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viernes, 21 de diciembre de 2012

El desierto (Emprender no es tan complicado... o sí)

Desierto cerca de Zagora, Marruecos. Fotografía de winkyintheuk.

Todas las personas, alguna vez, se han visto obligadas a atravesar un desierto. Muchas incluso encuentran más de uno en diversas etapas de su vida. Unos son más largos que otros, pero todos te ponen a prueba. Nunca sabes detrás de qué duna dejarás de ver la arena.

Yo he pasado por cuatro pequeños desiertos hasta ahora, el último me lo encontré en febrero.

Las razones que te pueden llevar a cruzarlo pueden no ser muy significativas, pero suelen esconder otras más importantes y no tan obvias.

Yo llegué a este último desierto con la decepción. Un sentimiento muy peligroso, porque implica que todo aquello en lo que creías, de lo que estabas segura, que te motivaba y en lo que confiabas desaparece de repente y deja de sostenerte, te quedas sola.

Cometí un gran error de planteamiento. Sabía que para llegar a mi objetivo, crear mi propia empresa, tendría que superar muchas dificultades, pero pensé que iba a estar acompañada y eso a mí me da una fuerza imparable, descomunal. Es curioso, para convertirme en el increíble Hulk no necesito necesariamente que me ayuden con su trabajo a alcanzar mi meta, me basta con una llamada, sólo una llamada de vez en cuando.

Eso se produjo en un principio, pero fuera de las poquitas personas que forman mi círculo de confianza, no se mantuvo, a pesar de que parecía que no iba a ocurrir.

La culpa fue mía, porque debía de ser lo suficientemente fuerte como para caminar sin ese respaldo. Tenía que haberlo previsto y en lugar de eso, caí en tierras de la apatía.

Para mí, es una de las peores cosas que me pueden pasar, porque una vez que estás allí, no eres capaz de ver nada. Aunque estés rodeado de oasis, estos se harán invisibles a tu paso.
Andas, porque sabes que si te paras, te quedarás allí para siempre, pero, aunque no te lo creas, conozco a gente que se ha parado, porque ya no podía más.

Afortunadamente, como dije antes, no es el único desierto que he cruzado y por eso sé que todos tienen un final. No sabes cuándo llegará, pero si caminas manteniendo siempre la misma dirección, tienes más posibilidades de salir de él y es verdad, puedo asegurarlo.

En marzo me llegó la respuesta del Ministerio de Empleo y Seguridad Social sobre la consulta que les había hecho por escrito, preguntándoles si un autónomo, cuya facturación anual no supera el salario mínimo interprofesional, 8.979,60 euros al año, está obligado a pagar la cuota de la Seguridad Social, 254€ mensuales, que es la opción más barata con la cotización mínima. Esto es lo que me dijeron:



¿Qué quiere decir? Pues que sí, que lo que preguntaba es posible, pero también es posible lo contrario, todo depende de cómo evalúe la Administración de la Tesorería General de la Seguridad Social los documentos sobre la actividad que desarrolle. Si creen que esta se corresponde a un trabajo aislado, ocasional y con una escasa remuneración, no tendría que pagar la cuota, pero si os fijáis, en este documento no hay límites definidos en cifras concretas sobre ello. Al final todo queda bajo el criterio del funcionario que gestione el caso y no estás libre de multa y juicio por intentarlo.

Además y por otro lado, tal y como se aclara en el último párrafo, esta carta no tiene valor de certificado ni de justificante para apoyar mi tesis. No es vinculante (se cubren muy bien las espaldas)

Esta fue una patada en el trasero importante, desde luego, de entre otras que recibí, pero tenía que seguir caminando, aunque fuera sin apoyos, así que decidí aprender a controlar los gestores de contenidos (Joomla, Drupal, Wordpress...) para diseñar webs, el único aspecto de mi formación en comunicación corporativa que estaba pendiente. Ya encontraría otra forma de emprender.

