasaba el tiempo mirando los dibujos del techo retorciendo el cuello sin piedad. Me gustaba jugar a encontrar las siniestras máscaras griegas, entre los ángeles y las flores y desentrañar los misterios de las arañas de cristal. También me obsesionaban los balcones, para los que trazaba planes de intrusismo avanzado, pero nunca me daba tiempo a terminarlos. La sala se oscurecía poco a poco y el murmullo del público iba disminuyendo bajo las órdenes de algunos.

-Ssssshhhhhhhhhhhhhhh, ¡que empieza!


*

¡Guau! Era la primera vez que veía tantos efectos especiales juntos. Me reí, me erguí en la butaca, sentí miedo, grité "¡No, no lo hagas!" y aplaudí a rabiar al final, como todos los chavales, saliendo a saltos del cine. Pero quería más, quería más. De alguna forma, yo también había volado y ya no sabía parar.
Me convertí en una devoradora de películas, me daba igual que fuera antigua o moderna, de dibujos o de acción, sentía que a través de ellas, mi imaginación crecía, al igual que con los libros.
Con el tiempo empecé a valorar los diálogos, la trama y el estilo. Ya no me gustaban sólo los trucos ópticos, quería que me sorprendieran, aunque fuese con pocos recursos, que me hicieran pensar y encontrar razones para hacerlo en cada secuencia, aunque seguía siendo una adicta al cine.

Entonces encontré "Doce hombres sin piedad". Para mí, fue un antes y un después. Aún no hace mucho que la vi por tercera vez. Con ella entendí que los actores pueden cargar con todo el peso de una historia, sin que ésta pierda un ápice de interés, habiendo sólo tres decorados y poniendo tú mismo el resto de las escenas sin que te des cuenta, totalmente sumido en las deducciones de los diálogos. Obviamente, está basada en una obra de teatro, de Reginald Rose.
Lo gracioso es que esta vez la disfruté de nuevo, pero viendo el efecto que provoca en los demás. Yo sabía lo que iba a pasar, pero la persona que estaba conmigo, no y volví a saborear a través de su cara la emoción, la sorpresa, seguí sus conclusiones erróneas, el "pero... no puede ser, claro que...¡Hostiá, qué bueno!" y así hasta el final, en el que reconoció que era una obra maestra. Para verla online:
http://www.peliculasyonkis.com/pelicula/12-hombres-sin-piedad-1957/

En fin, todos estos años han estado cargados de ficciones, tantas que sería incapaz de dar ahora una cifra aproximada.
Dicen que las personas que idolatran tanto el cine son las que tienen más carencias en su vida y por eso necesitan llenar los huecos con fantasías ajenas.
Yo no tengo agujeros, pero sería capaz de ponerme a cavar para poder seguir viendo películas.

* El vídeo que colgué es el trailer de la versión remasterizada de "Supermán" en DVD que salió en 2001 y no el oficial de la película. Me pareció, a modo de resumen, mucho más representativo que los otros.

martes, 9 de marzo de 2010

Un sábado diferente

Hacía una tarde estupenda y caminaba con mi amiga Carapuchiña hacia el centro de la ciudad. Hablábamos de la semana, de mis clases de diseño gráfico, de sus reflexiones y las mías, cuando un estruendoso golpe rompió la calma y vimos cómo una especie de ranchera derrapaba varios metros y se avecinaba hacia nosotras.
En un segundo, mis sentidos arácnidos me propulsaron a cogerla por el brazo, dispuesta a lanzarme en plancha con ella, al más puro estilo Bruce Willis, si fuera necesario; pero la trayectoria del vehículo varió, manteniéndose alejado de la acera.
Nos quedamos igual agarradas, con el corazón a mil por hora y con la vista fija en el coche que había sufrido todo el golpe. Los airbags habían saltado y el conductor no salía de allí. El morro estaba completamente hundido, pero parecía que el impacto no había llegado a deformar el habitáculo interior.
El hombre que llevaba el otro automóvil involucrado en el accidente y otras personas se dirigieron a comprobar que todo estaba bien. Por fortuna, era así.
Respiramos aliviadas. Unos momentos antes, un BMW casi había arrollado a Carapuchiña dando marcha atrás.
¿Qué más nos pasaría? ¿Habría que esquivar meteoritos del cielo?
Por si acaso, seguimos nuestro camino mirando hacia los lados, pero conseguimos llegar sanas y salvas a la cafetería.

- Bueno -dijo ella después de sentarnos- Espero tomarme el café tranquila.
Estaba terminando la frase cuando una orquesta de gaiteiros se puso a tocar en la plaza que estaba al lado del local.
- ¿Y esto? -pregunté yo.
- No te lo pierdas, hay zancudos también -comentó- Me da que hoy va a ser un día singular.
Elevando el tono, intenté explicarle que había estado con Isa el pasado viernes, pero fui interrumpida por llamadas de Bieito.
- Qué tenéis, ¿tarifa plana? -preguntó.
- Lo siento. Dame un minuto -le dije mientras abría el móvil por tercera vez.
- Ao final baixo agora ¿Onde estades?
- En el Hispano del centro -silencio- Junto a la placita de la calle de los vinos -silencio- ¡Sí, hombre, en la que hay muchas cervecerías!
- ¡Ah, si, xa sei!
"Menos mal, a la tercera", pensé
- Bueno, vou con Quico, que voltou de Portugal. Vémonos nunha hora.
- Ok -colgué- ¡Tenemos compañía! -le anuncié a Carapuchiña.
No tardaron ni treinta minutos en llegar.

- ¿Víchedes aos cómicos? -dijo Bieito, a modo de saludo, mientras nos apretujábamos malamente alrededor de la mesa.
- Oímos a los gaiteiros ¿Qué cómicos?
- Hai un festival de actuacións na rúa. Dígovolo porque gustades desas cousas, ¿non?

Con un aire de "Ya empezamos", las dos tratamos de defender lo interesante que podía llegar a ser el teatro.
- Se eu o admito -comentó Bieito- De feito, esta última obra á que fomos estivo ben, pero non todas.
- ¡¿Leváchedes a Bieito ao teatro?! -preguntó Quico.
- Sí, "A piragua" se llamaba, pensábamos que era una comedia y resultó ser un drama, así que pasamos la mayor parte de la obra mirándole la cara y temiendo que nos matara al salir -confesó Carapuchiña.
- Pero tiña puntos de humor negro -apuntó Bieito.
- Gracias a Dios, salió convencido -suspiré.

Las cosas derivaron hacia Portugal y la experiencia de Quico trabajando en Viana do Castelo. También les referimos nuestra pequeña incidencia, antes de llegar al café.

- Menos mal que estaba allí para salvar a Carapuchiña -conté tras resumir la historia.
- ¿Salvarme? Tu gesto al agarrarme tenía más intención de tirarme sobre el coche en pleno derrape. Aún recuerdo lo de los tojos.
- ¿Que toxos? -preguntó Quico, curioso.
- Verás -expliqué- es que hace mucho tiempo, estábamos paseando por los acantilados de la Torre. Era un camino estrecho y vi que se aproximaba un ciclista...
- ¡No era un ciclista, era un tío haciendo footing!
- Bueno, da igual, el caso es que la iba a arrollar y yo la empujé para evitar que ella cayera hacia el mar, con tan mala suerte que... al final, la tiré sobre los tojos.
- Y cuando llega el tío se detiene y dice: Mujer, iba a parar, si tampoco era para tanto ¡Aún tengo las marcas en la mano! -mostró Carapuchiña.

 En ésas, llegó Josemaría.
- ¡Home! ¿Que tal? ¿Rematou o torneo de xadrez? -soltó Bieito abriéndole un hueco.
Ya éramos cinco y la circunferencia de la mesa no tenía más capacidad. "¿Va a venir alguien más?", me dijo Carapuchiña con la mirada.
- Bueno... Saíu ben -contestó Josemaría- Fixemos tablas. Por certo, vaime chamar un amigo meu do equipo que vén tomar algo.
"Está bien -me transmitió ella mentalmente- Creo que lo del café tranquilo ha pasado a la historia".
Enseguida nos pusimos al día de la liga de ajedrez cuando apareció su amigo y nos radió las últimas partidas de la jornada con la misma emoción que el derbi Barsa-Madrid. Todo eso, a medio metro de distancia de la mesa, porque allí ya no cabía nadie más.
Tras el inciso deportivo, profundizamos en la técnica del estarcido, ya que Josemaría había ido el viernes a un taller sobre el tema. Carapuchiña y yo no asistimos porque el profesor nos había parecido muy lento y pesado en la primera clase.

