mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos..."
Benedetti
Hay palabras de las que nunca podrás escapar, porque están ahí y han estado siempre y estarán. Aunque nos resistamos a ello, por la indefensión en la que nos dejan, acaban apareciendo en nuestra boca o en la de otros, pero estamos sentenciados a escucharlas. Una de ellas, es el amor.
Lo hay de muchos tipos, tantos como personas en el mundo, así que engloba una multitud de definiciones que dependen de nuestros propios sentimientos. No hay un manual explicativo ni una forma correcta de hacer las cosas. Sólo nos guía nuestro instinto, que lógicamente puede equivocarse, pero también tiene el derecho de volver a intentarlo.
En mi caso, partí de un grave error, que consistía en soñar demasiado, la lacra de la romántica empedernida. Para mí no existían los defectos, los rellenaba con nata montada y cogía al adonis de turno para llevarlo a un castillo en las nubes. Después, descubría que el adonis no tenía mayor interés en mí, que no le molaban los carros que volaban por el aire y que, realmente, si no hablaba mucho, no es porque fuera tímido, sino porque no sabía hablar.
Siempre decía que no. No sabía bailar salsa agarrada, estaba en medio de una estrategia de abordaje y era más bajito que yo, pero aquel chico brillaba en la oscuridad como el sol del verano. En parte, por su camiseta amarilla canario, pero había algo más. Estaba en su sonrisa, en sus ojos deslumbrantes y en los brazos abiertos que se ofrecían a mí.
- Bueno -le contesté.
Me dejé llevar, sorprendida y totalmente fuera de combate, por lo bien que bailaba, la delicadeza con la que guardaba las distancias sin rozarme y su facilidad para convertir cualquier anécdota en una larga conversación. ¡Y se reía!, se reía de las tonterías que yo podía llegar a decir en apenas un minuto.
De repente, en el local estalló una pelea, ya no pudimos bailar, pero seguimos hablando. Los dos vivíamos en el mismo barrio, sin saberlo; él salía con mis primos, cuando jamás lo había visto con ellos y conocía a algunas de mis compañeras de clase. Perdí la noción del tiempo, hasta que mis amigas me lo recordaron y me despedí de él. No hubo teléfonos, sólo dos encantados de conocerse y esperando que algún día nos volviéramos a ver.
Maldije mi falta de decisión, pero estaba demasiado aturdida. Esa noche había perdido mi lista de requisitos en algún lugar y no me había dado cuenta. De todas formas, en una semana volví a encontrarle en una discoteca.
Hoy la historia continúa, hubo diez años más por delante, pero no hace falta saber más detalles, porque lo que empezó aquella noche, sin disfraces de princesa ni posturas de gigoló, permaneció intacto, con esa misma inocencia y su caprichosa ilusión, desbordante de alegría.
Encontré lo perfecto en lo imperfecto y descubrí que me hacía más feliz que cualquier fantasía. Incluso en las discusiones, que terminan con chistes, o en la tristeza, donde sólo habla el silencio y otorga comprensión. Luego, se unieron las aventuras vividas y compartimos nuestro día a día, hasta hacerlo diferente.
Ambos somos distintos, pero no intentamos cambiarnos, porque su falta de semejanza completa mis carencias y a la inversa, aunque estemos deacuerdo en lo importante. Así que él me conoce, yo le conozco, pero aún nos queda mucho por conocer, y sí, irremediablemente existe el miedo a perdernos, porque, aunque hubo un tiempo en el que estuvimos solos, ahora, Uno+Uno son más que dos.
Lo hay de muchos tipos, tantos como personas en el mundo, así que engloba una multitud de definiciones que dependen de nuestros propios sentimientos. No hay un manual explicativo ni una forma correcta de hacer las cosas. Sólo nos guía nuestro instinto, que lógicamente puede equivocarse, pero también tiene el derecho de volver a intentarlo.
En mi caso, partí de un grave error, que consistía en soñar demasiado, la lacra de la romántica empedernida. Para mí no existían los defectos, los rellenaba con nata montada y cogía al adonis de turno para llevarlo a un castillo en las nubes. Después, descubría que el adonis no tenía mayor interés en mí, que no le molaban los carros que volaban por el aire y que, realmente, si no hablaba mucho, no es porque fuera tímido, sino porque no sabía hablar.
Sin embargo, pese a mi fracaso, seguía con la mía, pensando que era una cuestión de tiempo y que acabaría encontrando al hombre imaginario del que había hecho un retrato robot. En ésas estaba, sumergida en un pub, en el que había entrado con mis amigas detrás de la silueta perfecta y planeaba, con todo detalle, mi oportunidad, cuando alguien me palmeó el hombro:
- Hola -me dijo- ¿quieres bailar?
- Bueno -le contesté.
Me dejé llevar, sorprendida y totalmente fuera de combate, por lo bien que bailaba, la delicadeza con la que guardaba las distancias sin rozarme y su facilidad para convertir cualquier anécdota en una larga conversación. ¡Y se reía!, se reía de las tonterías que yo podía llegar a decir en apenas un minuto.
De repente, en el local estalló una pelea, ya no pudimos bailar, pero seguimos hablando. Los dos vivíamos en el mismo barrio, sin saberlo; él salía con mis primos, cuando jamás lo había visto con ellos y conocía a algunas de mis compañeras de clase. Perdí la noción del tiempo, hasta que mis amigas me lo recordaron y me despedí de él. No hubo teléfonos, sólo dos encantados de conocerse y esperando que algún día nos volviéramos a ver.
Maldije mi falta de decisión, pero estaba demasiado aturdida. Esa noche había perdido mi lista de requisitos en algún lugar y no me había dado cuenta. De todas formas, en una semana volví a encontrarle en una discoteca.
Hoy la historia continúa, hubo diez años más por delante, pero no hace falta saber más detalles, porque lo que empezó aquella noche, sin disfraces de princesa ni posturas de gigoló, permaneció intacto, con esa misma inocencia y su caprichosa ilusión, desbordante de alegría.
Encontré lo perfecto en lo imperfecto y descubrí que me hacía más feliz que cualquier fantasía. Incluso en las discusiones, que terminan con chistes, o en la tristeza, donde sólo habla el silencio y otorga comprensión. Luego, se unieron las aventuras vividas y compartimos nuestro día a día, hasta hacerlo diferente.
Ambos somos distintos, pero no intentamos cambiarnos, porque su falta de semejanza completa mis carencias y a la inversa, aunque estemos deacuerdo en lo importante. Así que él me conoce, yo le conozco, pero aún nos queda mucho por conocer, y sí, irremediablemente existe el miedo a perdernos, porque, aunque hubo un tiempo en el que estuvimos solos, ahora, Uno+Uno son más que dos.
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