Mientras tanto, trabajé contratada de forma temporal por mi colega, Mario, dando clases de redes sociales para pymes; mantuve las mías activas; creé junto a una compañera el blog de ocio y moda en A Coruña, Amarene, y seguí acudiendo a eventos de empresas, por si alguna me inspiraba. 



En uno de ellos conocí a Laura, una chica inquieta, activa y muy simpática que era especialista en CMS, SEO y community manager. Ese día presentaba su proyecto, Pixelia, en la clausura de un curso de Fundación Mujeres. Lo hizo francamente bien y tras su intervención, me acerqué a ella para contarle qué quería hacer y proponerle una colaboración. Tomamos un café unos días después y... ¡voilá!, ahora ya somos un equipo.

Laura vino como una fresca brisa de verano, con sus ganas y su electricidad, pero yo aún no sabía programar en HTML y CSS y no estaba segura de que pudiera pagar todo el curso que estaba haciendo en una academia privada. De repente, llegó agosto y me llamó mi orientador laboral del Servizo Público de Emprego: "Oye, que sale un curso de diseño web para desempleados. ¡Apúntate ya!". Lo hice y pasé el examen de acceso.

Gracias a esto, además de adquirir nuevos conocimientos que me hacían falta, conocí a otros profesionales que ahora son amigos y recuperé las ganas de pelear, a la vez que una idea surgía en mi cabeza: "¿Y si hay más gente a la que le haya pasado esto?, que quieran emprender, pero no encuentren apoyos. Quizá con darles una idea y una palabra sea suficiente".

Fotografía de Saxon


Se me ocurrió organizar reuniones informales, de lluvia de ideas, con personas abiertas y emprendedoras, relacionadas profesionalmente de forma indirecta, para compartir proyectos y objetivos. Salió fenomenal, tanto que ahora es posible que lo lleve a cabo para un Ayuntamiento.

Al mismo tiempo, en noviembre, me enteré por la Confederación de Empresarios de A Coruña de que se iba a llevar a cabo un curso de estudios de mercado gratuito para desempleados y también me apunté, lo que me llevó a conocer a otros emprendedores con mucho talento que me han incluido en sus proyectos.

Las dunas del desierto parecían disolverse como por arte de magia y con esa motivación, volví a la Tesorería General de la Seguridad Social. Esta vez, para preguntar si tendría que pagar la cuota mínima para facturar 80 euros de un trabajo que me habían encargado en concreto.

La funcionaria que me atendió no solo me dijo que no, tratándose de ese caso, sino que me contó que la cuota mínima, al ser mujer menor de 35 años, tenía una reducción del 30% porque estaba bonificada, lo que reducía el total a 177,35 €/mes . En este documento podéis ver otras bonificaciones existentes para otros colectivos.

En Hacienda también me dieron otra información que desconocía y es que las retenciones en las facturas realizadas a partir de la alta inicial, pueden ser del 9%, en vez de el 21%, los tres primeros años. Se explica muy bien aquí.

Eso unido a que un autónomo puede darse de alta sólo un mes -ese es el mínimo- para facturar y luego darse de baja, pone las cosas más fáciles. Eso sí, no te libra de hacer la declaración anual y las trimestrales, pero merece la pena (No es lo mismo pagar 177 euros sólo un mes, que pagarlos cada mes durante todo el año aunque no tengamos ingresos)

Y esta ha sido mi travesía por el desierto. Atrás he dejado lo que no me interesa. Sólo tengo ojos para mirar hacia delante y ver un horizonte nuevo. Es verdad que aún llevo algo de arena en los zapatos, pero eso me ayuda a tener los pies en el suelo.


viernes, 25 de mayo de 2012

Los bizcochos rebeldes o cómo mi madre me enseña lo que es la perseverancia

La filosofía asiática se compone de pequeños proverbios que con pocas palabras dicen muchas cosas. Está llena de metáforas basadas en elementos de la naturaleza o de la vida diaria de los que siempre se extrae una enseñanza aplicable a cualquier otro campo.

