El Carnaval es una oportunidad de romper con las reglas y de reírse de todo y de todos. Se hacen cosas tan ilógicas como llevar pelotas de porexpán en la espalda, a modo de bolas de oxígeno, para parecerse a un glóbulo rojo o cargar con una escalera de metal y tirar de una cabra de cartón con el fin de recrear, en la calle, un espectáculo gitano. Los hombres se visten de mujeres y las mujeres de hombres. El que antes era tímido se pone a gritar con un megáfono que abran paso a los bomberos y aquel que no tiene ni pajolera idea de inglés lo chapurrea como si fuese un auténtico british.
Yo hacía mucho tiempo que no me camuflaba entre la densa fauna verbenera, pero finalmente me convencieron para maquillarme toda la cara de blanco y convertirme en gato con cuatro pinceladas estratégicas. Al salir del coche, la gente maullaba a mi lado.
Un poco más abajo, una simpática andaluza que no se había depilado el pecho nos comentaba que hacía mucho frío en esta ciudad, preguntándonos quienes éramos:
- Aquí los tres lindos gatitos -respondió Paula.
- Pué a ver si a base de añarasos, conseguí abrir paso, porque con toa esta gente no se pué andar.
Tenía razón, la calle estaba abarrotada y había más personas fuera que dentro de los bares. Todos intentaban adivinar de qué iban unos y otros.
- ¿Viste a los Snorkels?
- No, pero aquel Tetris está muy logrado.
La mejor puesta en escena era la de unas azafatas varoniles, que decían tener procedencia polaca, y que en grupo explicaban, cuando fuera necesario, dónde estaban las salidas de emergencia y cómo ponerse la máscara de oxígeno.
La función se vio interrumpida por una carroza descarriada del desfile del fin de semana, que se dedicó a chiringar agua a todos los presentes, por lo que tuvimos que guarecernos con cuatro vikingos, un ninja y algún que otro pirata en un soportal.
Al volver a nuestro camino, perdimos al resto del grupo y le pedimos a un Frankenstein de dos metros que nos ayudara a encontrarlo tras describirle cómo iban vestidos. Con la mano en la frente, oteando el horizonte, señaló con su enorme dedo en una dirección (Era mudo). Le dimos las gracias mientras se alejaba a pasos agigantados.
No tardé mucho en sentir dos golpecitos en la espalda. Dos hombres, ataviados con riendas y minipantalones de cuero de estilo sadomasoquista, sujetaban a un tercero que llevaba la cara encapuchada y esposas en las manos.
- ¡Esclavo, di hola a las gatitas! -ordenaron.
- Mmmoommmaa -contestó el preso como si tuviera una pelota en la boca.
Levanté la mano para saludarle, con cierto miedo, la verdad, pero al rato los individuos reprendieron tajantes:
- ¡Déjalo, esclavo. Son unas antipáticas! -mientras tiraban de él como si fuera un carro.
Aún sorprendida por el arranque, sentí que decían a nuestro lado:
- ¡Mirad, van de Kiss!
- ¿De Kiss? -pregunté buscando la procedencia de la voz.
- ¿No vais de Kiss? -incidió el asesino de Scary Movie ilusionado.
- No, somos gatos.
- ¿Qué tipo de gatos van sin cola y sin orejas?
- Unos que tuvieron que improvisar.
De repente, mi amiga Elena reclamó mi atención:
-¡Mira, son los Janeiro! ¡¡Quiero una foto con Jesulín!! - y salió corriendo hacia ellos.
Allí estaba la familia al completo, el padre, el hijo, otros tantos toreros y un par de conejitas playboy subidas en un carromato donde se leía claramente el letrero de "Anviciones". Enseguida la contentaron, siempre tan agradables con sus fans.
Con tanta fiesta, el ritmo de la noche avanzaba frenéticamente bajo los efectos del alcohol. Tanto fue así, que empezamos siendo tres las disfrazadas, de un total de siete personas y al final, entre los que iban "de calle", salió una ladrona con antifaz, una india con plumas y un mimo. Lo que dan de sí un par de pinturas.
De esta guisa, bailamos la conga con un Internet Explorer, el Word y todo el pack de Office, maullamos a otras quince gatitas e intentamos ir hacia atrás siguiendo a Michael Jackson.
En el último pub, arrinconados por la gente, escuchamos a un gitano decir que estaba hasta el culo de su amigo el conejo porque intentaba ligar con una valkiria, mientras que él quería largarse del garito. En medio del cabreo conocimos a Tutankamon. Está vivo y tiene miles de años, pero se conserva como si tuviera cincuenta. Tal es la magia de los egipcios. Cuando se fue, con su corte faraónica, vino en su lugar una langosta cansada de pasar frío, pese a que llevaba el pantalón del pijama y unos leggins naranjas tapando sus piernas.
- Pero un chicarrón del norte como tú, ¿cómo vas a tener frío así? -le espetó Elena.
- Porque soy del norte, pero no de Alaska -contestó.
Tras eso, el tema de conversación empezó a desviarse sobre si realmente era un camarón, un lubrigante o un cangrejo ermitaño. Él defendía que lo determinaba la longitud de sus antenas, pero todavía no lo tengo claro.
Lo que sí sabía es que me tenía que ir antes de que el desvarío me hiciese perder la cabeza.
Aún tuve que aguantar algún cachondeo más en el coche, no todos los días se ve a un minino al volante. Después de unas cuantas fotos, conseguí dejarlo aparcado y subir a casa. Al guardar las llaves tropecé con el espejo de la entrada, había un gato negro mirándome.
- Maaaaaauuuuuuuu -me dijo.
- Buenas noches, que duermas bien.
Cuando era pequeña, el mejor momento del día era aquel en el que me balanceaba en un columpio, levantaba la cabeza hacia el cielo y creía que podía volar. Ahora he crecido, ya no quepo en los columpios, pero desde esta esquina del mundo pretendo recrear esa sensación de libertad, donde cualquiera puede tocar el firmamento con la punta de los dedos.
Los textos publicados en este blog figuran en el registro de la propiedad intelectual y están protegidos por derechos de autor.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario