Alrededor de una mesa, el mundo se desbarata. Es increíble como un café compartido entre amigos puede darle tanto sentido a la vida. Te olvidas del trabajo, de tus preocupaciones y el tiempo se para.
No me considero una persona habladora. Me encanta escuchar y observar a la gente, memorizar cada gesto y atrapar esos instantes de felicidad para evocarlos cuando los necesite. Unas manos que se mueven, una cara expectante ante el final de un chiste, la nariz arrugada en una mueca y el brillo de aquellos ojos, justo antes de disparar una sonrisa...
Cuando me sienta triste, sé que volverán a mi cabeza para recordarme lo que de verdad importa.
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
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Laura, escribes de maravilla. No lo dudaba, claro, pero es que la confirmación me ha dejado sin palabras, cautivada por la magia de las tuyas.
ResponderEliminarHe leido todas las entradas y creo que me vas a encontrar espiando por aquí más de una vez. He elegido comentar esta por el nexo común: Jose y Lola, y la comida que me perdí, y lo mucho que pensé en vosotros, y lo que deseé tener poderes mágicos y teletransportarme hasta allí para compartir risas y buena compañía. Espero que haya una próxima, y esa no me la pierdo, palabrita del Niño Jesús ^_^
Hasta entonces, un beso enorme. Lucía.
PD. A mi blog ni caso, que lo hice para un curso y no lo mantengo.
que bonito leerte.
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