Yo, como ellos, también saco mis propias conclusiones de los pequeños detalles que componen mi día a día.
Por ejemplo, hace unas semanas, se me dio por probar a hacer bizcochitos de yogur.
La receta era muy sencilla, solamente había que mezclar los ingredientes, ponerlos en el molde, calentar el horno y dejarlos 20 minutos.

Cuando todo estaba como debía, me retiré a la sala y esperé.
Coincidió que mis padres habían salido a dar un paseo y llegaron al poco rato.

- Aquí huele a quemado -dijo mi padre nada más abrir la puerta.
- No puede ser -le contesté saliendo rauda y veloz de la sala- Sólo han pasado 15 minutos.
- Dirás lo que quieras, pero ahí se está quemando algo...

Mi madre fue la primera en entrar en la cocina.

- ¡¡Uff, Laura, abre la ventana!!

Un humo blanco y espeso salía con fuerza del horno como si fueran las calderas del infierno.

- ¡Dios, lo sabía -cof, cof- sabía que este horno estaba mal -cof, cof- te lo pregunté y me dijiste que no habría problema! -dije agitando los brazos.
- ¡Algo harías mal! -dijo mi padre.
- ¡Yo seguí la receta!
- ¡Pero el horno está al máximo! -siguió acusador.
- ¡Había que ponerlo así!
- No, Jose, este horno está mal, acumula el calor y no se mantiene a la temperatura fijada -dijo mi madre.

Cuando la nube blanca salió por la ventana, no sin ayuda de unos cuantos trapos de cocina balanceados al estilo indio, sacamos de allí los bizcochitos. Este fue el resultado:


- ¡Claro, quemados! ¡¿Cómo iban a estar?! -soltó mi padre mientras yo terminaba de fregar los cacharros- ¡No puedes poner el horno a esa temperatura...! ¿Qué esperabas?
- ¡¡ Pues la próxima vez los haces tú!! -le espeté antes de salir de la cocina.
- ¡Haya calma...! -medió mi madre.

Pero yo ya estaba en mi habitación en otros asuntos, cagándome en el horno de las narices y cabreada con mi padre, el hombre perfecto que todo lo sabe hacer cuando las cosas ya están hechas. Estaba claro que en aquella cocina no se podía trabajar.

Al cabo de media hora volví (ya más relajada) y vi a mi madre mirando fijamente la causa de mis males.

- ¿Qué haces? -le pregunté.
- Aproveché el resto de la mezcla que sobró y lo puse en un molde alargado.
- ¡Pero se te va a quemar. No merece la pena!
- Pues de momento tiene buena pinta...

Sí, aquel bizcocho estaba subiendo armoniosamente y tenía buen color...

-¿Sabes qué pasa? Que necesita menos tiempo del que pone en la receta porque este horno se calienta demasiado rápido y hay que vigilarlo... Mira, vamos a sacarlo ya. Lleva ocho minutos, nada más.


Estaba muy bien y sabía mejor. Me quedé como una idiota, pero no por eso, sino porque yo ya había tirado la toalla y lo había dejado por imposible y ella, sin embargo, lo volvió a intentar, justo después, en vez de hacer otra cosa.

Y aquí viene mi proverbio: "El buen pastelero es el que quema el bizcocho y aprende a hacerlo"

Aprovechando la metáfora, diré que eso es lo que diferencia a a las personas luchadoras de las que no lo son. Aceptan el fracaso como una forma de aprendizaje y siguen insistiendo, probando nuevas alternativas sin perder la calma. Digan lo que digan los demás.

Y entonces, entró mi padre en la cocina:

- Qué, ¡qué buena pinta tiene eso!, ¿eh? Tuvo que venir tu madre para arreglar las cosas...

Repito: digan lo que digan los demás.

Así que al día siguiente volví a enchufar la batidora, preparé de nuevo los moldes y esta vez no calenté el horno, me quedé mirando hasta ver cómo subían...


"El aprendizaje es un tesoro que seguirá a su dueño a todas partes"
Este no es mío, este es chino de verdad.

martes, 24 de abril de 2012

PinkSlipParty


Con ese nombre me esperaba cualquier cosa, pero en la información ponía que era un evento de networking (hacer contactos) para empresas y personas en búsqueda activa de empleo, que además iba precedido de una charla de motivación.

Las plazas ya estaban cubiertas, pero el organizador me dijo que aún había algún sitio más y lié a Bieito para que viniera conmigo.

Jamás me perdonará que le hiciera semejante jugada.

Yo ya había asistido a alguna de estas charlas y aparte de pasármelo muy bien, siempre conllevan algún tipo de reto. Alguna tontería para que hagas el ridículo en público y te rías. Pero Bieito es muy tímido para esas cosas y se pone rojo como un tomate en el minuto uno.

Pues bien, ante una sala de completos desconocidos tuvo que darle un masaje en los hombros a la persona de su izquierda. Luego, lo mismo, con el que estaba a su derecha y así en sucesivos cambios al ritmo de la música, al igual que el resto de asistentes. Más de 80 personas adultas bailando una especie extraña de conga de masajistas. Después había que buscar a cinco personas más que te chocaran las manos, darle a otras cinco un abrazo y, para terminar, gritar saltando ¡SÍ, SÍ, SÍ!, cuando lo hubiésemos conseguido. Todo en unos minutos.

Yo no sé si me reía más por el ridículo que estaba haciendo o por ver la cara ojiplática de Bieito, al más puro estilo manga "Tierra, trágame. A mí, a ella y a todos mis antepasados"

¡Pero lo hizo! Fue capaz de hacerlo, al igual que todos, porque detrás de cada traje, título y cargo, siempre hay una persona que siente y padece como cualquier hijo de vecino. Y después de semejante situación, ya estás más que preparado para acercarte al empresario A o B y decirle lo bueno que es tu currículo.

Sin embargo, en este tipo de eventos no sólo se hace eso, lo que pasa es que yo empecé por el final porque había más emoción. La charla, en sí, hablaba de que para evolucionar y combatir nuestros miedos (miedo a no dar la talla, a no contestar bien en una entrevista de trabajo, a cometer errores, etc.), hay que entrenar nuestro cerebro, y esto se consigue saliendo a menudo de nuestra zona de comodidad, esa situación en la que tenemos todo bajo nuestro control (al menos, en apariencia) y lanzarnos a probar, explorar, aprender cosas nuevas, intentar hacerlas de otra manera.

Así explicaron que el fracaso no existe, sólo los resultados, que, en cualquier caso, te acercarán más a tu objetivo. Por ejemplo, Thomas Edison dijo que había descubierto más de mil formas de cómo NO hacer una bombilla, hasta que un día la hizo.

También advirtieron que no nos engañaramos: nunca podremos estar seguros al 100%, por lo que es mejor no intentar revolcarnos en las emociones, sino tenerlas presentes, controlarlas y lanzarnos a la acción.

En realidad son cosas que ya sabes, pero suenan de forma diferente cuando te las dicen en una conferencia y nunca viene mal que te las recuerden.
La próxima vez, prometo dejarme caer en lo desconocido.


jueves, 15 de marzo de 2012

Footloose

Hoy vi a un señor mayor bailando a escondidas en el autobús

Es difícil de creer, pero es cierto.

Fue el último en subir y se dirigió a ese espacio en el medio, donde no hay asientos, junto a la puerta de salida. Su primer movimiento, cuando alcanzó la barra vertical de sujeción, fue un pequeño brinco armónico hacia la izquierda que lo situó al lado de la ventana.

Yo estaba sentada detrás de él, pensando seriamente en ir al médico y comentarle que tenía algo más que mucha imaginación, pero entonces aquel hombre empezó a mover las caderas.

Estaba claro, el bus iba casi vacío, no había gente a su alrededor, el escenario era suyo.

Eran movimientos leves, mitigados para no llamar la atención, pero lo hacía con la soltura y la precisión de Michael Jackson. En espasmos, como si fuese su propio cuerpo el que se lo ordenaba.
Ladeaba la cabeza, subía el hombro, chasqueaba los dedos.

