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viernes, 30 de julio de 2010

Elisa

Puedo decir que he prestado mis oídos a mucha gente, durante horas, sin vacilar, siempre buscando inspiración.
Me he cruzado con multitud de edades, profesiones, experiencias y condiciones variopintas, en ocasiones, sin que ellos mismos lo supieran.
De cada encuentro, me he llevado algo conmigo, así que guardo con esmero un archivo interminable de frases entrecomilladas e imágenes mudas que de repente saco de la chistera. Siempre me sirven de algo, aunque en un principio te duelan los tímpanos.
Al menos así sé por dónde me muevo y lo que me espera, pero, sobre todo, con ello he aprendido que la inteligencia es relativa. Hay personas que podrían deslumbrarte y sin embargo, son aquellas que más complejos tienen por lo que llaman "falta de cultura".
Como por ejemplo, Elisa.

Con mirada resignada te podrá explicar que en aquella época, cuando tenía dieciséis años, no todos podían ir a la escuela, aunque a ella le hubiese gustado. "Tenía que trabajar, éramos muchos hermanos y el sueldo de mi padre no nos daba para mantenernos, además me casé siendo demasiado joven y todo se complicó", dice encogiéndose de hombros.
Pese a todo, nada la detuvo, se defendió con uñas y dientes y ahora dirige las exportaciones de una importante empresa internacional. "Empecé desde abajo, haciendo tareas sin importancia y una cosa fue llevando a la otra. Tuve suerte", señala con total sinceridad, pero cualquiera podría darse cuenta de que hay otras muchas razones y no precisamente "enchufes".
La responsabilidad y la resolución van con ella a todas partes. Se adapta como los camaleones, cambiando de color según sea necesario y sabe liderar cualquier equipo de trabajo, imponiéndose por la razón y por encima de su metro sesenta.
Ha superado verdaderas tragedias personales que no voy a referir, cogiendo al toro por los cuernos y sin quejarse.
Cuando habla acerca de algún tema, aclara constantemente que tan solo es su opinión y que no es una experta, pero sus conclusiones harían bajar la cabeza a muchos altos cargos.
No necesita palabras enrevesadas, es clara y educada (usa los tacos sólo para enfatizar) y hace las pausas que sean necesarias para prestarte atención, ya que valora lo que puedan aportar los demás y lo respeta.
Te encantaría estar con ella, porque su curiosidad le mueve y le interesa todo. Absorbe las explicaciones con pajita, como si estuvieran al final de un vaso de batido y por si fuera poco, a sus cincuenta y tantos le apasionan Internet y las nuevas tecnologías.
Nunca da clases de nada, aunque podría hacerlo, pero sólo recurre a sus recuerdos tratando de ayudar.
Paciente, sigue tu problema, mientras lo analiza con sus finos y pequeños ojos:

- ¿Sabes qué? Yo creo que hay mucho más detrás de todo esto -apunta con la agudeza de Sherlock Holmes antes de elaborar una fina teoría. El sexto sentido que le gustaría tener a cualquier periodista.
Siempre acierta.

Estoy segura de que nunca leyó "El Quijote", pese a que recite los mejores refranes; tampoco sabe despejar una ecuación, aunque lo haga mentalmente, sin escribir la equis en un papel. Además, comete faltas de ortografía cuando escribe una receta, pero cocina las mejores tartas de queso del mundo.

Son tantas cosas, que si me pusiera aquí a contarlas me llevaría una vida.
Qué puedo decir. Que la admiro.
Si todos tuviéramos su humildad y su capacidad para escuchar a los demás, cuánto mejor nos iría.
Yo aprendo de ella, todos los días.
A su lado, Einstein era un parvulito.


domingo, 25 de julio de 2010

Espirales

Cuando hablo por teléfono o estoy aburrida trazo espirales, se amontonan una detrás de otra sobre el folio en blanco. Lo hago conscientemente, porque me gustan. Me parecen rebeldes, armónicas e infinitas. Consiguen que te marees y que te concentres a la vez.

