Los textos publicados en este blog figuran en el registro de la propiedad intelectual y están protegidos por derechos de autor.

viernes, 5 de febrero de 2010

Días de lluvia


El día está tan gris que parece de noche. Poco a poco se van encendiendo las luces en las casas. Nadie quiere salir. Da la impresión de que el mundo se paraliza cuando llueve.
A mi lado desfilan multitud de paraguas. Surgen como setas en la humedad. De todos los colores, de todas las formas.
Yo he desistido, hace demasiado viento y me cubro con mi humilde capucha. Soy como un monje benedictino. "Ora et labora, ora et labora".
Sin planteármelo demasiado, me sumo a la corriente que busca el cobijo de los edificios, caminando en fila india al lado de los portales y sin usar el resto de la acera, como si tuviéramos que pagar condena por algo. Cuando me cae encima un varillazo inoportuno pienso que realmente es así.
Me dirijo a la parada del bus, buscando la protección de la marquesina, pero aquello está más lleno que el Corte Inglés en rebajas.

- Señoras, si hacen un pequeño esfuerzo por arremolinarse, cabemos todos -explica un hombre hincando espalda y culo en un grupo de pobres mujeres.

- ¡Y si usted no se mete, estaremos mejor! -farfulla una indignada.

Viéndolos luchar desde lejos, tan sumamente apretados, me recuerdan a uno de esos llaveros hechos de cordones, amalgamados en una pelota perfecta.
Y la bola se mueve, a la izquierda... a la derecha... izquierda... derecha... según de donde provenga el empujón.
"¿Realmente es necesario?", pienso mientras levanto la ceja. Entonces se me ocurre sacar la mano del bolsillo y dejar que las gotas toquen mi piel. "No, no es lluvia ácida", compruebo, aunque por un instante empezaba a dudarlo.
De repente, un coche me salpica la realidad a la cara. "Está bien, ahora ya no lo dudo".

Poco después aparece el 2, y las señoras, con hombre incluido, se desplazan en conjunto, apretujándose para entrar por la puerta. En la operación, consiguen deformarse como si fueran agua.
Qué grande era Bruce Lee, tanta sabiduría en tan pocas palabras. Me pregunto si llegaría a esa conclusión también en una parada de bus.



Después de un infierno de tarjetas especiales que no van en el lector y algunos céntimos perdidos, consigo acceder a... al tupperware en el que me veo embutida.
Casi no puedo respirar. Era mejor que me uniera a la pelota de antes, por lo menos ya iría entrenada. Santo Dios, ni veo por dónde vamos. Las ventanillas son como nubes blancas de vapor condensado.

- Hija -me dice una anciana que asoma la cabeza por debajo de mis brazos- Se te ha caído el bolso.
- Sí, ya lo sé. Lo tengo a mis pies -contesto sin girar la cara.
- ¿Y por qué no lo coges? -pregunta curiosa.
- ¡Porque no puedo agacharme!
- ¡Pero se te va a mojar, que el suelo está empapado!
- Señora, en este momento es lo que menos me preocupa ahora.

Ññññiiiiiiiiiiii!!! El autobús frena de repente y la mole de pasajeros se desplaza a la deriva. Inevitablemente me precipito sobre un carrito de bebé, con un niño sonriente. Temiendo lo peor, hago lo posible por sortearlo y me clavo la empuñadura del cochecito en el riñón izquierdo. Medio segundo más tarde, la señora cae sobre mí con todo el peso de la ley. Pierdo las costillas.

- ¡Ay, lo siento hija! Es que estos hombres son como animales al volante.
- No, si no se preocupe ¿Está bien?
"¿Cómo puedo ser tan hipócrita?"
- Sí, pobre, me amparaste el golpe.
"Dígaselo a mi cuerpo dolorido"
- Ya... ya me di cuenta.
- Pero mira, te he cogido el bolso.
- Oh, qué amable.
- Ahora ya no se moja -me dice satisfecha por su buena acción, mientras baja de un saltito en Linares Rivas.

Por fortuna, el bus se va vaciando a medida que avanza y recupero la compostura. Cuando llego a mi destino ya soy una persona nueva, pero el cielo no se apiada de mí y esta vez empieza a arreciar.
Corro buscando el primer sitio donde meterme. Cada vez cae con más intensidad. Acabo en el porche de un teatro. Hay más gente a mi alrededor, pero esta vez también hay más espacio.

- ¡Dios mío, es impresionante. En un momento la que se ha liado! -comenta un desconocido.
- ¡Mira mamá, llueve mucho! -dice un pequeñuelo asombrado.

La verdad es que sí, parece una tormenta tropical e impone ver los ríos que se forman en las aceras. La naturaleza se queja y rompe sin vacilar la monotonía de los viandantes. "Estoy aquí", dictamina, "y vuestra vida depende de mi capricho".
¡Brrrroummmmm!, suenan los bramidos de los truenos, detrás de un relámpago.
¡Badabrrroummmmmm...!, aún más fuerte.
Nadie habla, sólo escuchamos, sobrecogidos.
Tenía que ser desde un teatro. Realmente era un espectáculo.

Al poco, el temporal empieza a amainar y los calderos de agua se convierten en el último hilo de gotas de alguna botella. Clip-clop... ¡clap! Clip-clop... ¡clap!
Un aventurero extiende la mano:

- Parece que está parando -advierte.
- Sí -le corrobora una mujer- Creo que ya podemos salir.

Y la avenida vuelve a llenarse de extraños.
Yo también salgo de mi escondrijo, quitándome el abrigo completamente calado.

- ¡Bah! ¡Qué diablos! El agua es buena -sonrío- Hace crecer a las plantas -me digo mientras me deslizo calle abajo, resbalando entre los charcos.

Cuando llegué a casa, medía tres centímetros más

No hay comentarios:

Publicar un comentario