- ¿Estarcido? É a primeira vez que escoito esa palabra -intervino su amigo.
- Consiste en pintar graffitis con plantillas -explicó Carapuchiña.


- Pareceume interesante para ensinarllo aos rapaces.
Josemaría está preparando las oposiciones para profesor.
- ¡¿Vas a ensinarlle gamberrismo aos nenos de primaria?! -soltó su amigo.
- Noooonnn...
- Se pueden pintar sillas, armarios... Es un arte -confirmé- ¿Qué imagen llevaste para hacer la pantilla?
- En Internet atopei varias. Levei un galo, un floreiro...
- El tío que daba clase debió de quedarse impresionado con tu interés. Sobre todo después de que te preguntara el primer día si sabías lo que ibas a hacer allí -le dije.
- En serio, ¿díxolle iso? -preguntó el amigo.
- Sí, pero después Josemaría nos dejó asombrados a todos cuando el tipo empezó a exponer trabajos de graffiteros famosos y él era el único que conocía algunos de ellos.

Seguimos riéndonos contando experiencias con las muelas del juicio y los efectos colaterales del hambre en una relación de pareja, hasta que nos pusimos serios con la política y sacando a colación, las tan importantes para Bieito, regatas de traineras, pero llegó la hora de cenar.

El amigo de Josemaría se marchó y nosotros nos trasladamos al mesón Moncho. La comida nos sumió en el silencio, hasta que llegó Ana, una amiga de Carapuchiña, que empezó a narrar las aventuras de una de sus últimas excursiones. Ambas habían practicado equitación y escalada en plenos Ancares a unos grados bajo cero, además de hacer un curso de reconocimiento de huellas de animales, en pleno diluvio universal.

- Lo mejor, es que parte de la ruta consistía en observar detenidamente las cagadas, para determinar si andaba cerca un jabalí o un corzo -aclaró Ana.
- Por eso, cuando hablamos de aquella experiencia, la recordamos como la cagarruta -puntualizó Carapuchiña, mientras toda la mesa se reía.

Después, le contamos a Ana los resultados de nuestras actividades culturales (muchas repartidas por este blog) para olvidar las tensiones de la semana y recordar la ristra de anécdotas que nos habían dejado, entre levitaciones insólitas y conferencias sorprendentes.
Al final, nos despedimos a la una de la mañana porque Bieito nos advirtió de que tenía que entrenar a las nueve.

La verdad es que yo, como él, tampoco sabía que ir a tomar un café pudiese llevarnos siete horas.

martes, 2 de marzo de 2010

Reencuentro


No sé a partir de qué edad se vuelve difícil hacer amigos. Ojalá siguiera funcionando aquello de... "¿Cómo te llamas? ¿Quieres jugar conmigo?"
De los 11 para arriba esa última pregunta entra en otro contexto.

El caso es que a la vez que te vas haciendo mayor, parece que te cierras más. Por comodidad -ya tienes tu grupo hecho-, porque tienes menos horas libres debido a tu trabajo, porque casi no estás con tu pareja/familia, etc. Entonces, en esas circunstancias, cuando alguien nuevo se acerca a ti, al hablar de él ante los demás, dirás que es un compañero. Una persona a la que ves a menudo, que te puede caer tanto bien como mal, pero con la que no quedas para contarle tu vida más que dentro del ámbito que compartes con ella. Sin embargo, en ese sentido, puedo decir que siempre he tenido suerte, porque donde yo pensaba encontrar compañeros, he acabado encontrando amigos.

Todo empezó un año después de un viaje a París. Siempre me había gustado el francés, pero como nunca se me dieron bien las lenguas extranjeras, no quise arriesgarme a escogerlo de optativa en el instituto.
¡Y cómo me arrepentí!
Estaba allí, en una ciudad a la que no iba a volver y no entendía ni una palabra.
Así que al llegar a casa, pensé que sería una buena idea matricularme en la escuela de idiomas y aprovechar las mañanas, ya que sólo trabajaba de media jornada por la tarde.

