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jueves, 31 de diciembre de 2009

Caprichos de la memoria

Hay momentos que se quedan grabados en la mente para siempre. No tienen porqué ser importantes, puede que se trate de un gesto, una mirada o una escena en particular. Y sin embargo esas imágenes son las que te acompañan el resto de tu vida, dándole forma y color, y llenándola de sentido.
Ayer entré en uno de esos túneles de recuerdos.
Volvía a casa, eran las nueve y media de la noche y estaba en el centro de la ciudad. Había llovido y las luces de las farolas se reflejaban en las grandes losas mojadas del suelo. Cruzaba la calle Real, con mi abrigo subido hasta la nariz y frotándome las manos del frío. Tenía prisa por llegar a la parada del autobús, pero me olvidé. De todo lo que había hecho ese día, de que mi familia me esperaba para cenar, de que tenía guantes en el bolso y no me los había puesto.
Y todo porque sonaba una canción.
Es muy difícil pasar por esa zona sin oír música, porque siempre hay alguien tocando para sacarse unas pelillas. Pero hacía muchísimo tiempo que no escuchaba esa melodía.
Así que me quedé parada allí, como una estúpida, mientras la gente pasaba a mi alrededor y yo estaba en Rianxo, viendo el atardecer, entre las casitas de piedra de los pescadores. Después, recordé los dibujos de Castelao, a través de las palabras de mi abuela, que llegó a conocerlo cuando era muy pequeña. Y al final, prolongándome en el tiempo, la vi a ella, con su eterno mandil y su pelo plateado, dispuesta siempre a recibir mis besos, haciéndome un hueco en su cama cuando tenía miedo, comprándome barquillos o rosquillas en las ferias...
Hasta que la canción terminó y volví a la realidad.
Abrí mi cartera, busqué una moneda y la eché convencida en el maletín.

- Gracias -me dijo el músico callejero.

- Gracias a ti -le contesté.




* "Lela" es una canción popular gallega dedicada a una mujer que habla del amor no correspondido. Fue compuesta por el escritor y dibujante Alfonso Daniel Rodríguez Castelao (Rianxo, 1886-1950) para su obra de teatro "Os vellos non deben namorarse". Esta versión la canta la artista portuguesa Dulce Pontes con el acompañamiento del músico gallego Carlos Núñez.

domingo, 27 de diciembre de 2009

No somos máquinas



Muchas veces he oído que la vida está hecha para los valientes; que no merece la pena llorar, porque no sirve de nada; que la gente no quiere escuchar a nadie lamentarse y que tampoco puedes esperar ayuda, porque todos tienen sus propios problemas.
También existe la norma de que debemos ser perfectos. No importa que todo el mundo cometa fallos, simplemente se ocultan y se critican los del resto. Si además puedes usar la ironía para hacerlo, mejor, porque resulta más humillante y efectivo, y si ya tienes público, es la hostia.
Igualmente, me han dicho que hablar de sentimientos es una pérdida de tiempo, que sólo puede provocarte más dolores de cabeza y crear preocupaciones donde no las había antes. Total... ¡las cosas no van a cambiar por ello!

Pues bien, nunca les hice caso.

Tengo miedo, a perder a mis seres queridos, a que me hagan daño, a no poder hacer realidad mis deseos, aquellos para los que tanto trabajé...
He llorado, por muchas cosas, a veces por tonterías, quizá por los nervios de alguna discusión, cuando ni siquiera quería hacerlo, o porque la propia situación así lo exige. En ocasiones, no hay más respuesta que las lágrimas.
¡Claro que me he equivocado! Constantemente. Y lo he pasado muy mal por ello. He aguantado broncas, he sido ridiculizada varias veces, pero ninguna fue el fin del mundo.
Y por supuesto, necesito hablar de lo que siento. No hacerlo sería vivir encerrada en un ataud.

Siempre he ido contracorriente, pero nunca me ha salido mal. Al contrario, creo que soy más fuerte por ello, porque admitir que no somos máquinas, nos hace humanos.

Por eso, soy capaz de pedir ayuda cuando la necesito, y encontrarla.
He mirado dentro de mí, en medio del caos, poniendo orden en lo imposible, y he encontrado soluciones.
También sé decir te quiero, cuando la gente no se lo espera.
Es muy difícil pronunciar esas palabras.
Al mirar a mis miedos de frente, les demuestro que les respeto como adversarios, pero también les digo que voy a presentar batalla.
¿Y qué haría sin mis errores? Nunca sabría lo que es la humildad, tampoco me alegraría por mis triunfos, cuando estos llegaran y, lo más importante, no tendría de qué reírme.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Mi amiga Inma y el cardamomo


No hace falta que diga que quiero mucho a mis amigas, creo que es evidente. Para mí cada una es distinta y única en su género, y eso es lo que me encanta de todas ellas. La posibilidad, no sólo de compartir mi día a día entre chistes, grandes dosis de comprensión y fantasías varias, que crecen con sus opiniones o experiencias; sino también la de formar parte, por unas horas, de sus propios universos.

El pasado lunes tuve el placer de quedar con mi amiga Inma para acompañarla al supermercado. Llevaba una lista de ingredientes parecida a la que usan las brujas en sus pócimas mágicas. Iba a preparar el menú de Nochebuena y Navidad.

En mi casa, no hay grandes secretos, seguramente caerá algo de marisco, quizá cordero, jamón asado, bacalao... Algo típico de estas fechas.
En casa de Inma, abrirán con una ensalada exótica, seguida de solomillo con paté de pato al Oporto y de postre, una mousse de chocolate en copa con frutas selectas. Para el día siguiente, como cualquier buen restaurante, ofrecerá de nuevo algo igual de espectacular, pero diferente.
Con semejante exhibición de talento culinario, por supuesto, su familia le encarga a ella esta tarea, que se toma muy en serio, pese a no ser cocinera profesional.


Así fue como, carrito en ristre, me encontré buscando cosas tan singulares para mí como hojas de menta y albahaca frescas ("Las envasadas como especias no valen, porque no desprenden ese sabor", me explicaba Inma), pomelos, ¿era un mango o un aguacate?, grosellas, moras, ¡vainas de vainilla! Esto último me dejó muy sorprendida, porque no sabía que la auténtica vainilla es lo más parecido a una regaliz negra.

También revisamos unas 20 indicaciones sobre el tamaño, peso y composición de los distintos patés y recorrimos otros diez pasillos para elegir mantequilla, azúcar glass y chocolate negro para repostería.

Ni que decir tiene que cuando una simpática señorita se me acercó, en medio de la exploración, para ofrecerme un café promocional, no tardé ni dos segundos en decirle: ¡Gracias!, ¡no sabes cuánto lo necesitaba!

No, en serio, me lo pasé como una enana. Perseguir a Inma por los pasillos es lo más parecido a ser un pinche de cocina aprendiendo del mismísimo Juan Mari Arzak. El momento clave del asunto fue cuando, siguiendo las instrucciones de la receta, encontramos una palabra desconocida tanto para ella como para mí:

"Cardamomo"


- ¿ Y esto qué es? -le pregunté a mi mentora.
- No tengo ni idea, pero me suena a especia.
- A mí me suena a nombre de gnomo -le contesté yo.
- ¡Jajajajaja! -la risa de Inma es la cosa más fantástica que puedas encontrar en el mundo- ¡El señor cardamomo! -dijo, como imaginándolo en alguna madriguera habitable- Nooo... Será alguna semilla de la India.

Así que nos dirigimos de nuevo al estante de las especias, pero allí no había nada parecido. El misterio continuó cuando le preguntamos al encargado de sección y nos hizo repetir la palabra. Después de ir al almacén a desternillarse de risa con sus compañeros nos aconsejó:

- Sí, será mejor que preguntéis en el rincón del gourmet -señaló burlón.

Entre vinos, bombones, embutidos y treinta personas haciendo cola para que las atendieran había unas cien especias, de las más raras, pero no, no había cardamomo.
Lo que sí encontramos fue el líquido de trufa, otro de los ingredientes secretos. Lo venden envasado y un tarrito de cuatro centímetros cuesta nueve euros. Una trufa, envasada, que no fresca, llega a los cien.

- ¡Con razón hay gente que entrena cerdos para esto! -apunté y lo añadí en mi lista de posibilidades de negocio.

Pero Inma no estaba contenta, porque sabía que en su estupenda comida faltaría el toque maestro. Empezábamos a resignarnos cuando, jugando la última carta, sin casi esperanzas, le preguntamos al cajero.

-¡Cardamomo! Una especia... Mira -susurró bajando el tono de voz- esto no te lo puedo decir, pero hay una tienda pequeña, cerca de la calle Real, que si no lo encuentras allí, es que no existe.

Al menos era una pista. Yo no tenía ni idea de la existencia de dicha tienda, y eso que me conozco la ciudad al dedillo. Así que ya me estaba imaginando un sitio tipo la cueva de Alí Babá y los 40 ladrones, cargado de aromas y colores extraños, que sólo aparece cuando dices "Ábrete Sésamo". Pero mi amiga, creía conocer el lugar porque a pesar de pasar por allí y no ver tienda alguna, recordaba un olor muy intenso y característico. Así que se despidió de mí, agradeciendo mi paciencia -No sé por qué, ya que había sido una de mis mejores tardes- y me dijo que ya me contaría su aventura al día siguiente.

Por la mañana, tenía un mensaje: ¡Ya tengo el cardamomo!



Cardamomo (Elettaria cardamomum) * 
 
- Origen: bosques monzónicos del sur de la India. En Birmania, Sri Lanka, Tanzania, Vietnam y Guatemala tambien se cultiva, siendo este último país uno de los que produce el cardamomo de gran calidad.

- Después del azafrán y la vainilla es la tercera especia más cara.

- Se cultiva sobre todo por sus picantes semillas negras, que crecen dentro de unas cápsulas de color verde pálido y con forma ovoide, y cuyo sabor recuerda al alcanfor.

 - Como condimento sirve para estimular la digestión, para combatir la flatulencia y para despertar el apetito.

- En la India es uno de los componentes básicos del garam masala y de los polvos de curry y también se emplea en postres cremosos de pistacho y almendras.


* Explicación de: http://fichas.infojardin.com/condimentos/elettaria-cardamomum-cardamomo.htm

martes, 22 de diciembre de 2009

Bravura bajo las riendas


Muchas de mis locuras, a lo largo de mi vida, se deben a una de mis máximas preferidas: Nunca digas nunca, mientras no te juegues el pellejo. Gracias a ello, he subido montañas y me he asomado a precipicios, he metido un Renault-5 donde no llegaría un Land Rover y recientemente he aprendido a hacer velas, entre otras cosas.

El pasado sábado puedo añadir otra experiencia más a mi lista y es que presencié por primera vez un concurso de hípica, gracias a unos buenos amigos que me invitaron y a los que les dije: "No tengo ni idea de equitación, pero ¿por qué no?".
Así fue como llegué al recinto de Casas Novas, una pequeña curiosa entre la jet de la jet, y lo que más me llamó la atención no fueron los famosos.
Había visto caballos, desde luego, pero nunca como los de allí. No es lo mismo ver un animal en una finca o por televisión, que abrirle paso a una bestia de más de metro y medio de altura, con las crines trenzadas y echando espuma por la boca, justo después de haber saltado las vallas.

Trotaba muy cerca de mí, en el pasillo enjaulado que lo llevaba desde la zona deportiva hasta la nave de calentamiento, para relajarlo. Sobre él iba el jinete, palmeándole el lomo.
Me quedé paralizada mirándolo, entre el miedo a que se encabritara en cualquier momento y la tontuna que te genera ver tanta belleza junta en un ser vivo. Le brillaba la piel, marcándole todos sus músculos y el frío de la noche hacía que salieran vaharadas de humo de su hocico.
Los había de todos los colores, negros como el azabache, blancos como el jazmín, castaños, grises, moteados, cada cual más bonito.

Fue increíble verlos saltar. Estuve como en los toros, detrás de la barrera, escuchando el sonido del galope contra la arena, vibraba el suelo. El silencio en la sala era sepulcral. Tucutún, tucutún, tucutún. Cada vez más rápido. "No va a poder", pensabas, "No ha cogido suficiente velocidad como para pasar semejante obstáculo", y entonces, el animal despegaba, arqueando por completo su cuerpo hasta lo imposible, levantando las patas traseras en el aire a centímetros del palo, como cualquier saltador de pértiga, pero con una diferencia de más de treinta kilos de peso.
Algunos no lo conseguían y después de haber cometido un fallo, veías cómo se venían abajo y los errores se sucedían hasta la eliminación. O todo lo contrario, sacaban las fuerzas de donde fuese para hacer el más difícil todavía, cuando el jockey ya había dado todo por perdido.


Otros, se mostraban caprichosos y se negaban rotundamente a saltar en el último momento, frenando ante los setos, a pesar del castigo que les infligía su dueño. ¿Por qué? Porque no, porque no era su noche y punto, que vayan a reventar a otro.

No pude más que admirarlos, por todo, y concluí que realmente era una de las razas más hermosas de la Tierra.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Fotografías

Una de mis pasiones es la fotografía. No soy una profesional, pero hago lo que puedo con mis ojos. Intento dejar que me sorprendan y que busquen a través del objetivo de mi cámara aquello que habitualmente no consigo ver.

Hay una escena en la película "Sabrina", la versión moderna con Julia Ormond y Harrison Ford, en la que él la contrata a ella para que saque unas fotos de una preciosa casa al lado de la costa, con la intención de venderla. Entonces, Sabrina se acerca al ventanal y contempla asombrada las vistas, pero en vez de ponerse inmediatamente a trabajar, le invita a él, cediéndole su cámara, a que escoja la imagen del paisaje que más le guste:

- ¡¿Yo?! -contesta Lynus con una risa irónica- ¡Pero si no tengo ni idea de fotografía!
- No te preocupes -le dice animándolo- coge la cámara y dime lo que ves a través de ella.
Lynus empieza a dar vueltas con el objetivo por toda la escena.
- Mar... playa... pequeño pueblecito de marineros... ¡Faro!
Y se para de repente.
- Qué curioso -comenta, mientras separa su vista del aparato- ¿Quién puede vivir allí? ¿Qué clase de vida será la del farero?
Ella, sonriente, recupera la cámara y mientras apunta al faro, le explica:
- Eso es lo que siento yo cada vez que hago fotos. ¿Qué clase de vida puede llevar un hombre que vive en el faro?, ¿cómo será?... Cada imagen es una historia.
Creo que llevo toda mi vida haciendo fotografías.

No hace falta que diga que ésta es una de mis películas favoritas, por muchas razones. Pero esta escena se me quedó grabada en la memoria, porque fue con ella cuando empecé a ser crítica con aquello que retrataba. Desde entonces, cuando viajo, no olvido la cámara. Intento disfrutar del paisaje, respirar el aire de esa ciudad o lugar, empaparme de su luz, escuchar a la gente y por supuesto, tomar un café o un té y una buena comida. Sin embargo, sé que el alma del momento se vendrá conmigo atrapada en mi pequeña Olympus.

De hecho, no hace mucho, participé en una gincana fotográfica que consistía en recorrer la ciudad, haciendo fotos de lugares a los que teníamos que llegar por medio de acertijos. Y de repente, al repasar mi trabajo, me encontré con esto:




Nadie pareció darse cuenta de que estaba allí. Me llamó la atención el adolescente de la derecha. Con sus gafas... pegado al teléfono... en pose interesante. ¿Estaría esperando a alguien, o lo habrían dejado colgado y llamó para sentirse menos solo?
También reparé en los grupos del fondo, tan sentaditos, casi aburridos. Otros en movimiento, más atrás, contándose probablemente la semana, sus aventuras... Si el Rubén se lió con María; si Carlos se puso ciego de alcohol y no pudo meter la llave en la puerta de su casa; si Marta anda detrás de un tío de 23 años; "¡buah, neno, qué movida!".
Y las chicas, a la izquierda: "Miguel te está mirando, yo creo que quiere algo contigo". Mientras dos sagaces buitres no les quitan ojo desde el banco.