Las surco hasta en los posos del café, con la cucharilla.
Son raras, a la mayoría de la gente se le da por hacer líneas rectas o cuadrados y yo soy incapaz de abandonar a las espirales. Sería una traición, pero es que además van mucho conmigo.
Las veo en los remolinos de los ríos, en los huracanes, en las manecillas del reloj, en los helados express, en las flores, en el vuelo de los aviones, en la casita de los caracoles, la punta de los sacacorchos... Están en todas partes, pero lo que de verdad me fascina es que las encuentres en los petroglifos.

Imaginar que hubo una persona, hace tanto tiempo, que de alguna forma hacía lo mismo que yo es como trazar un puente con la historia.
Cada vez que lo hago tengo presente que por muchos años de evolución que haya en medio, el ser humano sigue siendo el mismo, con sus temores, sus emociones y sus necesidades. Igual de imperfectos e igual de vulnerables.


¿Por qué lo hizo?

Bueno, puede que le llamaran la atención las espirales, como a mí y que le parecieran artísticas.
A lo mejor quiso expresar los movimientos de la naturaleza, donde todo sigue un círculo sobre otro, como nuestra propia vida; los cambios estacionales; los de las estrellas... o que se sentía mal y tenía problemas mentales.

- Atuata pá (No estoy bien) -le diría al anciano de su grupo.
- Matúa tema lá? (¿Y ahora qué te pasa? ) -preguntaría el viejo.
- Tumesá, melo manu de, macúa a simiké doria ( Ni idea, tengo cosas en la cabeza, pero si quieres te lo esculpo en una piedra y lo deduces)

Plic-plic-plic Ñiiiic-ñiiiiic-ñiiiiiic Ton-ton-ton

- Tesá? (¿Qué ves?)
- Melo piniero, camaso, turúa (Estás fatal, tío, ve al brujo y que te abra el cráneo)

No lo sé, la verdad es que pudo ocurrir cualquier cosa, pero ahí dejó la duda.
Quizá sin darse cuenta, de acuerdo, está bien, pero hay un hecho indiscutible y es que, desde los comienzos, siempre hemos necesitado comunicarnos.
Dejar un mensaje a los demás para que conozcan nuestra existencia.
Para que ellos tampoco se sientan tan solos.
Para que descubran que no son tan diferentes.

...........

Por eso me encantan las espirales.

martes, 20 de julio de 2010

Paraísos

Normalmente sé que me encuentro bien cuando soy capaz de estar sola. Puede parecer una contradicción, pero no lo es. Yo, al revés que mucha gente, busco compañía cuando estoy triste.
Me gusta compartir también mis alegrías, como todo el mundo. A veces se puede quedar, otras no, tampoco pasa nada, pero si el barullo interior es demasiado alto, da igual todo, nunca me encerraré en casa, recorreré de la A a la Z toda mi agenda buscando a alguien para no pensar, hablar de trivialidades y reírme todo lo que pueda y más y si no lo encuentro, saldré a la calle a caminar como una loca, hasta que me duelan los pies, cualquier cosa con tal de no darle vueltas a la cabeza.

No es mi estado natural, aunque me ha sacado de muchas como terapia de choque, es mi dispositivo de emergencia y gracias a Dios, no me falla, pero prefiero no tener que usarlo.
Si lo hago, quiere decir que hay partes de mí, muy importantes, que tengo que enterrar en beneficio de otras.

Por ejemplo, si yo no tuviera lo que malamente llaman "horas muertas", jamás podría leer, tampoco podría escribir, ni dibujar y por lo tanto, mi otro mundo, el imaginario, se moriría de pena.

Yo llevo dentro otros planetas y tengo la responsabilidad moral de cuidarlos.

Para hacerlo necesito tranquilidad para poder conectar; silencio, para concentrarme; soledad para olvidar todo lo que me rodea y fantasía para entrar en ellos. Los problemas pesan en los bolsillos y entorpecen el vuelo, pero si lo consigues, ya no hay vuelta atrás.
Regresarás una y otra vez, todos los días y verás cómo los demás envejecen a tu lado, teniendo tu misma edad.