Al principio resultaba algo tedioso, me costaba madrugar y mi profesora, una tal Manoli, parecía sacada de un libro de posguerra. El francés era para ella mademoiselle, madam, monsieur y Edith Piaf. Me sabía de memoria el "noooonnn, rien de rien" cuando, de repente, cogió una baja de las largas y apareció Sole.
No volvimos a dar clase y, sin embargo, aprendimos a hablar más en unos meses que en cinco años.
Es cierto que yo confundía en los dictados los veleros (voiliers) con las afueras (banlieue), pero sabía pedir toda clase de postres en un restaurante y entender qué decía el mismísimo presidente de Francia cuando salió en el telediario.


Para mí, ella era como Mary Poppins, nunca sabías qué era lo que iba a sacar de su bolso para conseguir que te explicaras en otro idioma.

Al mismo tiempo y de forma paralela, también conocí la alegría de Vanessa, mi compañera de pupitre, fan de Oasis y jugadora de rugby; el carácter de Paula, tan fuerte como el cariño que puede llegar a darte (prepara los mejores cafés de la ciudad); las largas conversaciones de Elena, en las que nunca se hace el silencio y sólo te dejas llevar; la chispa y el análisis crítico de Déborah, siempre con el comentario oportuno; la sabiduría de Jose -aunque no quiera admitirlo- y su destreza, unida a la de Lola, para reunirnos a todos; la creatividad de Lucía, que siempre aporta una luz especial; la dulzura de Fátima, mi otra compi, de la que te costaría separarte; los diálogos surrealistas con Siddharta y la lista sigue y sigue, con unos años más y el recuerdo intacto.

Lo que empezaron siendo dudas de gramática, se transformaron en debates políticos o charlas sobre cine, literatura, viajes, trabajos, experiencias y cosas personales. Hasta el punto de que, aunque dejé de ir a clase, seguía recorriendo media ciudad sólo para encontrarme con ellos en la cafetería de la escuela. Y aún es ahora que me valgo del Facebook para organizar una cena. Una excusa para verlos.

Fue el pasado sábado y es verdad que no salió como esperaba. Había hecho una reserva para diez personas y acabamos siendo seis, entre ciclogénesis explosiva y todo tipo de imprevistos.
Pero para mí lo importante es que muchos, a pocos días del encuentro, habían confirmado su asistencia y tenían intención de venir. Sólo eso me bastó para saber que sí, que pese a las circunstancias, aquello que empezó con el curso 2005/2006, resultó ser algo más que clases de una hora.

En el restaurante se sirvieron con los entrantes, exámenes de febrero. Después la camarera trajo unas lasañas y unas pizzas y con la sangría llegaron desventuras, libros y una crítica encarnizada contra todos los columnistas del suplemento El Semanal. Más tarde, en la segunda jarra de alcohol, aparecieron flotando una sesión de sucesos y un manual de técnicas para salir de la cama, mientras llegamos a los postres y decidimos que había que seguir. Así que nos trasladamos a La Terminal (ahora El Bitácora), para compartir cócteles y síntesis biográficas, hasta que Paquita se encargó de enseñarnos su reloj y advertirnos de que su marido estaría desquiciado.

Desde luego, teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que hacía que no nos veíamos, tampoco hablamos tanto. Pero yo creo que el hecho de quedar es como celebrar una tradición. Al hacerlo, interiormente recordamos todo lo que compartimos y por eso merece la pena. Al fin y al cabo, como pone Jose, en sus marcapáginas, fuimos y "Somos los mejores" alumnos de la EOI.



PD. El grupo se llama Deportivo. No le busquéis sentido a la canción, no lo tiene, pero es mejor que cualquier balada melancólica francesa y me gusta el estribillo:

 Ayayayayayayaya
Ce soir mon amour valse et danse
Ayayayayayayayaya
Demain on verra, on verra
Ayayayayayayayaya
Ce soir mon amour valse et lance
Des étoiles sous mes pas