No llevaba cascos, estaba claro que la música nacía dentro de él. Con pasión. Estaba loco de alegría.

Me recordaba a un chaval de 10 años cuando recibe el beso de la niña que tanto le gustaba, solo que este tenía unos 73.

Quizá hubiese ganado al tute o a lo mejor Adela le dijo que bailaría con él el viernes. También puede ser que por primera vez y delante de los amigos hubiese dejado sin palabras a Evaristo, ese viejo tozudo que creía saberlo todo. No lo sé, pero su felicidad era altamente contaminante.

Cuando llegamos a la parada de la Gaiteira saltó volando en el mejor de los musicales, el de su vida.


lunes, 5 de marzo de 2012

Guerra a la tristeza

"Negra sombra, que sempre me asombras (...) En todo estás e ti es todo (...)", decía Rosalía de Castro. No conozco otro poema que describa mejor la tristeza, una amargura profunda que se instala sin permiso en el corazón. A veces tiene un sentido, una razón y otras no. Así de simple.

Últimamente, en estos tiempos difíciles, salen mil y un conferenciantes hablando de que hay que cambiar el pensamiento, ser optimistas y lo explican con una soltura loca, "el día que hice clic", te espetan, pero nadie te cuenta cómo se hace eso y no, no se resuelve en un día, ni en dos semanas, ni en un mes.
Para complicar aún más las cosas, resulta que el libro "El secreto", un éxito de ventas, afirma que si tú deseas algo con todas tus fuerzas se hará realidad por la ley de la atracción.

Y entonces, digo yo, ¿por qué no me toca la Lotería? Lo deseo fervientemente y pagué por el décimo.

Patrañas, olvídate. Para vencer la tristeza sólo conozco una forma de conseguirlo.

Hace falta mucha ayuda, toda la que puedas reunir. De médicos, de la familia, de los amigos, de tu pareja, de tus vecinos, de quien tengas a mano. No te quedes solo.

Después, hay un requisito indispensable que sólo depende de ti: que quieras salir de ese agujero, porque vas a tener que trabajar y hacer muchas cosas para las que no vas a tener ganas. Cosas, quizá, que antes te gustaban, pero que ahora no te apetece hacer y buscar otras nuevas que puedan provocar en ti alguna motivación.

Otro consejo: deja de quejarte. En un principio la queja puede servir como desahogo, pero cuando esta dura horas y días y permites que se convierta en un bucle, lo único que está haciendo es destruirte e impedir que aprecies las cosas buenas que puede haber en tu vida, aparte de ahuyentar a cualquiera que se acerque a ti. En lugar de eso, busca soluciones a los problemas y actúa o si estos no se pueden resolver, hay que aprender a aceptarlo -sé que cuesta un mundo- y emprender, poco a poco, nuevos caminos.

Por último, dedica parte de tu tiempo, cada día, a pensar en aquello que ahora tienes y te hace feliz, porque siempre hay algo, pero se vuelve invisible. Recuérdalo.

Haciendo todo esto, no te sentirás bien ya el primer día, será una lucha continua donde tendrás que ponerte pequeños objetivos: comer, aunque no tengas apetito; dejar de llorar, aunque sólo sea durante una tarde; salir a pasear, aunque te dé igual a dónde ir, pero habrás hecho posible que las cosas empiecen a cambiar.

¡¡Ánimo y adelante!! Siempre adelante.


viernes, 24 de febrero de 2012

Deliciosas tardes

Una de las habilidades de Isa es cocinar. De hecho, dispone de todo un recetario escrito y diseñado por ella misma con miles de platos y postres sugerentes. Por él corren, dibujadas a mano, lechugas y zanahorias con ojos, tomates saltarines, huevos rebeldes y demás fauna gastronómica. Una obra digna de ver y a la que va incorporando platos de otros países que ha visitado.

Muchas tardes me llama avisándome de que va a poner en marcha el horno y a mí me falta tiempo para coger las llaves del coche. Me encanta verla revolotear por la cocina, con el pelo recogido y el mandil puesto, mientras hace filas de ingredientes, prepara dos boles para mezclas y calcula las cantidades por cucharadas soperas consultando tablas en Internet.

- Me gusta llamarla porque sé que usted es de comer y lo agradece -me dice ella.
- Y hace MUY bien -contesto yo (nótese el énfasis)

Con aire experimentado, se pone a la tarea, contándome historias de aquí y de allá y de las sorpresas que da la vida. De vez en cuando, hace unos ruiditos tal que Hmmm-hmmm, cuando le surgen las dudas, pero pronto las resuelve.

Mi papel es el de pinche de cocina, si se da el caso. La última vez rallé una manzana para un delicioso pastel de zanahoria, acompañada por Cristián, hábil cascador de nueces y un mes antes me tocó partir una tableta de chocolate blanco para unos muffins que sabían a gloria.



- La pena es no tener canastillas más altas, porque estas de magdalenas normales son muy pequeñas y los muffins no suben igual -se quejaba Isa.

En su defensa tengo que decir que mi familia, a la que llevé unos cuantos de estos prodigios, no reparó en ese pequeño detalle.


También recuerdo una jugosa tarta de manzana que no tenía desperdicio y las potentes galletas australianas ANZAC.

Estas tienen una historia curiosa. Se llaman así porque las siglas corresponden a las del ejército australiano y neozelandés (Australian and New Zealand Army Corps). Fueron creadas durante la 1ª Guerra Mundial por las madres y las mujeres de los soldados que estaban en el frente. Para hacerlas sólo pudieron usar los ingredientes que tenían a mano, pese al racionamiento (copos de avena, harina, mantequilla, coco rayado, jarabe de azúcar...) y tienen un alto valor energético. Son bastante grandotas y con dos de desayuno ya tienes más que suficiente.



Espero que entendáis lo importante que es esta mujer para mí.


jueves, 2 de febrero de 2012

Haz deporte

Después de años escuchando recomendaciones de todo tipo, por fin he decidido matricularme en el gimnasio.
Mis padres ya estaban apuntados, así que me animé y fui con ellos.
Empecé a mediados de enero y para mí fue como entrar en un mundo aparte, lleno de seres extraños.
En primer lugar, el vestuario de chicas ya me sorprendió.
A las seis y media de la tarde, varios niños correteaban de un lado para otro, como si estuvieran en un parque, a grito pelado, mientras las madres le daban la merienda a sus bebés sentadas en los bancos para cambiarse.
Mi madre no se inmutaba y fue directa a buscar una taquilla libre, por lo que deduje que ese ambiente era de lo más normal e hice lo mismo.
Esquivando la marabunta, tropecé con intimidades de señoras de setenta años, completamente al descubierto, que se echaban la Nivea por todo el cuerpo sin contemplaciones y que acaparaban toda la zona.

- ¿Me permite?
- Sí, neniña, cómo no -me dijo apartando sus cosas mientras las lolas le colgaban lustrosas a la altura de la cintura.

No había problema y tampoco por eso iba a perder el parloteo sobre sus dolores con su compañera de natación terapéutica, en la taquilla de enfrente.

- Para la artrosis lo mejor es el spa y la natación -le recomendaba la otra.

Cuando estuve lista, me fui directa por primera vez a las máquinas. Bieito me había aconsejado hacer 20 minutos de elíptica (en la que parece que esquías), otros 20 de bicicleta y 15 a paso rápido en la cinta. Estaba decidida a empezar, hasta que entré en la sala.
Siempre pensé que tendría que hacer cola en el cine, en el súper, en el banco, ¡¿pero en un gimnasio?!

- A veces hay que esperar, las elípticas son las más demandadas -señaló mi madre- Toma, coge un buen trozo de papel de este rollo.
- ¿Tanto? Si yo no sudo mucho.
- Tú puede que no, pero espera a ver cómo dejan las máquinas otros...

Tenía razón, sólo tuve que ver a un señor en bicicleta para entenderlo todo. Las cataratas del Niágara se quedaban cortas.