Probablemente, tu habitación dejará de existir tal y como la conocías.
En la mía han nacido montañas, ríos y cascadas, hay flores de luz y seres extraños que te saludan al pasar.
Lo que estaba arriba puede aparecer abajo y si piensas en algo se hará realidad estrujando un poco el cerebro, pero nunca correrás peligro, porque no existen las malas intenciones y aunque todo te parezca un caos, te sentirás como en casa.

Además, puedes trasladarte y aparecer donde quieras, a capricho.
Yo descubrí salones donde las máscaras bailan sin invitados que las guíen, madrigueras de animales desconocidos, con huellas clavadas en las piedras, leí poemas en las hojas de los árboles y pude tocar el aire y darle forma.
Todo es posible...

Sin embargo, hace unos meses, dejé de ir allí.
Todo se oscureció de repente y cuando quise volver ya no había nada. Una verja de hierro forjado bloqueba el camino.
Me distancié y me quedé aquí, en la Tierra, esperando una señal, sin darme cuenta de que era yo la que me estaba cerrando las puertas.
En el candado ponía "Amargura" y se abría solo si llevabas "Ilusión", pero de eso no tenía. Así que se activó la señal de emergencia.
Pasé muchos días con la alarma de la que hablé, buscando llaves.
Estuve en talleres de ocio, asistí a conferencias, me apunté a cursos, salí con mis amigos, fui al teatro, a conciertos, etc.
En todo ese tiempo encontré varias, todas diferentes: algunas más largas, otras más cortas, gruesas, viejas, nuevas, extravagantes...
Ninguna parecía valerme, pero un día que estaba arreglando los cajones de mi escritorio, se me dio por sacarlas todas fuera.
Las repasé con el tacto, limpiándolas y sonriendo por los recuerdos que me traían, cuando me di cuenta de que tenían un garabato inscrito en sus palos.
Nerviosa, fui mirándolas una a una y acercándolas a los ojos. ¡Eran letras!
¡Tenía una N, dos íes, una L, una S, una O y al final una U!
Empecé a dar saltos por la casa adelante, ¿cómo no había caído antes?
Sonreí por la evidencia.
Cada cosa que había hecho en la vida real, me había acercado a lo perdido, poquito a poco, sin percatarme.
Por letras, recuperé la ilusión y metiendo todas las llaves juntas, se volvieron a abrir las puertas de mi paraíso.

jueves, 15 de julio de 2010

Piececillos

Después de tantos días de alboroto (el Mundial, cumpleaños varios, playa, cenillas...), estoy un poco rota, la verdad. Además, no duermo lo que debo, me acuesto tarde y me levanto temprano para ir al curso de diseño gráfico. La siesta es algo imposible -siempre suena el teléfono- y me mantengo a base de cafés radioactivos.
De vez en cuando, me miro el cuerpo por si tengo alguna mutación.

Estaba en una de esas revisiones cuando llamó mi atención el bultito que tengo en el pie derecho, en uno de los dedos, y que me molesta desde hace tiempo.
¿Y si fuera el comienzo de una digievolución? Tenía que preguntarlo, así que, sin más prolegómenos, pedí cita en el podólogo.

Qué disgusto me llevé cuando me dijo que era sólo una calcificación.

- ¡¿Cómo?! ¿Entonces, es normal?
- Bueno, muy normal no es, pero le pasa a mucha gente. Unos zapatos anchos y listo.

Lástima. Siempre había querido formar parte de la patrulla X.

- Sin embargo... -reflexionó mientras miraba atentamente las plantas, como si fuesen un objeto de arte.
- ¿Sí...? -le apremié con esperanza.
- Por lo que observo, tienes el arco bastante pronunciado -dijo frotándome la zona con delicadeza.
- Y eso... -farfullé entre cosquillas- ¿qué quiere decir?
- Quiere decir -seguía frotando- que corres más rápido que los demás porque coges más impulso.
- ¡Aaaahhh -jjjjjjjjjjjj- no lo sabía -jjjjjjjjj-!

"¡¡¡Síiiiiiiiiiiii. Prepárate mundo, aquí llega Flash woman!!! jjjjjjjj".

- También te conviene comprar un número más del que usas habitualmente. Mejor, calzado de cordón, para que puedas regular la presión a tu gusto, porque este tipo de pies aumentan su tamaño cuando impactan contra el suelo y necesitan espacio.
Por cierto, tus dedos... -dijo dándoles golpecitos en las yemas- tienden a quererse.
- Jijijijiji Qué bonito Jijijijiji
- Sí, se dice así cuando parecen acercarse los unos a los otros, de forma armónica.
- ¡¡Jajajajaja!! -ya no podía aguantarme y me reía abiertamente.
- No, no es gracioso. Hay que tener cuidado, porque... ¡Uy!, ¿te estoy haciendo cosquillas?
- ¡Síii, jajajajaja! ¡Lo siento, no puedo contenerme! Soy un poco sensible.
- No, perdona tú, me pasa a menudo y no me doy cuenta.
Decía -siguió con parsimonia- que con zapatos estrechos corres el riesgo de que las uñas se claven en el dedo de al lado -dejó caer mientras me las limaba y las pulía con cariño.

Estaba impresionada. No hacía ningún gesto, su seriedad era absoluta. En ningún momento me miró a los ojos, estaba absorto en su tarea, como si mis pies fueran personitas inocentes y alocadas con una madre irresponsable que no paraba de troncharse. O sea, yo.

- También quería preguntarte por esta uña de aquí que está roja -intervine cambiando de tema- El médico me dijo que eran hongos y me dio un tratamiento, pero ya llevo mes y medio con él y...
- ¿¡¡¡HONGOS!!!?, ¡¡¡IMPOSIBLE!!! -di un respingo del susto. Su rostro estaba pálido- ¡Estas uñas nunca tendrán hongos, tu material químico es el mejor!
- Ah, vale.
- Sería rarísimo que los tuvieras. Deja la medicación. Esta uña está estrangulada. Seguramente llevaste un zapato apretado que la presionó.
- Perdón, no tenía ni idea.
- Ya, lo de siempre. No eres la única, pero no te preocupes, ahora lo arreglamos.

"¿Arreglamos? ¿Había dicho arreglamos? ¿Y cómo se arregla eso?"

Frrrrrrrrrrrrrrrrrr....

Ante mi cara se abaneó una especie de torno eléctrico como los del dentista. La risa desapareció y empecé a ponerme nerviosa.

- Relájate, sólo será un momento.

El señor, antes tan dulce y atento, ahora se me parecía al muñeco diabólico.
"¡Será sádico! Aún encima con sorna, ¡¿cómo voy a relajarme con semejante cosa?!"
Cerré los ojos en cuanto pude, pero las piernas estaban más tensas que las cuerdas del tendal de mi casa. Apreté los dientes, preparada para el dolor.
Mi cabeza me falló y enseguida visualicé a un chino llorando mientras le separaban las uñas con agujas en los dedos.
"Voy a morir, voy a morir", me repetía mentalmente.

- ¡Hala. Listo!

Entreabrí el ojo izquierdo sin saber si creérmelo.

- ¿Ya? -pregunté con miedo.
- Sí, la tenías obstruida y por eso te dolía. Lo dicho, una mazadura. Ahora que estamos en verano, te pones sandalias y verás cómo cambia la cosa -explicó vertiendo sobre ella un spray que olía a alcohol.

Increíble. No había notado nada y me la había abierto por un lateral.

- Bueno, Laura. Ya estás preparada. Encantado de conocerte -pronunció mirando a mis pies.

No sabía si abanearlos en señal de despedida.

- Pues... lo mismo digo. Muchas gracias. ¿Entonces los llevo así al aire? -tenía puestas unas sandalias.
- Si quieres te los empaqueto, jeje -era la primera vez que se reía.
- No, déjalo. Quiero probar la potencia de mis arcos plantales.
- Ja, ja, ja. No corras mucho -dijo abriéndome la puerta.
- Creo que todavía no me conoces.

Sólo quedó un rastro de polvo en el pasillo.

lunes, 12 de julio de 2010

Atención, pregunta de Trivial:

¿Qué país ganó el Mundial de Suráfrica 2010?


¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ESPAÑA!!!!!!!!!!

 ¿Qué jugador marcó en los últimos minutos el gol de la victoria frente a Holanda?


¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡INIESTA!!!!!!!!!!


¿Cómo lo celebró el país triunfador?


¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡A LO GRANDE!!!!!!!!!!



CAMPEOONES, CAMPEOOONES, 
OÉ, OÉ, OÉEEEEEE


Ahora, que suba el PIB y nos saquen de la crisis:



jueves, 8 de julio de 2010

Vermella*

Ayer estuve con Carapuchiña tomándome un café en los Castros antes de ver el partido de la selección, dijo que iba a aprovechar el tiempo para ir al gimnasio.

- Muy bien pensado -entoné con mi índice- Fijo que la piscina está vacía.
- Lo sé y total, la roja me la trae floja.
- Jajajaja Tal y como están jugando, yo creo que no pasamos de Alemania. Me aposté un café a que perdían, pero voy a verlo con mi padre.
- A mí me da igual todo. Ya bastante es que cobren la burrada que cobran estando como está el país en crisis.
- Ya. No hay ninguna justificación.
- Si, estou contigo -señaló Bieito.
- ¡¡¡Es que es increíble!!! Se convoca una manifestación por la situación económica y van 500 personas, pero plantan una pantalla gigante en María Pita y la llenan. ¿Sabes qué? Tenemos lo que nos merecemos.
- Así nos va -opino- Es lo que hay...

Creo que pasamos  más de dos horas criticando a diestro y siniestro. Hubo para todos: compañías telefónicas, cajas de ahorros, políticos, la Justicia, la universidad, gente que no asume sus responsabilidades y así hasta las nuevas generaciones.

- ¡¡E que estou indignado!! -salta de repente Bieito.
- ¡Indignado! Creo que ésa es la palabra de este año. No sé cuántas veces la habré oído -comenta Carapuchiña mientras nos reímos todos.

- Bueno, habrá que irse que ya empezó -advierto.
- ¿Ya? Pues nada chicos, me voy a nadar.
- Venga, pásalo bien, jejeje -la animo con palmaditas en la espalda.
- ¿E ti que vas facer? -me pregunta Bieito.
- Voy a comprar unas chuches y a verlo con mi padre, que está solo en casa.
- ¡OOOOOOooooohhh, que bonito! Ti viches o anuncio da tele, ¿vaslle levar unha cervexa tamén?



- No, no bebe, pero come patatas fritas. ¿Te vienes?
- Non, eu tamén voulle levar unha cervexa ao meu pai, jajajajaja.
- Qué cabrito eres. ¿Nos vemos después?
- Si, chámote.

Cuando abrí la puerta de mi casa, mi padre ya estaba en el salón de pie, taquicárdico y comiendo pipas como un poseso.

- Qué, ¿cómo van?
- ¡Ya podíamos haber marcado dos goles!
- ¿Sí? ¿Están jugando bien? -grité desde la cocina sacando las patatas de la bolsa y echándolas en un bol.
- ¡¡¡Están dominando el campo!!!
A los dos minutos estaba pegada a la pantalla, gritándole a Villa, sufriendo con Iniesta, alucinando con Pedrito, agradeciendo al cielo la defensa de Piqué, los cortes de Puyol y las intervenciones de Casillas.

- ¡Bravo Xavi! ¡Así se abre el juego! ¡Pero no, Xabi! ¿¡Qué haces!? ¡¡Tira pero apunta bien!!


 Mis padres alucinaban.

- ¿Pero desde cuándo te gusta el fútbol?
- Desde siempre. Lo que pasa es que la liga me aburre porque monopoliza el tiempo de los deportes en los informativos y nunca puedo saber nada de baloncesto, ni de hockey, natación, esquí, remo... Por eso me encantan las Olimpiadas, pero el Mundial de fútbol es diferente.
Tampoco soporto las previas que duran horas, las megacampañas publicitarias, ni los comentarios idiotas de los que no saben qué decir, ni la polémica con Sara Carbonero... ¡¡¡Árbitro, eso es FUERA DE JUEGO!!! ¡¡¡Pita, pítalo ya!!!