Es probable que tenga mucha imaginación y no me acerque ni por asomo a lo que estaba pasando en ese momento, pero al hacerlo, volví a tener dieciséis, recordé el instituto y las noches a la puerta de la discoteca, aquellos amores sin pies ni cabeza. También las ganas de comerme el mundo a dentelladas, sin pensar, creyendo que lo sabes todo cuando no sabes nada. Y no puedo evitar que se me escape la nostalgia.
Para mí, es una buena foto.

viernes, 18 de diciembre de 2009

"Haberlas, hailas"

Hace unos días, por casualidad, asistí a una charla en un museo sobre mitos y encantamientos en Galicia. Es increíble la diversidad de historias que genera la imaginación, el frío y el calor de la hoguera por la noche. Podéis encontrar un diccionario completo en http://www.galiciaencantada.com/

Se habló de las mouras, mujeres hermosas, de cabellos dorados, que normalmente se cepillan el pelo con un peine de oro y que te puedes encontrar sentadas sobre alguna roca, en un camino poco transitado o en cuevas. Si no eres avaricioso y contestas bien a su pregunta, pueden colmarte de riqueza o castigarte, según la naturaleza de tu corazón.

También existen los hombres pez, niños que estuvieron demasiado tiempo nadando en el agua y cuyos padres les echaron una maldición por ello: "¡Ojalá te salgan escamas!". Lo que implicaba que de repente les brotara una cola en vez de piernas y tuvieran que pasar un año viviendo en el mar.

Pero sin duda, lo mejor de la charla fueron los asistentes. La media de edad rondaba los 65 años y por supuesto, TODOS tenían alguna historia que contar. El que menos habló allí fue el conferenciante, el escritor Antonio Reigosa.

Uno de los testimonios más inquietantes fue el de una señora que aseguró que, de pequeña, su madre la metió en un horno encendido para quitarle "la sombra".

El murmullo de la sala comenzó a subir estrepitosamente, mientras la mujer contaba que antes, los niños no podían presenciar la procesión de los entierros desde la iglesia al cementerio, porque si veían el pendón que sostenía el sacerdote para bendecir el acto, absorbían "la sombra" o el alma del difunto. Ella fue una de esas niñas, asomó su cabeza por la puerta y tuvo la mala suerte de que su madre la vio.
- ¡Mi hija, tiene la sombra! ¡Mi hija tiene la sombra! -le gritó la mujer a la muchedumbre.
La pequeña no entendía nada, pero sólo sabe que la agarraron y la metieron en el horno de casa, cuando éste empezaba a calentarse. Estuvo allí un minuto, retorciéndose de angustia ante el terror, pero cuando su madre abrió la puerta y la sacó sin quemaduras, la mujer estaba convencida de que la había salvado.

La fuerza de la fe o de las creencias de cada uno es algo totalmente sobrenatural. De hecho, a continuación, cuando se hablaba de la Santa Compaña, la famosa procesión de almas con candiles que surge por la noche y que te arrastra con ella, si tienes la mala suerte de encontrarla; una persona del público afirmó que desde la ventana del escritorio de su casa, la había visto, con luces y todo. "¡Y fue el otro día", apuntó, sin ir más lejos.
"Neniño -le dijo una de las señoras- iso foi unha mala dixestión".
 Mientras todo el mundo hacía lo que podía para aguantar el tipo.
Al rato, otra señora pizpireta decía: "Mira, yo no creo en nada y te voy a decir por qué. Resulta que hay un pueblo en el que las mujeres que tienen problemas para quedarse embarazadas suben a lo alto del campanario de la iglesia y rezan un ave maría. Precisamente, esto le paso a una de las vecinas e hizo lo que mandaba la tradición. Sin embargo, pasaron los días y no se quedaba encinta. Entonces, fue a hablar con el cura:
-Padre, mire, a mí me dijeron que si subía al campanario y rezaba un ave maría quedaba en estado, pero no pasó nada.
A lo que el cura le respondió:
-Es que no es con un ave maría, es con un padre nuestro, que si quiere lo llamo y arreglamos el asunto".

La sala entera estaba tirada por los suelos, nunca me había reído tanto en una misma tarde, y entonces, cuando parecía imposible que el cuerpo diese para más, el hombre de la Santa Compaña dice:

-Yo quería comentar también una cosa y es que, de pequeño, LEVITÉ.

Aquello era demasiado para mis oídos, hubo gente que tuvo que ir al baño para no reírse en público, un abanico salió volando disparado del susto, al conferenciante le caían las lágrimas y el místico seguía:

-Síiii... recuerdo... que yo estaba soñando que iba sobre un cochecito de choque... de esos eléctricos... y el cochecito explotaba. Entonces, desperté y cuando miré abajo, estaba flotando sobre el aire, ¡encima de mi cama!

A partir de ese momento ya no recuerdo nada, sólo sé que me dolía la barriga, que lamenté no haber llevado una cámara para grabar el momento, pero después de aquello, tengo que reconocer una cosa y es que sí, "haberlas, hailas".

martes, 15 de diciembre de 2009

Una cita con la ópera


Mi hermano es barítono. Llegó al mundo de la ópera sin proponérselo. Tenía unos dieciséis años cuando se le ocurrió entrar en un coro, ante una propuesta de unos amigos. Siempre tuvo buen oído y aunque nunca lo había escuchado cantar por la casa adelante, cuando hacíamos largos trayectos en coche con la radio puesta, podía apreciar que seguía muy bien el ritmo y, si yo me desgañitaba poseída por un estribillo -no tengo vergüenza ninguna-, él por detrás me hacía el acompañamiento con tonos bajos, pero casi sin que se apreciara. Mi hermano siempre ha sido muy tímido.

Sin embargo, un día, tras la actuación del coro en el que participaba, nos quedamos sorprendidos cuando lo vimos salir para cantar un solo, y no con una voz cualquiera. Cuando la sala se quedó en silencio, de entre las sombras de su alargada figura, brotó un torrente profundo y varonil, pero desbordante de sensibilidad, que se apoderó de todo.

Me quedé impresionada y me sentí terriblemente orgullosa, no sólo de que hubiese encontrado su pasión, sino de que además pudiera darle vida con tanta belleza, sin dejar sus estudios de lado y compaginándolos con clases en el conservatorio. Desde aquel momento, aprendí con él a amar la ópera, como el único arte que puede hacer temblar al mundo.

Mi madre no daba crédito y recordó cuando mi hermano, con doce años, le dijo que quería estudiar piano. Ella siempre consideró que su interés por la música sería pasajero, como el capricho esporádico de cualquier niño. Un año, hockey; otro año, baloncesto; al siguiente, judo... No se lo permitió, para que se concentrara en estudiar, porque era muy inquieto y necesitaba el tiempo.
Sin embargo, aquella explosión de talento, oculto durante años, la dejó atónita y se le cayeron las lágrimas.

Ayer, mi hermano cantó varias piezas en la semana musical del conservatorio, una de ellas fue "Amore e morte", de Donizetti. No tengo la grabación de ese momento, porque odia que llevemos la cámara, pero encontré un vídeo en Youtube que se parece mucho a su actuación. Cuenta la historia de un hombre que, cuando está a punto de morir, le confiesa a la mujer que durante años le despreció, lo mucho que la amó sin que ella lo advirtiese y le reprocha que ahora ya no hay vuelta atrás.



lunes, 14 de diciembre de 2009

Mis sueños

Hace tiempo que me di cuenta de que guardaba demasiados deseos dentro de mí, por considerarlos imposibles o inalcanzables, pero un día, casi sin querer, se me abrieron las manos y los sueños empezaron a volar.
Intenté perseguirlos, recorrí kilómetros detrás de ellos.
-¡No salgáis! -les gritaba- ¡Os van a hacer daño! ¡Volved conmigo, aquí estaréis a salvo!
Pero entonces, cuando ya no podía más, caí desfallecida al suelo, y por primera vez, al observarlos detenidamente dando vueltas por el aire, comprendí que, a pesar del peligro que corrían, nunca habían sido tan felices, porque ahora podían existir. Así que me limité a dejarlos que siguieran sus propios rumbos y que buscaran lo que tanto ansiaban.
Al cabo de unos años, algunos regresaron, con la cabeza baja, contándome sus penas. Habían pecado de inocentes o ilusos y lamentaban haber tomado ciertas decisiones, pero pasados unos días, volvían a salir, en busca de la misma meta, con ánimos renovados y más fuertes que nunca.
Otros, sin embargo, volvieron desbordantes, con la sonrisa en la cara, porque se habían arriesgado y les había salido bien.
Ninguno se arrepintió de haberlo intentado y yo, es aún ahora, cuando me siento orgullosa de cada uno de ellos.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Se acerca la Navidad


Sí, ya lo sé. En Navidad nunca llueve a gusto de todos.
De repente, la familia invade la casa; te quedas sin mando a distancia y estás obligado a ver películas de vaqueros del canal Popular TV; pierdes tu sillón preferido; los villancicos te persiguen en sueños, donde aparece Raphael cantando el Camino que lleva a Belén; te atiborras de comida innecesaria que después tardarás todo el año en bajar; pasas mañanas enteras aspirando cáscaras de nueces y marisco; te gastas el poco dinero que tienes en regalos estúpidos, que muchos acabarán en la reventa de Ebay... El consumismo es una rueda necesaria e imparable.
Pero tengo que decirlo, sin estas fiestas nada sería lo mismo.
En primer lugar, no tendría ninguna anécdota qué contar aquí, y en segundo lugar, me pierde la magia.
No hay otro momento del año en el que tú veas a los niños más alegres, más nerviosos y más emocionados. Y no por los juguetes -el catálogo de El Corte Inglés es muy importante- pero, lo que realmente les cautiva, es ese día crítico en el que tres presencias entrarán en sus casas de una forma inexplicable.
Darán vueltas en la cama y les costará dormirse porque algo maravilloso va a pasar. Les puede el miedo, pero también la curiosidad, y la imaginación se catapulta, de tal manera, que hasta son capaces de ver sombras de camellos atravesando el pasillo. Algo que compartimos a su lado, haciéndonos cómplices del juego.

Sin embargo, si no hay críos, cuando se es adulto, la niñez se guarda en un cajón y esa ilusión se racionaliza hasta que, simplemente, desaparece. Todo nos resulta tedioso y pesado, ¿para qué decorar la casa?, ¿para qué pasar horas cocinando? Pero, ¿por qué?, ¿simplemente porque no es verdad?
La magia es como el amor, hay que esforzarse para que vivan, hay que creer y entonces, en esa mesa de Navidad, nos daremos cuenta del tiempo que hacía que no comía la familia reunida; en el regalo especial que buscamos, nos olvidaremos de nosotros, para pensar en la persona a la que queremos, y quizás descubramos que había aspectos de ella que no conocíamos; o sin que sea alguien querido, un pariente lejano, por ejemplo, que puede que, preguntándole por sus aficiones, tenga alguna historia apasionante que contar.
También vendrán los recuerdos de aquellas personas que faltan, con tristeza, pero con mucho cariño. Y puede que nos encontremos pronunciando en voz alta comentarios triviales que ellos dirían si estuvieran aquí, del tipo de "Ese pollo no tiene sal" -a pesar de que llevase puñados encima- provocando la risa de toda la mesa.

Eso es lo fundamental y todo lo demás, son chistes asegurados para superar con humor la resaca navideña.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Tertulia en casa de Jose

Alrededor de una mesa, el mundo se desbarata. Es increíble como un café compartido entre amigos puede darle tanto sentido a la vida. Te olvidas del trabajo, de tus preocupaciones y el tiempo se para.
No me considero una persona habladora. Me encanta escuchar y observar a la gente, memorizar cada gesto y atrapar esos instantes de felicidad para evocarlos cuando los necesite. Unas manos que se mueven, una cara expectante ante el final de un chiste, la nariz arrugada en una mueca y el brillo de aquellos ojos, justo antes de disparar una sonrisa...
Cuando me sienta triste, sé que volverán a mi cabeza para recordarme lo que de verdad importa.