Al final, después de un rato, logré subirme a una y comprender lo que tenía que hacer, presión con las piernas. Cuando llevaba 12 minutos me sentía como un ratón de laboratorio, acompañado de otros siete ejemplares, puestos en fila y mirando al frente, a un cristal empañado. Menos mal, que a mis espaldas estaban los machacas levantando pesas y hablando de sus múltiples musculaturas, dietas, fútbol y otros comentarios de lo más entretenido.
Buah, neno, por qué tendré el mp3 estropeado.

Hice lo propio con las otras máquinas, a un ritmo cómodo, para no matarme y querer volver otro día.
Sólo tuve problemas con el funcionamiento de la cinta, que intenté activar andando mientras hacía presión con los pies y le daba al botón de inicio. El sistema no era el mismo que el de la elíptica y la bici. Aquello no se movía, hasta que un señor me aclaró, antes de que siguiera haciendo el ridículo:

- Tienes que seleccionar la velocidad.

Entonces me emocioné y puse un siete. Casi me esnafro.
Tuve que agarrarme como pude y bajarla unos cuantos puntos. Sí, esas cosas no sólo pasan en las películas.

Pese a todo, acabé el circuito como una campeona, las endorfinas elevadas y, bueno, dispuesta a ser de nuevo rata de laboratorio.
Tienen razón, sienta muy bien hacer deporte.

lunes, 2 de enero de 2012

Un nuevo año

Comienzo 2012 sin pensar en el futuro lejano. Algo inimaginable en mí cuatro años atrás, cuando siempre hacía predicciones siguiendo el patrón de vida que tuvieron mis padres: estudio, trabajo, me independizo, asciendo, me compro un coche, sigo trabajando, paso del alquiler a una hipoteca, etc.
Parecía que sabía qué iba a estar haciendo según la etapa en la que me encontrase.
En 2009 me despidieron, en plena crisis económica y ese año destapó la verdad que yo sabía y no quería saber. Que aunque siguiera en mi trabajo, mi sueldo nunca llegaría a los 1.000 euros, tampoco tendría oportunidades de evolucionar en la empresa y mucho menos de seguir el modelo de vida de mis padres.

De repente, apareció la ansiedad porque no sabía qué hacer para cambiar las cosas y las metas que me había propuesto antes no tenían sentido. Intenté varios caminos. Lo hice sin la convicción de que me condujeran a alguna parte, pero cualquier ocupación era mejor que quedarse de brazos cruzados abriéndole las puertas a la depresión.

Fue mi insistencia y mis ganas de huir de mi habitación las que hicieron que esos caminos confluyeran misteriosamente al cabo de un año, como si todo estuviese preparado para sacarme de donde estaba.

El futuro dejó de preocuparme porque entendí que por mucho que lo intentemos diseñar, es completamente imprevisible y que lo que cuenta es nuestra capacidad de adaptación a los giros del presente.
Con ello, abandoné la hoja de ruta de mis padres para escribir la mía propia, trazada en función de las circunstancias actuales y con un gran espacio en blanco para improvisar, porque en ella todo es posible.
Desde luego, admitir que nos enfrentamos a lo incontrolable da miedo, pero eso dejó de asustarme, porque ese año y los siguientes pude comprobar que siempre era capaz de salir airosa de cualquier situación por difícil que pareciese.

Además, huyendo de la tristeza, le concedí importancia a otro orden de cosas que nunca parecen importantes hasta que las pierdes, como la compañía de las personas que siempre están conmigo, el olor del bosque después de la lluvia, la capacidad de sentir y amar, los cielos cargados de estrellas, la risa compartida, la oportunidad para intentar cumplir mis sueños, como volar en avioneta, el poder leer y tener acceso a la cultura, el sonido del mar, los buenos recuerdos, el sabor de las comidas hechas con cariño...

Entro en 2012 estando de nuevo en el paro, con algún contrato temporal en perspectiva y el proyecto de crear mi propia empresa en marcha, aunque a paso lento, con unas cuantas trabas que superar. Hace unos años me sentiría derrotada, ahora estoy deseando empezar mil nuevas aventuras.