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viernes, 24 de febrero de 2012

Deliciosas tardes

Una de las habilidades de Isa es cocinar. De hecho, dispone de todo un recetario escrito y diseñado por ella misma con miles de platos y postres sugerentes. Por él corren, dibujadas a mano, lechugas y zanahorias con ojos, tomates saltarines, huevos rebeldes y demás fauna gastronómica. Una obra digna de ver y a la que va incorporando platos de otros países que ha visitado.

Muchas tardes me llama avisándome de que va a poner en marcha el horno y a mí me falta tiempo para coger las llaves del coche. Me encanta verla revolotear por la cocina, con el pelo recogido y el mandil puesto, mientras hace filas de ingredientes, prepara dos boles para mezclas y calcula las cantidades por cucharadas soperas consultando tablas en Internet.

- Me gusta llamarla porque sé que usted es de comer y lo agradece -me dice ella.
- Y hace MUY bien -contesto yo (nótese el énfasis)

Con aire experimentado, se pone a la tarea, contándome historias de aquí y de allá y de las sorpresas que da la vida. De vez en cuando, hace unos ruiditos tal que Hmmm-hmmm, cuando le surgen las dudas, pero pronto las resuelve.

Mi papel es el de pinche de cocina, si se da el caso. La última vez rallé una manzana para un delicioso pastel de zanahoria, acompañada por Cristián, hábil cascador de nueces y un mes antes me tocó partir una tableta de chocolate blanco para unos muffins que sabían a gloria.



- La pena es no tener canastillas más altas, porque estas de magdalenas normales son muy pequeñas y los muffins no suben igual -se quejaba Isa.

En su defensa tengo que decir que mi familia, a la que llevé unos cuantos de estos prodigios, no reparó en ese pequeño detalle.


También recuerdo una jugosa tarta de manzana que no tenía desperdicio y las potentes galletas australianas ANZAC.

Estas tienen una historia curiosa. Se llaman así porque las siglas corresponden a las del ejército australiano y neozelandés (Australian and New Zealand Army Corps). Fueron creadas durante la 1ª Guerra Mundial por las madres y las mujeres de los soldados que estaban en el frente. Para hacerlas sólo pudieron usar los ingredientes que tenían a mano, pese al racionamiento (copos de avena, harina, mantequilla, coco rayado, jarabe de azúcar...) y tienen un alto valor energético. Son bastante grandotas y con dos de desayuno ya tienes más que suficiente.



Espero que entendáis lo importante que es esta mujer para mí.


jueves, 2 de febrero de 2012

Haz deporte

Después de años escuchando recomendaciones de todo tipo, por fin he decidido matricularme en el gimnasio.
Mis padres ya estaban apuntados, así que me animé y fui con ellos.
Empecé a mediados de enero y para mí fue como entrar en un mundo aparte, lleno de seres extraños.
En primer lugar, el vestuario de chicas ya me sorprendió.
A las seis y media de la tarde, varios niños correteaban de un lado para otro, como si estuvieran en un parque, a grito pelado, mientras las madres le daban la merienda a sus bebés sentadas en los bancos para cambiarse.
Mi madre no se inmutaba y fue directa a buscar una taquilla libre, por lo que deduje que ese ambiente era de lo más normal e hice lo mismo.
Esquivando la marabunta, tropecé con intimidades de señoras de setenta años, completamente al descubierto, que se echaban la Nivea por todo el cuerpo sin contemplaciones y que acaparaban toda la zona.

- ¿Me permite?
- Sí, neniña, cómo no -me dijo apartando sus cosas mientras las lolas le colgaban lustrosas a la altura de la cintura.

No había problema y tampoco por eso iba a perder el parloteo sobre sus dolores con su compañera de natación terapéutica, en la taquilla de enfrente.

- Para la artrosis lo mejor es el spa y la natación -le recomendaba la otra.

Cuando estuve lista, me fui directa por primera vez a las máquinas. Bieito me había aconsejado hacer 20 minutos de elíptica (en la que parece que esquías), otros 20 de bicicleta y 15 a paso rápido en la cinta. Estaba decidida a empezar, hasta que entré en la sala.
Siempre pensé que tendría que hacer cola en el cine, en el súper, en el banco, ¡¿pero en un gimnasio?!

- A veces hay que esperar, las elípticas son las más demandadas -señaló mi madre- Toma, coge un buen trozo de papel de este rollo.
- ¿Tanto? Si yo no sudo mucho.
- Tú puede que no, pero espera a ver cómo dejan las máquinas otros...

Tenía razón, sólo tuve que ver a un señor en bicicleta para entenderlo todo. Las cataratas del Niágara se quedaban cortas.

Al final, después de un rato, logré subirme a una y comprender lo que tenía que hacer, presión con las piernas. Cuando llevaba 12 minutos me sentía como un ratón de laboratorio, acompañado de otros siete ejemplares, puestos en fila y mirando al frente, a un cristal empañado. Menos mal, que a mis espaldas estaban los machacas levantando pesas y hablando de sus múltiples musculaturas, dietas, fútbol y otros comentarios de lo más entretenido.
Buah, neno, por qué tendré el mp3 estropeado.

Hice lo propio con las otras máquinas, a un ritmo cómodo, para no matarme y querer volver otro día.
Sólo tuve problemas con el funcionamiento de la cinta, que intenté activar andando mientras hacía presión con los pies y le daba al botón de inicio. El sistema no era el mismo que el de la elíptica y la bici. Aquello no se movía, hasta que un señor me aclaró, antes de que siguiera haciendo el ridículo:

- Tienes que seleccionar la velocidad.

Entonces me emocioné y puse un siete. Casi me esnafro.
Tuve que agarrarme como pude y bajarla unos cuantos puntos. Sí, esas cosas no sólo pasan en las películas.

Pese a todo, acabé el circuito como una campeona, las endorfinas elevadas y, bueno, dispuesta a ser de nuevo rata de laboratorio.
Tienen razón, sienta muy bien hacer deporte.