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lunes, 22 de febrero de 2010

Arte


Esta semana, en otra de mis locuras, decidí asistir a una clase magistral que daba el director Jem Cohen sobre su trabajo.
Siendo sincera, nunca había oído hablar de él, tuve que hurgar en Internet para enterarme de que era uno de los exponentes del cine independiente estadounidense (que me perdonen sus seguidores) y acudí al encuentro sin esperar nada en particular, haciendo gala de mi tiempo libre y mi curiosidad. Pero la verdad es que desde el principio, cuando Cohen llegó a la sala y empezó a hablar, ya me cayó bien. Era muy simpático y muy cercano, con chistes improvisados en el momento. Además, buscaba constantemente la participación del público, con mucho respeto, y no pretendía que fuese una de esas conferencias en las que el protagonista vierte su ciencia como la única verdad posible, sin dar pie a interrupciones o comentarios (cuántos profesores deberían revisar su forma de dar clase)
Después, empezó a proyectar sus obras.

Mi primera reacción fue "Oh-no, dónde me he metido" y ya le estaba encasillando en la caja de los bichos raros. Sin embargo, otro de mis lemas en la vida es "De todo se aprende y de lo malo, se aprende el doble", una frase robada de Scorsese. Es por eso que soy incapaz de dejar a medias un libro, una película, lo que sea, por intragable que resulte, hasta llegar al final y emitir un juicio. Gracias a ello, he aprendido a sacar rentabilidad de todo lo que hago. Para mí no hay tiempo perdido, siempre encontrarás algo que merezca la pena y en ocasiones, lo que te puede parecer un rollo, acaba siendo todo un descubrimiento, como ocurrió en este caso.

Jem Cohen rueda películas como podría hacerlo cualquiera, coge la cámara y se lanza a la calle, busca, observa. La luz es natural, los encuadres no son siempre profesionales, no hay actores, tampoco hay un diálogo, sólo el sonido del momento o aquellos que quiso escoger, pero sin ser melódicos necesariamente.
Es decir, que el trabajo de edición y montaje es mínimo.
Y aquí viene lo sorprendente.

Esas imágenes, sueltas, sin tener en apariencia un hilo conductor, acaban llenándose de múltiples significados.
Para mí, tal y como le expliqué en mi turno de preguntas, en referencia a unos documentales sobre Nueva York, me había abierto una ventana a la otra realidad de EEUU, donde no había gente guapa y las diversas razas poblaban cualquier calle, no sólo "el barrio de". Contemplé actitudes grotescas, estravagantes, la incapacidad de ver más allá de la bandera, con el peligro que supone y también percibí tristeza y ansiedad, pobreza, desesperación...
Y lo único que había hecho este hombre era pasear por la ciudad, pero nada de lo que rodó sale en los informativos.
Por otro lado, también encontré fotografías excepcionales de cosas que en un principio nadie consideraría bonitas. En particular, me llamó muchísimo la atención la belleza de la silueta de dos obreros que estaban picando las aceras mientras atardecía y cómo las cintas rojas y blancas que acotaban la zona se habían soltado y bailaban en el aire, en primer plano. Seguro, que en ese momento, hordas de turistas estarían llenando sus cámaras con la Estatua de la Libertad.

Es decir, lo que me hubiese perdido si no tuviera paciencia.
Sin embargo, es cierto que habría muchas personas entre el público que estarían aburridas o cansadas, porque no les llegó ese mensaje y que creerían que yo era una flipada al agradecerle a Cohen su trabajo.
Puede ser, pero en esas diferencias reside el arte. No llega igual para todos, algunos necesitan una explicación, otros se aferran al realismo y a las normas de cómo se tienen que contar las cosas. Unos ven demasiado, otros no ven nada y se van, sentenciando "que no y que no, que es horrible y no me gusta"... Yo pienso que lo mejor es esforzarse y buscar, quizá no coincidamos con lo que el artista quería decir, pero si sentimos algo, habrá merecido la pena.

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