Hay mucha gente que siempre me pregunta por qué estoy tan enamorada de la ciudad en la que vivo y yo les contesto que no es precisamente de la ciudad, sino del mar. Asomarte al Atlántico, supone humedad, frío y vendavales, pero también te regala paisajes que no encontrarás en otros sitios.
Necesito ese olor a salitre y a algas, la espuma de sus rizos y el rugido rompiente que permanece en los oídos.
Me he pasado horas mirando el océano, viéndolo cambiar de estación en estación y nunca me ha defraudado. Siempre me ha dado respuestas, incluso cuando no se las había pedido. Perdida en su inmensidad es cuando me he sentido verdaderamente libre. Pero es como todo, tienes que añorarlo para darte cuenta de lo importante que es para ti.
Recuerdo aquellas largas temporadas en las que me separé de su lado, meses sin poder verlo, en los que sentía una especie de asfixia apretada en el cuello. Me faltaba el aire y sólo me parecía respirar polvo.
Cuando llegaba a casa, me daba igual todo, tiraba las maletas y tardaba media hora en ir corriendo a la playa.
- Hola -le decía con el aliento en la boca- Ya he llegado.
Y él me respondía con remolinos en el agua.
Para mí, es uno más. De hecho, si repaso en mi cabeza los apuntes del pasado, no hay ni un sólo momento en el que no hubiese estado presente. A veces con los chillidos de las gaviotas, otras con la sirena de algún barco, extranjeros parloteando en las calles o la luz del faro, colándose en mi ventana.
Por eso, cuando hoy recorría el paseo marítimo caminando con Inma, mientras la noche caía sobre nosotras, me olvidé del tiempo, de los problemas, de mi futuro. Allí no había nada más que las pequeñas luces de los puertos y el murmullo de las olas, el abrazo de un amigo.
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
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Intentaba pasar por aquí sin hacer ruido pero... si no digo algo me muero, claro. Es el defecto de los bocazas :*)
ResponderEliminarQuería decirte que el atlántico te gusta porque es más mar. Con todos mis respetos al mediterráneo ¿eh? pero... el atlántico es auténtico. Es como uno se imagina que tiene que ser un mar. Frío, enérgico, vivo y hasta furioso.
Los caldos de sopa deben quedarse para los que no aman el mar. Claramente.