De hecho, pronto se convirtió en el acontecimiento de la semana y ya estaba imaginando el despacho, un jefe macabro, el ordenador bloqueado y miles de papelorios rodeándome con instintos asesinos, mientras me inyectaba cafeína en vena para sobrevivir.
¡Mi sueño hecho realidad!
Tenía que estar allí, por lo menos, para que me conocieran. Quién sabe, igual les caía simpática y me hacían un contrato por obra, algo parecido a un accésit a la entrevista más original. Así que, aunque nunca fui un gallo cantarín, el día D, a la hora H, me vi obligada a tirarme literalmente de la cama, con el fin de alcanzar rodando el baño y vestirme al mismo tiempo en dos maniobras (Mis agradecimientos a Geli por revelarme esta técnica tan eficaz. Prometo transmitir sus secretos de generación en generación).
Tras el susto inicial del espejo, di comienzo a la metamorfosis del gusano a la mariposa. Qué difícil es ponerse las lentillas cuando casi no abres los ojos. Y más aún, el rímel, cuando tienes las lentillas -¡Hostia, qué dolor!
Cuando logré un resultado aceptable, miré el reloj.
- ¡Mierda! ¡Ya son las siete!
Tenía cinco minutos para desayunar, calzarme y salir por patas, así que pulsé el avance rápido de mi mando a distancia (Esto sólo lo pueden hacer los elegidos) y cogí el ascensor. Sorprendentemente, olía a pino y a fragancias del bosque, entonces me di cuenta de que el suelo estaba mojado.
Cuando llegué al portal, me encontré con el mismo panorama y siguiendo el rastro húmedo, salí a la calle.
No había ni un alma. Reinaba el silencio de la noche y no pude evitar hacer comparaciones mentales con Madrid.
- (Piiiiiii, piiiiiiii) ¡Mueve el culo, cabrón! ¡Voy a llamar a tu madre para que empuje tu puto coche de mierda! -Mientras una cola interminable de vehículos se perdía en el horizonte.
Brrrrrr... Cómo me alegré de ser de provincias.
Tras cinco segundos de alabanzas personales al frío polar y preguntándome por qué me torturaba así, detecté movimiento humano unos portales más abajo.
Eran dos personas, de unos cincuenta y tantos, carretaban cubos y fregonas sin mayor protección que sus mandiles y sus espaldas encorbadas.
Pensé en frotarme los ojos, pero era real. De hecho, enseguida reconocí las siluetas de mis vecinos, un matrimonio que trabaja limpiando el portal y las escaleras de mi edificio (de ocho pisos).
Pero claro, eso no es suficiente para ganarse la vida, así que tienen que levantarse a las cinco de la mañana para poder hacerlo también en otros sitios y acabar antes de las doce. Después se ocupan de su propia casa y de sus tres hijos, que van a comer con ellos, pese a que algunos ya no viven allí, y a las cinco de la tarde van a nadar a la piscina, para sanear los estragos de la jornada en sus cuerpos.
Me quedé pegada al suelo. No por el Don Limpio, que no deja huellas, sino porque yo misma sería incapaz de seguir ese ritmo, todos los días y a esa edad.
Y siempre tienen una palabra amable, un buenos días, un chiste o alguna anécdota que contar. "¿Qué tal está fulanito, se recupera?", te dicen preocupados.
Aún recuerdo cuando se nos estropeó una tubería y lo inundó todo, allí estaban ellos, para echar una mano. Y si necesitas una escalera o que te indiquen para aparcar el coche, pues también. Lo que haga falta. Sin quejas.
...
Suspiro mientras los veo carretando su armamento por la acera.
...
Me sentí egoísta y pija también, tan arreglada, maldiciendo el tener que madrugar tanto para conseguir un empleo sentada en una oficina, mientras esas dos personas se dejan la piel para que los suyos tengan oportunidades como la mía.
Se me pasaron los nervios, salieron con el vaho de la respiración.
Por mis huevos que iba a bordar esa entrevista, con punto de cruz.
jejeje, si a verdade somos provincianos...pero a moita honra.
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