- Jajajajajaja, pues sí que estás atenta.
- Sí, hombre, mira la repetición.
- No estaba tan claro...
- Da igual, a un alemán no le puedes dejar solo con la portería. Son destructivos, arrasan la hierba que pisan. Este partido es como los de "Oliver y Benji", gritan de repente: "TÉCNICA DE LA PARED TOTAL!!!" Y se acoplan tres alemanes como si fueran Transformers. Chiiii-fluuu-PAH! La única diferencia es que el campo tiene límites y no abarca la superficie total de la Tierra.


Mi madre me mira riéndose mientras limpia frenética una ventana.

- Pero tú estás aquí y no estás viendo nada -le digo.
- Es que estos partidos me ponen histérica y no puedo parar quieta, chica, tengo que hacer algo.
- ¿Y te pones a limpiar?
- De paso...

Dejó la fachada impecable, planchó toda la ropa, sacó brillo a todos los muebles, preparó la cocina para la cena, habló con la vecina y se sentó y se levantó 450 veces.

- ¡Relájate! -la calmé.
- Mientras estén los alemanes ahí, no puedo.
- Pues... creo que no se van a ir -comento socarrona.
- ¡Estamos cerca, estamos cerca! -interrumpe mi padre.
Nos levantamos
- ¡Uyyyyyyy....! -decimos a la vez.
- Sí, pero no llegamos.
- Tú espera, estamos jugando bien. Sólo falta el aguijón.

- Ya, pero a veces se juega bien y no hay resultados...

El comentarista se pone nervioso, el volumen de su voz vuela, nos levantamos de nuevo, volamos con él, aparece Puyol volando y...


- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLLLLLL!!!!!!!!!
- ¡¡¡¡¡¡EL AGUIJÓN -dice mi padre- AHÍ ESTÁ EL AGUIJÓN!!!!!

Me abrazo a mi padre saltando, mi madre también viene. Se abraza la selección. El comentarista se abraza al público. La gente sale por las ventanas. Los coches pitan por la calle. Nos vamos a la final.
Me dan igual las banderas, me la sopla el euro que voy a tener que pagar de café, España ha hecho historia en el deporte, esto sólo se vive una vez. Y me acuerdo de Nadal, de Gasol, de las chicas de hockey sobre hierba, de las de natación sincronizada, de Jorge Lorenzo, Carlos Sastre, de los éxitos paralímpicos... de todos.
Alguna vez teníamos que conseguirlo, qué bien jugaron. Todos. Daba igual que los alemanes los doblaran en altura, los españoles eran más rápidos, pelearon hasta tirados en el suelo. Sí, señor, por fin veo algo que me gusta, por fin me siento orgullosa.






Ahora sólo quiero oír a Maradona.





*Vermella: en gallego, color de la sangre.

domingo, 4 de julio de 2010

¿Y si cambia la dirección del viento?

Mi mayor defecto es que sólo funciono con planes preconcebidos, futuros predecibles en los que me sienta segura y pueda moverme bajo control. En un principio no parece un problema, pero sí que lo es.


Imaginemos que tengo un velero -no lo tengo, he dicho "imaginemos"- y que pretendo ir a Nueva York cruzando el Atlántico sola desde Coruña. Una semana antes ya estoy nerviosa, empiezo a hacer acopio de víveres y a revisar que todo esté en orden en el barco, me trago todos los partes meteorológicos y las corrientes marinas, calculo el tiempo que me llevará y establezco una fecha de llegada con dos días de margen de error.
Hasta ahí, todo normal. Es una empresa difícil, tengamos en cuenta que me juego la vida.

Llega el momento de partir. Mis amigos y mi familia acuden a despedirme. Bieito, Carapuchiña e Isa se quedan rabiando porque no pueden venir conmigo, pero les prometo que si sobrevivo me los llevaré de crucero por el Mediterráneo. Se calman. Saben que siempre cumplo.
Acciono el motor, suenan aplausos mientras me despido con los brazos y el velero se aleja.
Cuando dejo el dique de abrigo, despliego las velas. Poco a poco me interno en el mar.
El sol se pone en el horizonte. Me siento bien, ya llevo horas de navegación. Todo marcha según lo previsto.
La radio, mi fiel compañera en estos días de soledad, no me anuncia nada que no sepa. "Lo conseguiré", me digo. Y el tiempo avanza, avanza y avanza.

De repente, una tarde que estoy en mi camarote comiéndome unas sardinas en lata siento un estruendo. Salgo apresuradamente de mi "cueva" y casi me caigo por las escaleras ante la altura de las olas. ¡Una tormenta del quince! "¿¡Pero cómo!?", me pregunto, "¡Si lo tenía todo calculado!".
Reviso mis papeles mientras me pongo el chaleco salvavidas. Efectivamente, la tormenta no estaba prevista.
El viento comienza a cambiar y a soplar más fuerte. Tengo que replegar las velas o me las tirará abajo. Sin pensar, cojo el timón. Una punzada de miedo se agita en mi interior. Me sé la teoría, pero no la práctica. Es la primera vez que veo semejante tempestad.

Comienzo a sudar de pánico, no hago más que tragar agua salada y tampoco veo el horizonte. Babor, estribor, babor. Intento cabalgar las olas, pero no tengo suficiente fuerza en los brazos como para mantener el ritmo, en cualquier momento, si cometo un error, el barco volcará.
Me vengo abajo. Empiezo a pensar que me había equivocado, que no estaba lo suficientemente preparada. Todo parecía más fácil en los manuales.
La adrenalina se dispara. "¡No puedo pensar, no puedo pensar! ¡¡¡Estoy en blanco!!!" Me pego tres o cuatro bofetadas mentales, "¡¡¡Laura, joder, REACCIONA!!! ¡¡¡Sabes de sobra cómo hacerlo!!!", me digo, "¡¡¡Eres PATRONA!!!"

No funciona, no se me ocurre nada. Pienso que los demás son mejores que yo, que tienen más capacidad de decisión y que no sirvo para esto. Tengo miedo. Estoy aterrorizada.
Me gustaría llamar a alguien y pedir ayuda, pero la radio no va y tampoco puedo dejar el timón.
Lloraría si pudiera, pero no me salen las lágrimas. La tensión es demasiado alta.
Todo está perdido, seguramente no volveré a casa...
O no.
Levanto la cabeza furiosa. "Estoy hasta el culo de estas putas olas. ¡A la mierda!"

- ¡SI TENGO QUE MORIR, QUE SEA LUCHANDO! -le grito al cielo.

Estoy agotada, pero agarro de nuevo el timón con más fuerza que nunca. "Ya está. Ahora me han cabreado". La rabia me guía. He desafiado al océano y no me gusta perder.

- ¡NADIE -sobrepaso una ola- NADIE -esquivo otra- ABSOLUTAMENTE NADIE -le doy caña al motor- ES MEJOR QUE YOOOOOO!

FRASSSSSSSSS, responde el agua encerrándome en el barco.
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Después de horas de tormenta, ya no sé si estoy viva. Me palpo. "Sí, estoy aquí".
Miro a mi alrededor. El mar se ha calmado, hay unos cuantos destrozos en el velero. La verdad es que da peniña, pero nada que no pueda arreglar.
Me siento en cubierta, absolutamente reventada. Acaricio la madera como si fuera un animal resoplante.

- Lo conseguimos, pequeño -susurro sonriente- Somos más grandes de lo que parece.


Es verdad, siempre consigo lo que me propongo, pero me iría mejor si no las pasara tan canutas antes. Debería estar hecha a las tormentas y saber que voy a encontrar muchas por el camino sin sufrir por ello. Confiar más en mí y sacar la mala hostia a la primera...
En fin...

Todo es ponerse, ¿no?